Doy hoy las últimas pinceladas a esa vieja relación hispano-marroquí, que he venido exponiendo en lunes anteriores, que existió en la antigüedad - y sigue existiendo hoy - durante la dilatada convivencia que a lo largo de los siglos España y Marruecos y sus respectivos pueblos tuvieron, con sus luces y sus sombras, que de todo hubo y aun hay. Pero lo cierto es también que la mayoría de las veces esa convivencia fue pacífica, armónica y fructífera, con mutua tolerancia incluso en los aspectos más sensibles, como la religión.
Pero antes deseo resaltar que buena parte de las bases de esa mutua convivencia la pusieron los antiguos moriscos extremeños de Hornachos (Badajoz), unos 4000, que fundaron la República independiente del Salé. Brahim Vargas, famoso corsario que fue el último alcalde morisco de Hornachos y el primer alcalde morisco de Rabat, consiguió hacer muy rica y próspera a la ciudad babaití, a base de dedicarse a la piratería y al comercio con España y otros países ribereños del Mediterráneo, para lo que llegó a disponer de una importante flota de galeones que era temida incluso por las más importantes potencias navales de aquella época. Recién llegado de Hornachos a Rabat abrazaba la religión cristiana, pero luego se convirtió al islamismo. Sus descendientes, son los actuales Bargasch de Rabat, que fue - y continúa siendo - una influyente familia de la capital marroquí.
Otra familia muy influyente que también gobernó Rabat fue la apellidada Naqsis. Igualmente, Tetuán fue, entre 1727 y 1912, una ciudad de lujo, cuna de hombres eminentes que llegaron a desempeñar los primeros puestos del Estado marroquí: los Torres, Lucax, Medina, Erzini, Lebbadi, Salas, Aragón, Delero, Cegrí, Ercaina, Bennuna, Aljatib, Baeza, Requena, etc. Los hornacheños no olvidaron nunca sus orígenes españoles y extremeños; hasta llegaron a acumular en Rabat grandes fortunas con la finalidad de poder algún día regresar a Extremadura, a su Hornachos natal. Entre los apellidos moriscos que más destacaron en Rabat figuran los citados Vargas (Bargasch ahora), Chamorro, Tredambo, Al-Fajar, Zapata (ahora Sebatta), Palambo, Torres, Peña, Chaves, Guevara, Lara, Mendoza, Crisebbo, Cortobi (Córdoba), Cuevas, Sierra, Mendoza, Marchina, Álvarez, Gómez del Castillo.
En 1941, los descendientes de aquellos viejos moriscos españoles eran denominados por el Instituto de Altos Estudios Marroquíes: “Los que se distinguen de los hanifiin, porque son generalmente muy blancos de piel y tienen una fisonomía muy parecida a la europea; son muy limpios y muy urbanizados; sus casas suelen ser preciosas, sus mujeres son muy hábiles en bordados, y parecen tener un mayor grado de civilización”. La huella del pasado morisco de Rabat es todavía hoy visible en la larga muralla rojiza que cierra el lado sur de la Medina de Rabat, conocida como “muralla de los andaluces”, pero fue edificada por los moriscos extremeños llegados de Hornachos, que constituyeron una comunidad que aportó aspectos muy importantes a la historia de España de hace más de 400 años. Se trata de dos poblaciones hermanas de aquella época que por la fuerza quedaron separadas, los que se quedaron y los que fueron arrancados a la fuerza de Hornachos. Fueron echados de una tierra próspera, de huertas llenas de naranjos y limoneros que era lo que más le gustaba, como las norias, el regadío, la agricultura, las fuentes, sus calles y las casas angostas de la parte alta de dicha población; pero que sus descendientes hoy todavía conservan, por transmisión de padres a hijos, el recuerdo, la nostalgia y el afecto de dos poblaciones segregadas debido al fanatismo religioso y a la intolerancia de aquella época.
