Aveces caemos en la arrogante y fácil tentación de pensar que las cosas empiezan y terminan con nosotras. Ese puntito de egocentrismo nos lleva también a creer que todo lo peor está en el lugar en el que nos comemos las lentejas, como si en las demás latitudes todo fuese color de rosa y modélicas formas de comportarse y hacer. Lamentablemente, no es así, ni muchísimo menos.
Como es fácil imaginar, estas falacias se repiten invariablemente en el plano doméstico político. Estamos firmemente convencidas, con esa miopía que nos suele caracterizar, de que los partidos de antes eran de verdad, mientras que los de ahora son cualquier cosa menos un proyecto ideológico con fines transformadores –y que se salven las que puedan, que haberlas haylas.
No obstante, existe un mucho de verdad en que el practicismo, envuelto en la ciega bandera del pragmatismo que todo lo abarca, ha transformado a los partidos en meras máquinas de hacer diputadas. Y poco más, aunque esta situación no sea de ahora, ni mucho menos.
Desgraciadamente, la mercadotecnia no acaba de inventarse y la venta de argumentos siempre se ajusta más a las tendencias de opinión -que en gran medida, también suelen venir muy dirigidas- que a la fuerza de la razón.
Así, el producto ofrecido debe ser bueno, utilizable por todas sin discriminación alguna, tener varias utilidades llegado el caso, fácil de defender en cualquier foro, identificable con nuestras necesidades básicas, susceptible de alcanzar alianzas estratégicas “por nuestro bien” y, sobre todo, debe estar al alcance de todas.
Amigas, con todas ustedes, el cepillo de dientes.
Esta exposición, que sin duda puede parecer una burda parodia, se parece mucho al ideario de los partidos que compiten por el espacio político.
En una estrategia más que populista que luego criticarán en las demás, las responsables políticas tratan de poner en una coctelera todo aquello que, en ese momento, quiere escuchar la opinión pública. Es decir, usted y yo.
En el recipiente programático añadirán los sesudos estudios de mercado, y combinarán todo ello con un “venga con nosotras y participe en la elaboración de nuestro programa”. Esta ecléctica formulación tiene por objeto que cualquiera de nosotras llegue a estar de acuerdo con la mayoría de las promesas de todos los partidos. ¿Quién no está de acuerdo en acabar con la corrupción, el paro y los malos tratos, o a quién le parece mal defender a las humildes?
Al mismo tiempo que estas promesas suelen sucumbir a la presión de las hipotecas de todo tipo adquiridas para llegar a la cúspide y por un clientelismo a ultranza que siempre pasa factura. Las concesiones para trepar en las intenciones de voto suelen ser infinitas.
Paralelamente, se trabaja con ahínco para destruir del concepto de ideología, y todo ello a pesar de vivir en una sociedad que se basa principalmente en las desigualdades. Se nos repite hasta la extenuación que “ya no existe ni izquierda ni derecha”, fabricándose a diario productos electorales que sólo son cambios de fachada que no pretenden cambiar nada. Asimismo, y siempre por nuestro bien, se adaptan las realidades con postverdades (palabro moderno que intenta que la mentira de toda la vida suene menos desagradable) que contengan nuestra ya de por sí muy pobre voluntad de transformación. A este paso, poco nos queda para llegar al Ministerio de la Verdad del 1984 de Orwell ante la pasividad más absoluta.
El caso es que, salvo algunas excepciones personales, todas las formaciones coinciden en un punto: desde el intenso azul, pasando por el rosa, el verde pálido o el naranja descafeinado, todas se afanan para que el statu quo permanezca inalterable. A las informaciones me remito.
A poco que se preste un pelín de atención, podría dar la tozuda impresión de que la mayoría de las lideresas políticas, instaladas en un cortoplacismo enfermizo, se preocupan más por las hojas que por el rábano sin abordar verdaderamente los problemas que acucian a la sociedad porque necesitan de más tiempo de ejecución y, por tanto, restan efectividad electoral. Así de desolador es el panorama.
Como a este H2SO4 se le suelen reclamar alternativas, avanzamos una. Frente a los cotos cerrados que representan los círculos de poder en los que la frase más utilizada suele ser la de “no seas un obstáculo para mi carrera”, quizás debamos recurrir a Platón cuando decía que “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”. Así pues, quizás la solución definitiva sea inundar las formaciones políticas de sangre nueva para que todo empiece a cambiar, y ello a pesar de la maldición del Poder que suele devorar a todas aquellas que pisan su orilla.
Los partidos han adoptado el Modo Frankenstein, en el que se ofrece lo que en ese momento se quiere comprar. Esta lamentable realidad es terreno abonado para las ansias de poder de muchas y se puede asemejar a la famosa frase de Marx (Groucho, claro): “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Pues eso.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero parece que ser sólo la mano útil cada cuatro años no está resultando la mejor de las opciones.
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