Opinión

La moda

Jugaste como siempre y perdiste como de costumbre. Este eslogan puede tenderse como inicio a unas reflexiones de una persona.

Voy a contarlo en primera persona, pero debo de advertir que es una confidencia de una persona.

Yo era un ser humano vulgar y corriente, donde lo que prevalecía era lo que yo quería.

No podía saber que todos me reían la gracia y simplemente era por una obediencia debida.

Esa que se hace a un superior, tanto de rango militar, como civil, o a lo que se pudiera referir.

Pero las ilusiones de ser un “ser supremo” decayeron poco a poco, sin poder darme cuenta.

Primero por llegar a nuestro centro alguien que me hizo sombra y luego tener una dolorosa traición dentro del ámbito familiar.

Los primero fue un hombre que solo con decir que le mirarán era decir que era un armatoste lleno de músculos hasta en las orejas.

De seguido tenía esa cara que enamoraba.

Como dicen en mi tierra: “Lo querría incluso para mí”.

Y así nos tenía a todos colgados dentro de una nube.

Esa que decía: “Que cada día, podía ser un gran momento, para hacer a un músculo un poco de sufrimiento”.

Y gracias al cual podríamos mejorarlo.

Yo me observaba en mi espejo y solo en principio veía esos bellos ojos que eran patrimonio de mi madre que me los había dado a manera de herencia.

Pero lo demás no le daba importancia.

Pero llegó otro instante de mi querida, pero accidentada vida, cuando de repente pude observarme mucho mejor.

Con los ojos llenos de lágrimas por tener que decir adiós a mi mujer, y a mis hijos, y unos momentos de pérdida de autoconfianza, tuve el valor de echarme un primer vistazo a ese espejo y fue cuando vi una realidad que nunca me lo había planteado.

Era gordo, pequeño y lo único que tenía era esa simpatía característica mía desde siempre.

Me faltaba muchísimo para poder ser un nuevo hombre, pero hasta hoy nunca me lo había planteado.

No tuve que meditar mucho.

Debía de luchar por cambiarme.

Había perdido de la noche al día todo lo que yo creía que era bueno para mí.

Las causas eran evidentes.

No era un hombre de moda.

Era un hombre anclado en una época perdida para lo que es el hoy.

Mire un vaso de agua y me quedé perplejo.

¡Era blanca, traslucida, cuando la probaba no tenía sabor, pero dependíamos de ella. Éramos un alto porcentaje de este líquido!

Mi madre me la daba incluso cuando era pequeñín.

Tenía un biberón exclusivo para este líquido elemento.

Me puso en antecedentes que era para cerrar los huesos de la cabeza lo antes posible.

Muchas cosas le debía a ella. Había sido mi profesora de costumbres, del habla castellana, de estar limpio todo el día, de ayudarme en todos mis enredos y darme consejos.

¡Ay mama mía! ¿Por qué no me advertiste que la forma física es una prioridad?

Mis llantos seguían cayendo y una tupida niebla había caído junto a mí.

No había consuelo en absoluto.

El dolor era tremendo.

Tanto dentro de mí como fuera.

Solo tuve una visita reconfortante, la de mi madre.

Ella fue la que me puso el antídoto.

Esa capa de buena madre que me acogió primero entre sus manos y que luego tras escucharme mis cosas entre lágrimas y que me hubiera gustado escucharme, ya que mi propia madre me parodiaba y me entraba primero risas y luego pena de mí mismo.

Pero cuando le dije mis planes de intentar tener una mejor figura para intentar reconquistar a mi mujer.

Ella me advirtió:

-Hijo es muy buena idea de esculpir ese cuerpo.

Pero que puedas encontrar un hueco en ese lugar que te abandonó no lo veo.

Luego me confesó que la había visto en un lugar muy acaramelada con un hombre.

Y no uno cualquiera sino con el que me había hecho sombra.

Fue un gran palo, pero me forjó un nuevo escudo, una nueva armadura.

Ser un ser humano de moda. Ir al gimnasio todos los días y hacer todo lo posible para esculpir un nuevo yo.

Uno que fuera bien visto por la sociedad.

Si me dejáis decir la expresión de “mala gente”, me quedo más tranquilo por que necesitaba decirlo al mundo.

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