Categorías: Opinión

Mucho miedo y poca vergüenza

Los resultados de las encuestas periódicas que los llamados observatorios sociales nos ofrecen, muestran la evolución del estado de la opinión pública sobre diversos temas de trascendencia nacional. Son como radiografías que se practican a nuestra sociedad, baja de ánimos y atacada por la ansiedad, quién sabe si mañana devorada por la angustia. En una de las últimas, los bancos y los políticos concentraban la mirada crítica y la peor valoración de ese ciudadano abstracto y sin alma que las encuestas dibujan. Por lo que respecta a los políticos, no deja de ser una de las últimas gotas con que se muestra el vaso de la paciencia ciudadana cada vez más colmado, pero la banca aparecía debutando en la competición del menosprecio, gracias a Bankia y todos sus escandalosos tentáculos (la injustificable gestión de los responsables de Caja Madrid y Bancaja, las preferentes, el encame del dinero y la política, etc.). No es que el común haya tenido alguna vez verdadero aprecio a las empresas del dinero, sino que las circunstancias le han servido en bandeja la posibilidad de expresar su desprecio por ellas, condimentado por la salsa de la crisis en la que andamos enfangados y la estupefacción producida por la ignorancia acerca de su salida.
Al Gobierno que nos desgobierna con acertada maestría, se le ocurrió salvar la carga mientras apagaba el fuego Rodrigo Rato. De esta forma, dilataba el tiempo que necesitaba para ir atando sus cabos y retrasaba el naufragio en la escollera judicial del que fue presentado como buque insignia de “lo que había que hacer” en el sector. Una vez se abren las vías de agua de la fiscalía, las acusaciones privadas y los jueces, comienza el sálvese quien pueda con su secuela de codazos, empujones y tretas para salvar el propio pellejo. El festín de los medios está servido y no termina hasta que los huesos mondos no dejan ni distracción a los carroñeros de hocico fino. Cuando observo a los políticos de nuestro país, no puedo evitar el recuerdo de las palabras con que la sabiduría anónima nacida de la experiencia común rinde homenaje a la verdad y a la integridad ética con la cruz de la moneda: “mucho miedo y muy poca vergüenza”. Es lo que sin duda se puede aplicar a nuestra élite política sin atisbos de error, porque en su doble juego, de adoración al dinero y falsos arrumacos al elector, va descendiendo peldaños en la escalera sin final de la ignominia. Asistimos anestesiados al espectáculo de un poder político sometido de forma degradante a los poderes financieros porque, tal vez, no queremos reconocernos en esa humillación colectiva que nos paraliza e impide reaccionar de forma civilizada y democrática como sociedad política y civil. Mientras encienden velas para que refulja aún más el brillo metálico de la delincuencia de alto nivel y para los más inermes ni pan, castigan por amor a los electores con toda suerte de prácticas bondage y sado-maso. Aprietan aún más las cuerdas que paralizan la recuperación de las economías domésticas, cargan de cadenas más pesadas el ámbito laboral, flagelan con saña al empleado público, clavan en la trémula carne del consumidor el puntiagudo tacón del IVA, vejan a los servicios sociales con roído plato de aluminio y un escalofriante repertorio de zafiedades practicadas con la paternal y grave letanía de “lo que hay que hacer” y el maternal cuento del luminoso mañana, mientras prometiéndonos más y peores delicias, nos juran amores eternos. Hay amores, como el de nuestro Gobierno y nuestros políticos, que si no matan, gravemente hieren.
El desgarro social que está produciendo los efectos de una salvaje reapropiación de capital a escala continental en el tejido social de los países más expuestos como el nuestro y entre las élites y la inmensa mayoría de los ciudadanos sigue su curso, sin que salgamos de la parálisis, ni los políticos reaccionen, temerosos de perder sus privilegios por un lado y sometidos a la plutocracia por otro. Si a esta deriva no se le ponen límites claros e infranqueables, que constituyan la línea de defensa contra la arbitrariedad de unos poderes que no quieren verse sometidos a la racionalidad y a la ética, sino que pretenden seguir ejerciendo una creciente depredación económica y social bajo el paraguas protector del Estado sometido, habremos contribuido con nuestra pasividad a la fractura y la anomia social, a la más desesperanzada soledad, a la incomunicación y la insularización social, sometidos a relaciones en desequilibrio creciente promovidas por un poder sin alma. ¿Podremos entonces confiar en una justicia convertida en muñeca de trapo por el zoco salvaje impuesto por “los mercados”? ¿Dónde podremos alzar nuestra voz sino en el desierto de los medios comprados por las subvenciones y la privatización de su independencia? Europa se perfiló como un horizonte de esperanza cercana y hoy se nos presenta como el acero en cuyo filo destellan los fuegos de nuestro futuro infierno.

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