Categorías: Opinión

Misericordia

¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza en esta vida frágil y liviana?’. Francisco de Quevedo
La palabra ‘misericordia’ tiene dos acepciones que muestran su valor polisémico y nos remite a la riqueza de nuestra lengua, a sus vicisitudes, al legado histórico y cultural que representa. El significado más común es el que nos proporciona el DRAE ‘Virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos’, el otro es ‘Puñal con que solían ir armados los caballeros de la Edad Media para dar el golpe de gracia al enemigo’. La primera nos abre el pórtico de la ‘filía’ griega, porque sin ésta no se entiende la necesaria disposición para el actuar acordado con la moral y la ética; la segunda, sin embargo, nos acerca a la muerte con toda la carga de incertidumbre que la rodea. Hacer de uno el infortunio de ‘el otro’, incorporarlo a nuestra sensibilidad y sentimentalidad sin reparar en el sufrimiento que conlleve, porque nos une en la común condición al recordarnos que somos un cuerpo mortal, recipiente de sufrimientos, como él, y que los ídolos que esculpimos con el afilado cincel de nuestra petulancia en honor de nuestro egotismo, nos hacen cautivos de las riquezas y nos sumen a la postre en la soledad más terrible, aquella que no podemos compartir con los demás. Lo dramático es tener que empuñar el arma con la que daríamos la muerte a quien sufre ¿pero hay piedad en esa acción? Esta cuestión convulsiona a nuestra sociedad en un debate de difícil solución porque atañe al núcleo de la misma vida, a aquella en que nos identificamos como humanos. En nuestro tiempo, sometido a violencia, rapiña, delito y mentira que se han hecho tan cotidianos como banales, la presencia del justo, de aquel que mira en el otro su propia fragilidad y lo acoge con generosidad, considerándolo su igual, se ha vuelto rara, mientras que el malvado se ha visto convertido en referencia, pues se le escucha, se le mima como fuente de parabienes en una sociedad con el espinazo moral quebrado. Ya no está separado del común, convertido en un hecho aislado porque es objeto de desprecio y se ha vuelto más popular que el justo porque todo está constituido de forma contraria a la razón moral y a la ética. Cegados como estamos por el sol negro de la injusticia, somos incapaces de encontrar entre los demás la luz cálida de la galdosiana Benina.

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