Opinión

El mito de la identidad purificada

Al ser testigo de una elevada tensión política en nuestra ciudad a raíz de los últimos resultados electores ha venido a mi mente el recuerdo de un libro que leí hace unos años y que aún conservo en mi biblioteca. Se trata de la obra “Vida urbana e identidad personal”, del reconocido sociólogo Richard Sennett. Hacía tiempo que no lo ojeaba, pero al mirar el índice han vuelto a la vida ideas que subyacen en el conflicto que ha surgido en Ceuta en estos días post y pre-electorales. El libro está dividido en dos partes: la primera se titula “un nuevo puritanismo”; y la segunda, como contraste, “un nuevo anarquismo”. El concepto sobre el que pivota el nuevo puritanismo que observó R.Sennett en las ciudades norteamericanas a comienzos de los años setenta es el la “identidad purificada”. Sobre esta idea se ha elaborado un complejo mito social en el que el conflicto ha desaparecido y todos compartimos una identidad común. Tal mito es alimentado y reforzado por una agudización de las desigualdades económicas y la segregación del cuerpo social en espacios urbanos con clara tendencia a la homogeneidad socioeconómica, racial, religiosa y cultural. Una de las primeras consecuencias del mito de la identidad purificada es la pérdida de la participación efectiva en la vida social y la disminución de las situaciones que conlleva confrontaciones reales entre grupos distintos. La convivencia social, igual que sucede en el plano personal, tiene que sustentarse en la sinceridad, la negociación y el acuerdo.

Una segunda consecuencia del mito de la identidad purificada es, según R. Sennett, la represión de los discrepantes. Cualquiera que venga a distorsionar la imagen idealizada de nuestra sociedad ficticia es mal visto. Esto sucede, por ejemplo, cuando una televisión de ámbito nacional viene a nuestra ciudad a grabar algún reportaje sobre un asunto de actualidad y a alguien se le ocurre hacer alguna declaración contraria al mito de la comunidad purificada y de la convivencia ejemplar. No tardan mucho los guardianes de la pureza en tachar a estos ceutíes de traidores a su tierra y de transmitir “una imagen negativa de Ceuta”.

Y llegamos, sin duda, a la peor de las consecuencias del mito de la identidad purificada, el incremento de las posibilidades de la violencia. Aunque resulte paradójico, la falta de práctica en la discusión y resolución de ciertos conflictos cotidianos entre los propios vecinos, habituados a una bucólica sociedad carente de desorden, lleva a que la erupción de episodios de tensión social se transformen en situaciones en las que el único medio de resolución de los conflictos parece que sea la agresión y el ejercicio de la violencia. El miedo al otro, frente al nosotros, empuja en no pocas ocasiones a las autoridades a hacer un uso desproporcionado de la policía para responder a determinadas provocaciones. Tal y como explica R.Sennett, algunos de los motines que estallaron en la ciudad de Chicago entre los años 1964 y 1968, “eran mucho menos unas revueltas que un desesperado y apocalíptico acto de autodestrucción por parte de individuos que creían no poder aguantar más”.

No resulta fácil deshacerse del mito de la identidad purificada, para lograrla se requiere cierto grado de madurez colectiva que todavía no hemos alcanzado en Ceuta. Seguimos actuando como un grupo de jóvenes incapaces de plantar cara de verdad a lo desconocido y a una realidad social multicultural y compleja, tanto en el plano local, como en el nacional y mundial. No podemos seguir ocultándonos ante una realidad inquietante en el escenario ambiental, económico y político. Ni sirve de nada tratar de imponer una visión de orden coherente y una imagen purificada de la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Pienso que no hay nada más perjudicial para el futuro de nuestro pueblo que el continuo refuerzo que hacen unos y otros de la idea de la comunidad segregada y distinta. Estamos al borde de una crisis ambiental sin paliativos que nos obliga, como dijo Joseph Campbell, a aprender a ponernos de acuerdo con la sabiduría de la naturaleza y a sentir la hermandad con nuestros semejantes y con todas las especies que comparten con nosotros la tierra.

Frente al mito de la identidad purificada, que atribuye solo valores reales a los integrantes de nuestro particular grupo social, étnico o religioso, debemos contraponer el mito de la vida, aquel que no habla en exclusiva sobre nuestro particular colectivo o ciudad, sino que lo hace sobre una humanidad con un mismo destino colectivo y una extraordinaria riqueza individual. No hay que mirar a nuestros conciudadanos desde el miedo, el resentimiento o los prejuicios, sino reconociendo en el otro el mismo valor que le damos a nuestra vida y a los seres que amamos. Tenemos que trabajar de manera conjunta para que todas las personas tengan la oportunidad de vivir una vida digna, plena y rica. No es un objetivo fácil ni exento de dificultades. El camino es tortuoso y peligroso, pero mucho más llevadero si nos armamos con altas dosis de sabiduría y sinceridad.