Pero quiero mencionar también a la labor desarrollada por España durante la época del Protectorado sobre la zona norte de Marruecos, aunque haciendo un esfuerzo de síntesis que siempre exige el corto espacio de un artículo, pero que, al menos, permita conocer, o recordar, cuál fue la obra de los españoles en el vecino país, que apenas es reconocida – quizá por conocerse poco – y por si su mejor conocimiento puede servir a un mayor acercamiento y comprensión entre ambos pueblos, dado que españoles y marroquíes hemos convivido juntos durante muchos siglos, hemos tenido buena parte de la historia compartida, y un largo pasado puesto en común, pese a que luego haya habido momentos de mutuas incomprensiones y de claros desencuentros, tal como suele ocurrir entre vecinos que se relacionan y se tratan, porque siempre los unos nos necesitamos a los otros, y la mejor forma de que recíprocamente nos tengamos estima y afecto es colaborando mutuamente con predisposición y buena voluntad.
Las bases de la influencia de lo español en Marruecos en los últimos tiempos, que comprenden el siglo XX, comenzaron a ponerse allá por el año 1906, que fue cuando se inició la Conferencia Internacional de Algeciras con la asistencia de catorce países, incluido Marruecos. Esta Conferencia finalizó con la firma del Acta por la que se reconocía a Francia y a España una situación privilegiada que convirtió a ambos países en tutores permanentes de Marruecos; no porque España lo hubiera buscado ex profeso, sino porque el territorio marroquí se hallaba en continuo desorden y el poder no era controlado por el Sultán, cuya autoridad se discutía y no era reconocida por distintos grupos que incluso llegaron a mostrarle su hostilidad y hasta en algunos casos hasta a independizarse.
De esa forma fue como españoles y franceses recibieron la responsabilidad histórica y la legitimidad internacional para tutelar y proteger el país norteafricano, con la importante misión de mantener el orden, de facilitar las reformas económicas y administrativas, de crear un ejército propio y de organizar la Administración del país en todos los aspectos. Y fue el mismo Sultán Muley Hafid el que en 1912 firmó el Tratado de Fez, aceptando el Protectorado. Ocho meses después se firmaría el acuerdo hispano-francés en el que se establecían las respectivas zonas de influencia, declarando a Tánger zona internacional. La zona Norte asignada a España fue la más pobre, con unos 19.656 kms cuadrados, una población de unos 700.000 habitantes, sin apenas contar con ciudades ni vías de comunicación, siendo agreste, árida, montañosa e improductiva, con la sola excepción de la penillanura atlántica del río Lucus, que era fértil.
Marruecos estaba por entonces dividido en numerosas tribus opuestas entre sí y bastantes de ellas escapaban a la autoridad del Sultán, con varios líderes por medio que pretendían hacerse con el poder, como Muley Mohamed, El Raisuni y Abd-El Krím. Ello por sí solo da una idea del caos y la anarquía en que estaba sumido. Tan difícil situación suponía un reto para España muy difícil de superar, y ni siquiera estaba nuestro país dispuesto a afrontar tan anómala situación, porque entonces atravesábamos una muy difícil situación económica equivalente a un país empobrecido tras el desastre colonial sufrido en América. Todo ello llevó a los distintos gobiernos españoles de turno a no tener una estrategia clara y decidida, sobre todo, por el elevado coste financiero y en vidas humanas que se intuía que se iban a exigir, tal como después lo corroborarían los hechos. Marruecos carecía de las más elementales infraestructuras, y tenía una organización que más bien era ejemplo modélico de la mayor desorganización.
España atendió, en primer lugar, a pacificar la zona que le correspondía tutelar, habiéndolo intentado a toda costa hacerlo de forma pacífica y civil, pero teniendo siempre en cuenta que se partía de una situación de casi general desobediencia al Sultán como Soberano. Había cabilas que llevaban siglos escapando a la autoridad de la monarquía, con una autonomía administrativa y también de organización que alentaba su espíritu de independencia. Ante tal estado de cosas, correspondía a España imponer el orden y restituir la autoridad del Sultán, debiendo someter e incluso desarmar a unas tribus y grupos irregulares que si bien no eran muy numerosos, estaban integrados en el medio, muy dominadores del territorio y de espíritu muy aguerrido.
