Se avecina una campaña electoral. Como es habitual será un proceso despiadado y cargado de vehemencia. En el modo actual de concebir la política, las emociones han sustituido a los argumentos. Ya nadie se molesta en disimular. Las formaciones políticas no se preocupan de elaborar un programa realista y coherente para fundamentar su acción de gobierno. Saben que es innecesario. Todo se reduce a intentar seducir (en el sentido más perverso del término) a los electores buscando su flanco más débil para llegar a sus instintos más primarios y captar una fidelidad efímera que alcance hasta el recuento de votos.
Este nuevo contexto, fuertemente marcado por la posverdad, se convierte en una dificultad añadida en estas elecciones para Caballas. Desde su origen la controversia y la polémica acompañan a este partido. Éramos conscientes de ello cuando pergeñamos este proyecto en dos mil diez. Mantenerse en pié en medio de un fuego cruzado siempre es una opción de altísimo riesgo. Sobrevivir entre dos incomprensiones contrapuestas supone asumir un desgaste social y psicológico que no es fácil soportar. Así vivimos en Caballas. A pesar de todo, tranquilos y orgullosos. Convencidos de que el intento de predicar la fraternidad, sólo el intento en sí mismo, ya merece la pena. Pero es que en esta ocasión, y por si la vulnerabilidad propia de quien rompe moldes o desborda esquemas no fuera de por sí suficiente, se nos presenta otro nuevo obstáculo. La injusta (surrealista para quien conozca el sumario) imputación del Coordinador General de Caballas en el denominado "caso Emvicesa" abre una vía de fácil ensañamiento para las formaciones competidoras y las mentes simples. Porque son muy pocas (si hay alguna) las personas que quieran saber la verdad; y por el contrario son muchas las que ven en esta circunstancia una extraordinaria oportunidad de abatir a un enemigo muy duro y consistente (integrado por un magnífico equipo humano y bien armado ideológicamente). Este hecho nos lleva a dos preguntas relacionadas, aunque distanciadas en el tiempo, que conducen a cuestionar si nos debemos sentir arrepentidos de las decisiones que hemos tomado.
Primera pregunta ¿Debimos aceptar la dimisión en su día de Mohamed Alí? Para Caballas hubiera sido muy cómodo "seguir el guión" y cambiar de líder. A pesar de estar plenamente convencidos de que en las coordenadas políticas actuales prescindir de la figura de Mohamed Alí es un lujo que Ceuta no se puede permitir, teníamos el relevo presto y preparado. Y de absoluta garantía en todos los sentidos. Sin embargo, ¿Hubiera sido justo sucumbir a la presión de una muchedumbre ensordecida y ávida de "sangre" de políticos convertidos en chivos expiatorios de sus particulares frustraciones y “condenar socialmente” a una buena persona, a hombre honrado? Todos los ciudadanos de Ceuta sin excepción, incluso quienes en público utilizan su imputación en beneficio propio, tienen absoluta certeza sobre la honradez de Mohamed Alí. La lectura minuciosa del extenso sumario no deja lugar a dudas. Aceptando la loable intención de la jueza, resulta más que evidente que se ha cometido (sobre todo por parte de la policía) un tremendo error (algunos consideran que inducido desde círculos políticos e institucionales próximos al propio PP para socavar a Vivas). Acusar a un miembro de la oposición de adjudicar ilegalmente unas viviendas, por el simple hecho de pertenecer a un órgano colegiado que se reúne cuatro meses después de que los adjudicatarios hubieran ocupado esas viviendas, sin tener claro siquiera si era, o no, el órgano competente para ello (y sin mediar una votación al efecto); es una acrobacia argumental insostenible a la que no puede darse el menor crédito.
La vida política sólo tiene sentido si se desarrolla desde la defensa de principios y valores éticos. De otro modo se convierte en una sórdida disputa de intereses mezquinos carente de grandeza. Asumir principios implica tener capacidad de sacrificio para arrostrar siempre las consecuencias que de su aplicación se deriven. Este es el caso. Asumimos la defensa de la verdad y la justicia como valores nobles a preservar. No nos arrepentimos de ello.
Segunda Pregunta. ¿Hicimos bien en promover la denuncia del “caso Emvicesa”? Remontémonos en el tiempo. El "caso Emvicesa" estalla cuando un periódico publica una lista de adjudicatarios de la promoción de 317 viviendas en Loma Colmenar. Se denominó la “lista fantasma” porque nadie sabía quién la había elaborado, quién la había aprobado, ni quién la había filtrado. Cuando aquello sucedió, ante la perplejidad e indignación de todos, fue Caballas el partido que se mostró más expeditivo en la decisión de presentar una denuncia en el juzgado.. El PP dudaba, el PSOE (conocido como el partido neutro) enmudecía, y MDC y Ciudadanos (redivivos profetas de la hipocresía, también llamados mamarrachos) se empeñaban en defender la lista fantasma proponiendo su revisión y aceptando a aquellos que "cumplieran los requisitos". Fue Caballas quien presionó fuertemente al gobierno para que se presentara la denuncia que, hoy, parece (o al menos así quieren que parezca) un fuerte hándicap para este partido en las futuras elecciones. Paradojas de la vida. ¿Nos debemos arrepentir de ello? Caballas, como todos los ceutíes, estaba absolutamente convencida de que la corrupción estaba incrustada hasta el tuétano en la adjudicación de vivienda pública en nuestra Ciudad desde hace décadas. Aunque nunca se hayan podido reunir las pruebas suficientes para convertir esta certeza moral en una verdad judicial. Por ese motivo ante la publicación de una lista evidentemente ilegal no dudamos ni un instante en promover la denuncia. Sanear, de una vez por todas, ese foco de corrupción era un imperativo ético.
¿Qué hubiera ocurrido si Caballas no insiste en su intención? El gobierno habría seguido su línea de conducta habitual basada en la premisa de Vivas de "huir de los líos". Habría inventado una excusa suficientemente creíble para minimizar el "error" de la publicación (descargando responsabilidades en políticos ya cesados) y se habría convalidado la fraudulenta adjudicación. Los partidos de la oposición habrían emitido su rutinaria e inofensiva nota de prensa para cubrir el expediente. Los que figuraban en la lista fantasma mostrarían su alegría vitoreando (como de hecho hicieron) al autor de la adjudicación; y el resto de los ciudadanos habrían avalado con su indiferencia el truculento listado (tal y como venía sucediendo con todas y cada una de las promociones anteriores, contra cuyas adjudicaciones no se registra ni una sola impugnación, queja o denuncia). Hubiera quedado como una adjudicación más al uso.
La intervención firme de Caballas ha dado como fruto un escenario muy diferente. Ninguno de los nuevos adjudicatarios valora en lo más mínimo que disfruten de una vivienda gracias a aquella denuncia. Los que aparecían en la lista fantasma albergarán odio de por vida. La opinión pública, descreída y distante, no reconoce ningún valor político a la operación de saneamiento (en todo caso al poder judicial). Los partidos de la "oposición" a Caballas, son felices y se frotan las manos disponiendo de su "fetiche de la imputación" que les permite atacar a su adversario sin esfuerzo. Caballas se queda sólo de nuevo ante el vendaval de la sinrazón y la maldad. Hay motivos más que suficientes para el arrepentimiento. Pero eso es precisamente lo que distingue a Caballas del resto de formaciones políticas. Los principios no se tocan. Pase lo que pase. Cueste lo cueste. Vivir con la conciencia en calma es la única recompensa válida que debe reportar la actividad política. Hicimos lo correcto.
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