No me lleva otro motivo en el ámbito de la salud mental que invitar a la reflexión, remover conciencias, y ofrecer soluciones donde antes había problemas. Vamos a referirnos al siguiente enunciado: “Según la Organización Mundial de la Salud, para el año 2030, la discapacidad psicosocial será la principal causa de discapacidad”. Se trata, sin duda, de una señal de alerta. Sin embargo, introduce cierto derrotismo; parece como si la inacción fuera un destino irrenunciable.
Como soy amigo de los sueños, en mi opinión el enfoque positivo sería: “En el año 2030 los problemas de salud mental se habrán reducido a la mitad”. Ahora, ¿es este objetivo posible? Quiero pensar que no solo es posible, sino que es un mandamiento necesario, básico para implantar modelos de recuperación de calidad, y si bien, nos habla de cierta condicionalidad.
Para dar con la clave, hemos de preguntarnos por el origen de los problemas de salud mental. Según la ciencia, el inicio puede ser debido a una predisposición del código genético, y un evento vital ocasiona el desencadenante. O bien, y cada vez más, el origen puede tener explicación por factores ambientales.
La sociedad de masas, la sociedad de la información y del consumo, han dibujado un escenario de máxima hostilidad, que hace de la mente un organismo frágil, vulnerable.
Este ambiente que nos hemos dado, y en el que nos desenvolvemos, no es fácil, ni mucho menos: frustración, incertidumbre, híper competitividad, violencia, precariedad, culto a la imagen y al éxito, desestructuración familiar, adicciones con y sin sustancia, despersonalización, y por fin, desesperanza.
Ante este panorama hay dos escuelas de intervención. Por un lado, seguir pagando la factura de la salud mental, sea cual sea el coste, insistiendo en un modelo biomédico. O bien, intentar modificar el ambiente descrito, priorizar la promoción de la salud mental, y redefinir el gasto en recursos comunitarios.
El derecho a una atención de calidad y humana nos asiste sea cual sea el porcentaje de afectación, pero la práctica de la escasez es tozuda. Frente a la escasez, la lógica dice: cuanto más reduzcamos el número de personas necesitadas de atención en las unidades de salud mental, mayor calidad tendrá nuestro modelo de recuperación comunitaria, íntegro, multidisciplinar, y respetuoso con los derechos humanos.
La modificación de las circunstancias ambientales se antoja como el camino más corto para alcanzar el buscado bienestar.
A partir de cierto umbral, o número, la normalización de los procesos que rodean la salud mental entran en un estado de parálisis, a la luz de la situación actual. El sistema se muestra incapaz en cuanto al progreso vital de las personas con discapacidad psicosocial.
El primer paso para revertir esta situación sería extender el mensaje de la salud mental como fundamento básico del individuo, en lo que sería una conexión universal.
Un problema de salud mental es ante todo una experiencia de dolor, y la política, como estructura correctora tiene mucho que decir.
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