Esta labor de restitución del poder se inició al retirar España su apoyo al Sultán que entonces era pretendiente al trono, Bu Hamara (alias “El de la Burra”), que llegó a poner en peligro la autoridad de los sultanes y hasta la existencia de la propia dinastía alauita, de no haber sido por la decidida intervención española que fue decisiva para que luego recuperara el poder. Con este escenario por delante, España se vio prácticamente empujada a utilizar la fuerza para sofocar los conatos de rebelión del pueblo bereber que se resistían a ver el poder en manos extranjeras y atentaban contra la misma autoridad del Sultán, llegándose así a 1912, fecha en que tal estado anárquico desembocó en la pérdida de soberanía del país.
España se propuso restituir a toda costa la autoridad del Sultán, tal como correspondía a la misión que tenía encomendada; pero surgieron cabecillas guerrilleros como Muley Hafid, El Reisuni, Muley El Mhedí, hasta el extremo de que Abd-El Krim proclamó la República del Rif tras el desastre de Annual, no reconociendo la autoridad del Majzen ni la del Sultán, cuya difícil situación obligó a España a tener que emplearse a fondo. Abd-El Krím pretendió hacerse con el apoyo de España a base de firmar la paz, con tal de mantener la independencia de la República creada, pero como los españoles apoyaban firme y decididamente la legitimidad del Sultán, el intento acabó en fracaso de los independentistas, cuyo cabecilla bereber terminó por entregarse a los franceses, con los que firmó la paz, pese a haberse comprometido antes ambos países protectores a no pactar por separado, sino sólo de forma conjunta. Tras 18 años de hostilidad, por fin, el 10 de julio de 1927 quedaría sometida toda la zona. Y, a partir de la pacificación, España pudo ya dedicarse a su labor pacífica y fecunda.
Tras la pacificación, nuestro país se dedicó a organizar la Administración y a crear las bases económicas y sociales de la región. Instaló consultorios médicos en las cabilas para atender a la población civil, creó numerosas escuelas y construyó un nuevo tejido social. A través de las Intervenciones se impartieron la cultura, principios y valores como los de amor al trabajo, una exquisita educación, justicia, ecuanimidad, gran respeto a la religión musulmana y a los usos y costumbres del pueblo marroquí, desarrollo de la agricultura y de actividades económicas y de explotación de los recursos para la creación de riqueza, mediante la puesta en funcionamiento de medios de producción como la agricultura, ganadería, industria y repoblación forestal.
España construyó en Marruecos 394 kms de carreteras nacionales, 1.144 kms. comarcales, 1.038 kms locales y 1,159 de carreteras elementales; también puentes, edificios públicos, obras de canalización y abastecimiento de aguas, pavimentación de calles y alcantarillado. Se hicieron 15 embalses de agua con zonas de regadío. Se construyeron las líneas de ferrocarril Tetuán-Ceuta, Tánger-Fez y Larache-Alcazarquivir. Se instaló una amplia red telefónica por toda la zona que desplegaron las Transmisiones militares españolas y se ampliaron los puertos marítimos (¡que excelentes servicios prestó el arma de Ingenieros!); se fundaron granjas agrícolas, se repoblaron zonas montañosas, se crearon unas 30 fábricas.
En 1932 España reguló en la zona el derecho de asociación, en 1952 se autorizaron los partidos políticos. Y en 1956 concedió la plena independencia.
España, en fin, hizo una gran labor en Marruecos; contribuyó decisivamente al mantenimiento de la monarquía alauita, invirtió en Marruecos ingentes cantidades de dinero que para ella misma no disponía como lo acredita el hecho de que, sólo varios años después de que en 1956 repatriara sus tropas del Protectorado, fue cuando pudimos iniciar los planes de desarrollo en nuestro propio país, contribuyó a llevar al pueblo marroquí la cultura, el progreso y la modernidad; todo a base de grandes esfuerzos y sacrificios, y habiendo tenido que perder en toda esa enorme tarea la vida de muchos miles de españoles. No parece tan extraño, pues, que ahora en algunas ciudades del norte de Marruecos haya marroquíes que quizá se estén dando cuenta de ello, y que quieran a España.
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