El pasado viernes, y con el mayor interés, leí el artículo que, bajo el título “El árabe ceutí, un idioma para la polémica”, publicó el Profesor Carlos Rontomé en este diario, relativo a la conferencia organizada por los autollamados “Caballas” que pronunció el también Profesor Moscoso, venido desde Madrid, sobre el renuente tema del dariya en nuestra ciudad. Por esta vez, y confío en que sirva de precedente, declaro mi pleno acuerdo con lo escrito por Rontomé, aunque, siendo en extremo puntilloso, yo hubiese puesto en el título lo del “árabe ceutí” y lo del “idioma” así, entre comillas, pues está claro que ni él, ni quien esto redacta, estamos conformes con tales términos, aplicados a la llamada “lengua materna” de la población ceutí de origen magrebí.
Viene a decir Rontomé, con acierto, que en este tema se está tratando de hilvanar de alguna forma la idea de dar carácter tradicional a una supuesta presencia musulmana –de origen marroquí, aclaro- en la ciudad, como mínimo desde la mitad del siglo XIX. Nada más distinto de la realidad. Ya el Rey Juan III de Portugal dictó el día 8 de mayo de 1557 una provisión en la que disponía, respecto de quienes venían del Reino de Fez y de otras tierras, que solo se les permitiese estar “el tiempo para hacer sus negocios, y acabado tal tiempo los haréis en seguida volver para sus tierras”. Más tarde, el Veedor o inspector Jorge Seco, que visitó Ceuta con mandato real, reiteró tal prohibición, haciendo constar en los libros oficiales que aquí se llevaban, el día 26 de diciembre de 1585, un expreso requerimiento a “los Capitanes de la ciudad, al que ahora es y a los que por el tiempo adelante fueren, que de ninguna manera consientan que moro alguno entre en esta ciudad si no es de la forma que los dichos reglamentos mandan”, porque ello es “contra el servicio de esta ciudad y de su seguridad”. El propio Felipe IV de España, que para los ceutíes seguía siendo el III de Portugal, reiteró en 1650 que “para el cuidado de la custodia de la ciudad” era necesario guardar las antiguas normas sobre la residencia de gentes provenientes del interior, advirtiendo que “cualquier descuido que suceda sobre este particular será de cuenta del General a cuyo cargo esté el gobierno, no pudiendo alegar disculpa alguna en tiempo alguno”. Extraigo estas instrucciones del “Libro de los Veedores de Ceuta” o “Libro Grande de Sampayo”, verdadera síntesis histórica del devenir ceutí durante los siglos de pertenencia a la Corona lusitana y algunos decenios más, pues en él se registraban cuantas órdenes y mandatos de carácter oficial llegaban a la ciudad.
Y todo siguió así hasta que, en la última decena del siglo XVIII, tras perderse Orán en 1792, se decidió trasladar a Ceuta, teniendo en cuenta su fidelidad, a los llamados “moros mogataces” que allá habían luchado junto a los españoles, lo que les originó la mortal enemistad de sus correligionarios del otro bando. Pero se da la circunstancia de que este grupo que llegó a Ceuta ni procedía de las zonas próximas ni hablaba como los que en ellas moraban, pues lo hacían en bereber, en “tamazigth”. Los moros mogataces, que debieron ser bastante pocos (en 1805 ocupaban 40 plazas en el ejército), arraigaron en Ceuta con sus familias, y siguieron hablando en tamazigth. Como muy bien recuerda Carlos Rontomé, lo cierto es que en el censo de 1875 solo aparecen 91 personas de religión mahometana, una reducida población que, a principios del siglo XX, apenas suponía el 2% de la total. Es más, mi amigo Chaib me comentaba hace unos años que su centenaria abuela, nacida en las viviendas entonces situadas en las Murallas Reales, donde estaba el cuartel de los “Moros Tiradores del Rif”, como así llegó a denominarse la unidad formada por los mogataces, conocía y seguía recordando y hablando el bereber.
Hoy, a consecuencia de un masivo y mal controlado movimiento migratorio iniciado hace apenas medio siglo, se ha multiplicado el número de hablantes de dariya en esta ciudad, pero la realidad es que el primer asentamiento de personas originarias de Marruecos que se produjo en Ceuta tuvo origen en la creación, el año 1911, del Grupo de Fuerzas Regulares, nº 3, con guarnición en esta ciudad, al cual se incorporó también la unidad formada por los escasos descendientes de los mogataces oraneses. Basta con ver los censos correspondientes hasta bastantes años después para comprobar cómo el número de varones de origen magrebí –esencialmente soldados- era muy superior al de mujeres. Así comenzaría a hablarse el dariya en Ceuta, que de “ceutí” solamente podrá tener la incorporación coloquial de algunos términos propios del castellano, pero que desde luego no es una de esas “demás lenguas españolas” susceptibles de ser oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas, de acuerdo con el artículo 3.2. de nuestra Constitución, sino un dialecto propio del norte del vecino país, hablado allí por millones de personas.
Tesis que, por cierto, y como no podía ser de otra manera, es la firmemente mantenida por el Gobierno español a lo largo del tiempo, con independencia de su signo político.
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