El gran fracaso de la política actual es, precisamente, la falta de un diálogo sincero y constructivo. Cualquier solución eficaz a los muchos retos que atenazan el futuro de Ceuta debe venir de un correcto diagnóstico de la situación ambiental, económica y social de nuestra ciudad. Una vez asumida la realidad de Ceuta será posible plantear medidas tendentes a resolver los problemas más acuciantes y perentorios. Y aquí, una vez más, será necesaria una alta dosis de sinceridad para reconocer que hay problemas cuya solución depende de que se reorienten los ideales últimos y los propósitos de toda nuestra civilización. Con la misma sinceridad habrá que asumir, igualmente, que ciertas cuestiones requieren un nuevo planteamiento, otros métodos y nuevos órganos de ejecución y control, lo que implica tiempo y un esfuerzo continuado. No obstante, hay otros asuntos que dependen de decisiones más cercanas al ámbito local y que pueden tener una incidencia directa en la calidad de vida de los ciudadanos como la limpieza urbana, el cuidado del patrimonio natural y cultural o la dotación de equipamientos sanitarios, educativos, culturales y sociales.

Las campañas electorales municipales tendrían que servir, precisamente, para que cada grupo político mostrara sus propuestas para mejorar el entorno urbano y natural, para dinamizar la economía, para mejorar las posibilidades de acceso al mercado laboral, para mantener los centros educativos y ampliar su cobertura, para ayudar a quienes más lo necesiten, para fomentar la investigación, para que las dotaciones y equipamientos sociales y culturales lleguen a toda la ciudad, para incentivar la creatividad empresarial y artística, para incrementar el número de espacios libres y zonas verdes, para implicar a los ciudadanos en la vida cívica o para restaurar nuestro maltrecho patrimonio cultural. Habría que exigir que estos programas fueran viables tanto desde el punto de vista legal, como financiero. Los ciudadanos ya estamos cansados de cantos de sirena y de propuestas inviables. Y todavía estamos más cansados de que las campañas electorales consistan en un cruce de descalificaciones entre los adversarios políticos dejando a las claras que les importa más alcanzar el poder que hacer un buen uso de los recursos que los organismos públicos disponen para satisfacer las necesidades de los ciudadanos.

No todo debería valer para alcanzar el poder. Ciertas estrategias para aglutinar el voto como apelar al sentimiento identitario, religioso o cultural pueden tener un elevado coste social a corto y medio plazo. Los extremos se retroalimentan y dejan sin espacio a los planteamientos más conciliadores y beneficiosos para el conjunto cívico. El griterío y la descalificación no dejan percibir ese algo que en opinión de Walt Whitman está sutilmente entretejido con la naturaleza, la materialidad y la materialidad de una tierra. Este algo es el espíritu del lugar, o lo que llamaban en la antigüedad clásica el genius loci. Este espíritu está arraigado en las raíces invisibles y en los más profundos significados de Ceuta. Requiere un gran esfuerzo sensitivo e intelectual percibirlo e intentar darle forma tangible para revitalizarlo y así sirva para reforzar la identidad colectiva y alimentar el alma de los ceutíes. Con suma modestia quiero decir que he percibido algo del espíritu de Ceuta explorando su subsuelo, paseando por su naturaleza y estudiando los mitos y leyendas que tienen como escenario la península ceutí y el Estrecho de Gibraltar. Estos mitos permiten convertir en ritos, símbolos y relatos las emociones e ideas que conforman aquello que Carl G. Jung denominó el “inconsciente colectivo”. Se trata, en definitiva, de una fuerza que brota de lo más profundo de la naturaleza y el cosmos y que, como adivinaron autores como Whitman o Geddes, es el ingrediente fundamental de una vida sana y plena. Podemos alimentarnos de esta savia vital y crecer gracias a ella en el plano colectivo e individual, o dejar que el odio, el resentimiento, el puritanismo identitario o los prejuicios arruinen nuestras vidas y las de las próximas generaciones. Nosotros estamos de paso. No nos pertenece esta tierra. Lo único que tenemos es nuestra efímera existencia. Podemos aprovecharla para que la vida prosiga y se renueve, o bien despreciarla para satisfacer los deseos del ego.

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