Opinión

Moral y globalización

Imaginemos qué hubiera sido nuestra infancia teniendo libertad plena para hacer lo que nos diese la gana! Pues hubiésemos ido de capricho en capricho, de deseo en deseo, de placer en placer, sin límites. Pero ahí apareció la figura de papá y mamá y después la del maestro que decían sí o no a nuestras ocurrencias, a nuestras veleidades, y que por el tono de sus palabras, por sus miradas y sus gestos entendíamos que estaban dotados de una autoridad personal, que sin saber aún por qué, había que respetar. Más tarde entendimos que esa fuerza de persuasión no era genuina y generada en aquellas personas, sino que procedía del actuar por delegación de otra autoridad más amplia y exigente que asumían por sus roles de padres y maestros; es decir, una autoridad adquirida por el hecho de serlos. Una obligación de transmitir una línea de conducta heredada de generaciones precedentes, por la misma vía; ese conjunto de actitudes y criterios necesarios para la convivencia, desde lo personal hasta lo colectivo, que regulan en toda su amplitud ese ente del que formamos parte que se llama Sociedad.

Así, desde niños se arraiga en nosotros la conformidad y no intentamos discrepar de esa organización que nos educa, que es como un organismo vivo cuyos elementos se entremezclan unidos por lazos invisibles que se subordinan unos a otros en una jerarquía aceptada por todos, a la que nos sometemos intuyendo un aparente beneficio del conjunto y que a la vez exige cierto sacrificio de cada parte.

Hay una diferencia con un organismo vivo que se rige por leyes necesarias; la de los hombres es una organización, la sociedad, que está constituida por voluntades libres y que se caracteriza por sus hábitos y costumbres, que como un organismo artificial, juegan el mismo papel que las necesidades de los organismos vivos.

Esos hábitos y costumbres en los que se sustenta la relación de una comunidad, que todos entienden, que todos practican y que de su utilidad están convencidos (no han conocido otros) son admitidos por la razón y son orientados como concepto del bien y constituyen su moral.

Esos hábitos y costumbres tan arraigados que responden a las necesidades de la comunidad llegan a convertirse, sin ser escritas, en “leyes” de obligado cumplimiento; leyes que conforman el llamado Derecho Consuetudinario o Ley de la costumbre.

En cualquier caso leyes que pudieron ser de arbitrario cumplimiento en otras épocas, ahora son las Leyes escritas que marcan la pauta de nuestra convivencia que son el reflejo de las normas y valores que rigen la vida cotidiana, que es lo que llamamos moral social: una moral social resumen de hábitos, algunos hábitos de mandamiento, y la mayoría de ellos que son hábitos de obediencia y que ejercen cierta presión sobre nuestra voluntad; obediencia de la que si nos apartamos, la “inercia” nos arrastra de nuevo hacia ella. Esa moral social en la que se apoya la convivencia es la verdadera armadura que nos une como un bloque.

En otro tiempo fue la moral el rasgo identitario más relevante de la sociedad. Fue el Cristianismo y su moral cristiana quien definió la identidad de las personas, hasta el punto de marcar una profunda brecha en la sociedad para cualquier ámbito de la convivencia, que diferenciaba hasta la segregación entre buenos y malos, creyentes y no creyentes, fieles e infieles…..derivando la disociación hasta convertirse, en el ideario, en perseguidores y perseguidos, en verdugos y reos ( Y todos, ignorantes, lo creyeron). La religión como rasgo diferenciador absoluto fue determinante: Reyes, Emperadores y Sultanes con su moral religiosa llevada hasta el fanatismo dividieron a la humanidad en bandos irreconciliables de los que aún en el siglo XXI quedan flecos que perduran. Bandos que lucharon entre sí en sangrientas guerras interminables, tanto en los territorios de Oriente contra el mundo de religión mahometana, o entre las sociedades de Occidente con sus diferentes matices del Cristianismo (católicos y protestantes). No obstante hay que reconocer que hubo que esperar al Cristianismo para entender una fraternidad universal que implicase igualdad e inviolabilidad de las personas; pero si ese fue el mensaje original de su moral, el Cristianismo y la esclavitud consentida por la Iglesia Católica convivieron más de mil años: San Pablo promovió tolerar el esclavismo, así como también los “Padres de la Iglesia” trataron con ambigüedad dicha cuestión hasta que San Agustín en el siglo V, justificó la esclavitud desde un punto de vista teológico creando los argumentos necesarios para que ésta ya, no sólo fuera consentida de forma legal e institucional, sino que también desde el ámbito de la moral cristiana, se admitiera como una manera más de relación entre seres humanos. Hay cierta similitud entre la moral derivada de la filosofía estoica y la moral cristiana; de hecho Séneca y San Pablo fueron contemporáneos y mantuvieron un nutrido epistolario; en cualquier caso, las dos…..una moral de sometimiento, de mortificación, de represión de las pasiones; la estoica, en pos de la virtud; la cristiana, en pos de la recompensa en el otro mundo.

En España la esclavitud de africanos negros (o de cualquier raza) fue auspiciada tanto por la dinastía de los Austrias como por los Borbones desde el siglo XVI hasta finales del XIX. Ya dijo George Berkeley, el obispo protestante irlandés, ideólogo religioso de la colonización inglesa en tierras americanas: “Y si los esclavos eran convertidos a la fe cristiana y bautizados, seguro que serían mejores esclavos”.

Pero igual que el resto de elementos que rodean la actividad y el desarrollo humanos, la moral y la ética también se encuentran sujetos a los procesos de transformación histórica; a las diferentes corrientes de pensamiento, a los vaivenes de la actividad cultural e intelectual, a la evolución científica y económica (capitalismo), incluso a la concepción que el ser humano tiene de sí mismo.

Podemos sostener que eso de “una moral intachable” siempre ha sido una anécdota; pues el hombre siempre ha sido “víctima” de sus circunstancias, a las que se entrega sin remisión.

El hecho de la globalización, ese fenómeno que se impone en estos tiempos en todos los ámbitos en las relaciones del Planeta, imparable al parecer, rompe con la idea de los nacionalismos a ultranza, basados en una idiosincrasia religiosa ancestral, y presagia indicios que apuntan a una nueva moral generalizada, más aséptica, de conceptos menos sensibles y menos comprometidos con el engañoso sentimiento religioso-dogmático; que ejerzan su influencia en beneficio de una moral práctica, utilitaria y vitalista dirigida a suspender las graves inquietudes que nos afligen, y que permita la convicción de que se poseen valores capaces de la creatividad necesaria para encontrar vínculos de relación más justos, más solidarios….

Esos indicios de reconversión de la moral, no están totalmente definidos, pero se imaginan como la única solución a la concepción del nuevo orden que se avecina.

La globalización que se acerca, desembarazada de dogmas, tabúes e ignorancia exige una moral abierta, laica, basada en criterios de libertad y justicia, una moral de naturaleza que ejercerá por encima de la anticuada, “interesada” y absurda moral religiosa.

La apertura propiciada (sin desearlo) por el sistema capitalista, ha desvanecido el sentimiento de opresión social y acelera el afán de liberación de las masas oprimidas …. de nada valen ya las Bienaventuranzas. Se acabaron las promesas, adiós a las utopías …..La justicia y las recompensas, AQUÍ Y AHORA….

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