El anuncio hecho ayer por el rey de Marruecos, Mohamed VI, de avanzar hacia una democracia para el país debe tenerse en cuenta. Si bien es cierto que dicho anuncio se produce en un clima de revueltas en el Magreb, de caídas de dictadores y de cambios, y que por lo tanto no obedece a una querencia del rey por dar mejoras a su pueblo sino a un intento a la desesperada para frenar revueltas, el anuncio como tal es una de las mayores y mejores noticias que se han sucedido en Marruecos en los últimos años. Habrá que saber qué entiende ahora sidi Mohamed por democracia, por aperturismo y por libertades. Y habrá que saber en qué se traducirá esa reforma constitucional que, asegura, reforzará el poder ejecutivo y planteará una división del resto. El tiempo vendrá a garantizar en qué medida el pueblo marroquí puede ir experimentando un proceso de avances y mejoras dejando atrás el sistema de imposiciones, de amenazas y de sustento de un sistema en el que policías, jueces, dictadura y corruptelas se dan con demasiada frecuencia la mano.
Cierto es que la campaña del rey marroquí está dirigida a unas revueltas que le han hecho pupa, pero contra las que, no olvidemos, ha hecho aplicar castigos traducidos en elevadas penas carcelarias. ¿Por qué? Simplemente por reclamar mejoras. Mucho más tiene que hacer sidi Mohamed para que realmente nos creamos que Marruecos va a empezar a ser algo más que un cortijo a lo grande en el que los pobres cada vez son más sometidos y las riquezas terminan siendo manejadas por los mismos, generándose un círculo vicioso que, de romperse, generaría serios problemas a quienes desde hace tiempo esperan el estornudo.
Mohamed VI ha dado un paso, ha hablado de libertades -por ejemplo en la elección de los walis por votación, o en la independencia cada vez mayor de la justicia- ha prometido al pueblo algo de lo que esperaba. Marruecos lleva tiempo sometido, callado, sumiso, pero ahora ha empezado a temblar y el rey lo sabe. Mirar hacia otro lado sería su condena.