¿Quién no ha cambiado de casa alguna vez? Otra ciudad o en la misma. Debes dejar los espacios que habitante y que fueron tu hogar, tu mundo, el sitio en el que las paredes se llenaban de vida: recuerdos, fotos, libros, el sofá que soportaba los cansancios de urgencia, los armarios, la ropa minuciosamente clasificada, la lámpara de las noches de estudios.
Llegas a mimetizarte y sientes que en esa cueva de la civilización caminas en tu reino, en tu tierra conquistada, en las habitaciones que hablan de ti sin decir nada.
Nunca pensaste en hacerte apátrida, expulsado de esa" tierra prometida", de ese castillo inexpugnable en el que te escondes de los peligros que te acechan y el que vas tejiendo el interminable traje de la felicidad.
Llegó la hora. Llevas días como si un terremoto te hubiera derribado, como si te tuvieras que despedir de ti, del alma que vaga por cada rincón, del espíritu que se negará a irse aunque te marches para siempre.
Y en esos días de mudanza todo empezará a hablarte, a contarte historias, a devolverte la memoria escondida en cada detalle que vuelve a ver la luz!: un regalo que te hicieron, una hoja perdida con un poema dedicado, un cuaderno de notas que no encontrabas, una postal de una una amiga cuando andaba por los mares der sur y que ya hace años que no sabes nada de ella.
En las entradas del desorden acumulado verás ropa que ya no reconoces e incluso que no has llegado a estrenar, cajas de zapatos sin usar, enciclopedias adquiridas que siguen empaquetadas en el plástico pues nunca las llegaste a abrir, cientos de libros que no leerás aunque vivas 100 reencarnaciones, kilos de recortes de periódicos guardados con el afán de guardar noticias deteniendo el tiempo en el papel, cuadros que miras pero no observan, la máquina de escribir y el primer ordenador que tuviste hace años, pero la nostalgia hacen que estén contigo por la pena de abandonarlos en un contenedor.
Juguetes de la infancia, rompecabezas, alguna marioneta sin ojo, muñecas de mirada perdida, el "magia Borrás" para ser aprendiz de mago, álbumes de jugadores de fútbol, una caja de cartas recibidas, algún trofeo que pulula cogiendo la pátina del tiempo.
Cuántas cosas que no necesitamos, cuántas cosas que creemos poseer pero que ellas nos poseen a nosotros.
Reflexionarás sobre la pobreza de la riqueza y pensarás que habrá una mudanza eterna hacia la nada en la que vehículo funerario será el camión de la mudanza que has pagado toda la vida.
No somos nada, estamos vacios, enterramos huesos que no comeremos, llenamos neveras y tiraremos muchos alimentos pasados de fecha, veremos sartenes, cazuelas, platos y cubiertos que no llegamos a usar.
Cambiar de casa es una bofetada de realidad, un Diógenes que nos ha robado las llaves y se hizo okupa; pero hasta hoy no lo hemos descubierto pues se escondió en nosotros mismos.
Los cínicos intentaron convencernos que la riqueza ata a los hombres y que el equipaje debe ser tal que en caso de naufragio puedas nadar con él.
Estamos tan vacíos que intentamos llenar nuestra existencia con cualquier producto del mercado, aunque nunca lo vayamos a usar.
Se me ha caído un libro de poemas, es de Antonio Machado y me ha susurrado al oído:
"Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
Me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar".
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