Opinión

Movilización

Es tiempo de movilización. La indiferencia o la resignación pueden contribuir, de manera involuntaria o inconsciente, a consolidar un “nuevo” modelo de sociedad radicalmente apartado de los principios y valores que hemos construido durante un siglo de luchas infatigables, esfuerzos solidarios y sacrificios ejemplares.

La crisis económica se ha revelado como un proceso de reconversión social para adaptar el capitalismo a las nuevas coordenadas históricas. De manera muy resumida podríamos decir que la nueva ideología dominante ha demolido dos principios básicos sobre los que se asentaba el orden democrático: el valor del trabajo como concepto social (elemento vertebrador de la sociedad y soporte de la dignidad); y la sustitución de la solidaridad como comportamiento colectivo inspirador de la relaciones humanas, por un “egocentrismo” de nuevo cuño (“primero lo mío”), que resquebraja la convivencia, promueve la división e incita al odio. Con esto ha sido suficiente para imponer un nuevo “sentido común” cuya única finalidad es preservar (y ampliar) el poder de las élites a costa de precarizar (y en casos, esclavizar) a la inmensa mayoría de la sociedad. Nada de lo que está sucediendo pertenece al ámbito de la casualidad o el azar. Una frase muy conocida lo resume con meridiana claridad: “La lucha de clases existe, y la han ganado los ricos”.

En estos momentos (en lo que respecta a nuestro país y por tanto a nuestra Ciudad) nos encontramos en una encrucijada. Ante dos caminos. O se consolida “el nuevo orden”, o lo revertimos. Se perdió la batalla política en las últimas elecciones generales. Es cierto que el escenario ha cambiado; pero no es menos cierto que el poder no ha cambiado de bando. Se sienten fortalecidos y agresivos. La conciencia de que el PSOE no se atreverá a cuestionar realmente el núcleo duro de la política económica les infunde la tranquilidad que proporciona una amplia mayoría parlamentaria (confían plenamente en la solidez de la triple alianza). Los datos objetivos son incontestables. Ninguna de las decisiones claves que fundamentan la involución va a ser revisada en esta legislatura.

El empleo seguirá siendo una mercancía precaria (contratos cortos e inestables recompensado con sueldos de miseria) y sin derechos. La red de protección social se destejerá hasta dejarla en un mínimo que evite el colapso, pero que condene a la población a niveles de subsistencia (en especial, progresivo debilitamiento del sistema de pensiones para favorecer la acumulación de capital en empresas privadas). Como ejemplo incontestable, para que no quede la menor duda de quién manda, exhiben la tiranía de las compañías que gestionan la energía en delictiva complicidad con la casta política.

Este gigantesco expolio de riqueza (obsceno trasvase de rentas del trabajo a los beneficios empresariales), sin precedentes,  que sufre la mayoría social, se va consumando de manera “pacífica”, sin sobresaltos (que nunca interesan al poder porque pone en riesgo el sacrosanta beneficio), mediante la aplicación de una fórmula tan diabólica como eficaz: la precariedad provoca miedo, el miedo sumisión y la sumisión abona el terreno para dar una vuelta de tuerca más, que provoca más miedo… y vuelta a  empezar. Así hasta que quede definitivamente perfeccionada una nueva sociedad esclavista. Personas egoístas despedazándose entre sí para trabajar sumisamente por sueldos de miseria.

El otro camino que podemos tomar es el de la lucha. Duro, ingrato, frustrante, desesperante… pero el único digno… y útil. El único motor de la historia.  Frente al poder, los ciudadanos sólo tenemos nuestra voluntad, nuestras manos y nuestro corazón. Que no es poco, cuando nos unimos.

Es hora de pasar a la ofensiva. Venciendo la pereza, orillando la desconfianza y  superando la manipulación mediática. La verdad, a veces, es muy sencilla. Estamos con las élites o con el pueblo. No hay términos medios. La movilización es la expresión democrática de una voluntad popular de cambio. Nuestra herramienta. Nuestra esperanza.

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