Sus padres le enseñaron a pasar horas y horas devorando libros de la biblioteca que atesoraban en la casa familiar, al lado de la iglesia de Tetuán. Una ciudad que guarda momentos muy felices de su vida y en la que residió hasta que viajó a Madrid para sumergirse en la etapa universitaria de la Complutense. Años convulsos que pasó enfrascada en la Filología Románica y que concluyeron con un buen expediente y el inicio de la carrera profesional. Desde el primer día hasta el último, en el IES Abyla. Allí fue donde conoció a su marido, profesor de Física.
–De aquella primera clase a la última hace un año, ¿notó mucha diferencia?
–En la primera clase iba con muchísimo entusiasmo y con miedo también porque no sabes lo que vas a encontrar. En la última sentí lo mismo.
–¿Está siendo dura la jubilación?
–Pensaba que iba a ser traumático, que no podría vivir sin poder ir cada día a mis clases, pero me he dado cuenta de que he sobrevivido, además con una adaptación plena y satisfactoria.
–¿Cuál cree que ha sido su mérito en el trabajo?
–Disfrutar muchísimo. Ahí radica el mérito y el éxito. Y también la suerte de haberme podido dedicar a lo que siempre me ha entusiasmado. Con tal de seguir encontrando nuevas vías, mejores métodos de enseñanza e incrementar mis conocimientos, seguía formándome e iba donde fuera a realizar cursos y a compartir experiencias con compañeros. Con los jóvenes siempre me llevé muy bien y el entusiasmo que muchos tenían.
–¿Cómo recibe la medalla?
–Muy contenta, consciente de que hay gente que se la merece más que yo, pero feliz por poder simbolizar a un cuerpo que no está muy bien tratado. El profesor es alguien fundamental e importantísimo para el futuro.
–Mujer, profesora vocacional, esposa y madre dos hijos. ¿Ha sido complicada la conciliación de la vida laboral y familiar?
–He sabido llevarlo muy bien, pero recuerdo como especialmente duro el año en que logré la plaza, opositando y con un niño recién nacido. Tenía 30 años y conseguí la única plaza que salía en Ceuta aunque estaba dispuesta a irme donde fuera necesario. Conseguir plaza supuso para mi una tranquilidad absoluta. El año anterior lo había conseguido mi marido. Ya cuando saqué la cátedra no lo recuerdo tan angustioso, mis hijos eran más mayores.
–¿Qué le enseñaron sus alumnos?
–Tu tienes que adaptarte a ellos. No puedes imponerte. Nunca he sufrido el síndrome del profesor quemado. La clave es que no me he rebelado ante la situación, sino que he visto lo que hay y me he adaptado.
–¿Considera que ha bajado la calidad en la educación en España?
–Sí.
–¿Y se ha tenido que adaptar?
–Sí.
–¿Y eso no es realmente lo más duro?
–Mucho más duro es no aceptarlo y revelarte y amargarte. Cuesta mucho, es cierto, pero luchar contra eso no tiene sentido. He querido seguir disfrutando.
–¿Aún viviendo el descalabro del sistema educativo?
–He pasado por tres sistemas. El mío, el de mis hijos y el actual. Pienso que el BUP y el COU ha sido el mejor. Que antes el alumnado era más escogido y que hay que procurar dar salida a los alumnos que no quieren estudiar y no les interesa la Secundaria,... pero yo no soy ministra...
–Pero tiene una Medalla al Mérito en el Trabajo...algo sabe...
–(Risas)No se, de verdad...
–¿Le preocupa la situación?
–Sí, por supuesto. Ahora pienso en mis nietos.
–¿Qué ha sido lo mejor y lo peor?
–Lo mejor es seguir disfrutando cada día de mi verdadera vocación que siempre ha sido la enseñanza. Hasta los últimos años porque me he ocupado de la biblioteca del centro y no he dejado de aprender. Lo peor sin duda es que la sociedad no reconozca esa labor y chocar con unos padres y una sociedad a la que no le interesa la educación o la formación de u nos hijos.
–Díganos el secreto para ser una buen profesor de Secundaria.
–Paciencia...muchísima. Mano izquierda, vocación y sentido del humor. Si no, es imposible.
–¿Cómo se es un buen pelota?
–Se nota tanto y es tan ficticio que no sirve para nada.
–¿El alumno ideal?
–No es el más listo ni el más estudioso pero si el que tiene más interés y se esfuerza más. Es extraordinario encontrar a alumnos brillantes que posteriormente han seguido el camino de la enseñanza y de las letras. A esos les tengo un gran cariño. A muchos. He tenido muy buenos alumnos.
Los secretos: paciencia, humor y una gran vocación
Decía Baroja que cuando se hace uno mayor, le gusta más releer que leer. Hablando con Gloria Muñoz uno siente que ella siempre ha optado por lo primero. Se autodefine como una mujer optimista que mira el vaso medio lleno. Gloria será desde la concesión de la medalla una ‘Excelencia’. Asegura que si volviera a nacer mil veces, otras tantas regresaría a las aulas a permitir a los alumnos abrir ventanas de sapiencia literaria. Está convencida de que “hay que sacar fuerzas de flaqueza de dónde sea, de lo más profundo, de la vocación” y enfrentarse a una profesión “maltratada por la sociedad” pero que ella ha sabido disfrutar con grandes dosis de humor y paciencia. Es positiva. Ni siquiera vivir durante una década el deterioro de su madre, aquejada por alzheimer, consiguió arrebatarle la vitalidad de acudir cada día al instituto a seguir formando a miles de jóvenes ceutíes en el terreno de la lengua y la literatura. Ahora disfruta de su jubilación e intenta hacer con sus nietos lo que su padre hacía con ella y sus hermanos: leerles.