Opinión

Muckraker

La democracia se rompe. Y además, lo hace cuando más la necesitamos. Es lo que piensan muchos intelectuales e investigadores sociales y bastantes políticos de todo el espectro ideológico, así como ciudadanos normales. De este giro antidemocrático son culpables fundamentales las redes sociales, ya que su modelo de negocio se alimenta de la desinformación, pues “cualquier mensaje que despierte emociones extremas, incluidos los discursos de odio y la desinformación más provocadora, se ve favorecido por los algoritmos de las plataformas, porque desencadena la participación apasionada de los usuarios” (D. Acemoglu y S Johnson en Poder y Progreso). Su objetivo mercantilista es obtener datos particulares, que se consigue fomentando la participación de los usuarios, para así incrementar la publicidad personalizada, que son sus auténticas fuentes de ingresos milmillonarios.

Por ello urge una redirección de la tecnología, como ya se hizo a finales del siglo XIX, cuando los grandes magnates que controlaban el petróleo, la siderurgia, los productos químicos, la maquinaria agrícola o la banca, consiguieron un poder político y económico similar al que las grandes oligarquías tecnológicas han conseguido en la actualidad. Justo quienes han acompañado al nuevo “emperador” Donald Trump en su toma de posesión. Fue en aquella época cuando empezaron a surgir movimientos progresistas en la ciudadanía y en la clase trabajadora, que impulsaron nuevas políticas públicas y un reparto distinto de la riqueza, dando más preeminencia a la clase obrera.

Resulta interesante en este texto la referencia a los muckraker, que fueron grupos organizados de periodistas que se dedicaron a denunciar la corrupción política, la explotación laboral y otros abusos e inmoralidades de personajes de la época. Este tipo de periodismo, después llamado de investigación, estaba dirigido a provocar una respuesta en el público. Fue uno de los movimientos pioneros que ayudó a esta renovación moral y a la consolidación del movimiento ciudadano progresista en los Estados Unidos de América, contribuyendo también a reformas políticas clave, como la Ley de Pureza de los Alimentos y Medicamentos, la Ley de Inspección Cárnica, la aplicación de la Ley Antimonopolio de Sherman…etc.

Trasladando las propuestas de estos movimientos organizativos, surgidos para combatir las desigualdades provocadas por la primera Revolución industrial, al momento actual, es claro que se necesita reorientar el cambio tecnológico que se está produciendo, para que beneficie a toda la ciudadanía y no solo a una oligarquía sedienta de poder y dinero. Para ello, las tecnologías digitales deberían usarse para complementar a los humanos mejorando su productividad individual, y no para sustituirlos, creando nuevas tareas con ayuda del aprendizaje automático, accediendo a información más detallada que sea útil y construyendo nuevas plataformas que pongan en contacto a personas con habilidades y necesidades diferentes.


Pero también sería necesario construir poderes compensatorios para defendernos de estas oligarquías, reforzando las organizaciones de trabajadores, por un lado, y por otro, promoviendo acciones de la sociedad civil que ayuden a evitar el “parasitismo” de muchas personas que, aun estando de acuerdo en que algo debe cambiar, no realizan ninguna acción personal para favorecerlo. De la misma forma se necesitan nuevas políticas para la redistribución de la tecnología, por ejemplo a través de incentivos al mercado, de la fragmentación de las grandes tecnológicas para evitar los monopolios, o de la profundización en una reforma fiscal que evite la paradoja de que paguen más impuestos los trabajadores por su trabajo, que las grandes empresas por sus beneficios.

Es necesario invertir en los trabajadores para que aumentando su formación se incremente su productividad marginal y su salario. Para ello es imprescindible que las políticas públicas lideren y redirijan la innovación y el cambio tecnológico y que garanticen la protección de la privacidad y la titularidad de los datos, que es donde reside el origen del negocio de las grandes plataformas tecnológicas y, por tanto, el fomento de la desinformación.

Como ya manifesté en un artículo anterior, estos economistas, recientes premios Nobel de Economía en 2024, ofrecen en el libro una nueva interpretación de la economía política de la innovación y desafían el derrotismo de quienes asumen que el desarrollo técnico trae inevitablemente una concentración del poder y la riqueza. Por el contrario, piensan que estos avances pueden convertirse en una herramienta de empoderamiento y democratización, recuperando el control de la tecnología y redirigiendo la innovación para que vuelva a beneficiar a la mayoría.

Para mí, esta va a ser la tarea fundamental de los próximos años. Principalmente de las organizaciones que quieren y defienden el Estado Social y la democracia como formas de convivencia.

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