Ceuta ha vivido y vive todavía, mirando hacia la Península y con la espalda al Tarajal. De Algeciras llega casi todo lo que se consume, desde alimentos hasta los zapatos. Y seguimos insistiendo en captar turistas peninsulares que deben pagar, por venir a vernos con cierta comodidad, una importante suma. Sin embargo, casi nadie se preocupa del Sur. De ese territorio donde nuestra moneda representa algo, los alimentos están más baratos que en España y sus habitantes pueden viajar a Ceuta sin pagar nada y con la ventaja de regresar con las ansiadas rebajas y toda clase de mercancías nacionales y extranjeras a precio excepcional.
Solo pensamos en Marruecos para venderles cosas a sus porteadores y disfrutar del tipismo y las playas en fines de semana. Pero se sigue diciendo, a ambos lados de la frontera y en voz baja, que la economía ceutí se apoya en el vecino país, como la de Marruecos del norte se sustenta en el intercambio con Ceuta. En ese fariseísmo a dos bandas, influye naturalmente la política, tanto nacional como extranjera. Lo mismo un hombre público marroquí esgrime la reivindicación sobre nuestra ciudad como elemento de presión, que un periódico o un político español se equivoca, de forma consciente o inconsciente, al hablar de Ceuta. Y con ese ambiente, los habitantes de esta ciudad cometemos a veces el error de no reconocer que Ceuta está en África con frontera a Marruecos y viviendo en parte del intercambio comercial de este país.
Y aquí vuelve a darse una situación confusa y equivoca que debería evitarse. Mientras que determinados círculos marroquíes se lamentan del contrabando desde Ceuta y algunos medios de comunicación españoles destacan esta circunstancia, lo cierto es que Marruecos, al no disponer de aduana comercial, impide en la práctica un tráfico normal a través de la frontera de Bab-Sebta. Aparte de que una cohorte de personas modestas desde Castillejos hasta Tetuán y desde Tánger a Larache, viven a duras penas de este comercio irregular perfectamente tolerado por no existir la referida aduana de parte marroquí mientras España cuenta con un edificio preparado para asumir cualquier tráfico.
Por tanto, parece que la conclusión, evidentemente, es que ambos lados del Tarajal, se vive con la venda sobre los ojos para no negar lo evidente. La alternativa a esta situación kafkiana debe ser estudiada cuidadosamente y puesta en práctica con toda urgencia. Como ya reconoce la Unión Europea, las colaboraciones transfronterizas deben ser apoyadas. Ceuta puede recibir importantes ayudas para irradiar hacia el sur todo tipo de ventajas que nos serían financiadas. Y desde Marruecos llegarían igualmente multitud de cosas que abaratarían sensiblemente la vida de Ceuta. En estos intercambios que Europa está dispuesta apoyar, figuraran sin duda colaboraciones tan evidentes como el agua, la electricidad, el tratamiento de basuras, los materiales básicos de construcción, el tráfico portuario, las empresas mixtas, la cultura, la lengua y un lardo etcétera.
Parece mentira, pero gastamos al año cientos de millones de pesetas en agua cuando a 20 kilómetros de Ceuta existe un pantano repleto; no podemos instalar una planta de tratamiento de residuos sólidos urbanos porque no producimos la suficiente basura para su mantenimiento, mientras en Marruecos precisan de esas instalaciones y de la electricidad que podría generarse; gastamos enormes sumas de dinero en transportes de materiales de construcción cuando a diez kilómetros se comprarían un 30% más barato, lo que de paso nos permitiría conservar los montes dedicados ahora a canteras. Carecemos de aeropuerto y existe uno, recientemente ampliado, a 40 minutos de Ceuta.
Por otro lado, dentro de ese espíritu de colaboración, debería entrar nuestro puerto que, con la creación de empresas mixtas u otras formas de convenio, permitiría relanzamiento de unas instalaciones sin hinterland, y la posibilidad de miles de industrias manufactureras, agrícolas o de pesca marroquíes de canalizar por Ceuta sus exportaciones a España y al resto de la Unión Europea. De esta forma, se podría conseguir que Ceuta pasara a ser esa plataforma comunitaria en el norte de África, un enorme depósito de productos europeos que sirvieran de intercambio legal con Marruecos. Pero, para esto, es preciso establecer colaboraciones económicas y culturales con reparto de beneficios.
En el aspecto del intercambio cultural, las ventajas serían igualmente importantes. Aparte de cubrir el abandono que España ha dispensado en este aspecto a su antiguo Protectorado, Ceuta podría exportar una cultura europea y occidental que Marruecos ávida por recibirla, frenaría de paso veleidades de otro tipo en el país magrebí. Al mismo tiempo, comprenderíamos mejor el Islam, sus costumbres y sus lenguas, a lo que Ceuta ha vivido de espaldas tradicionalmente.
Ya nuestro anterior ministro de asuntos exteriores, reconocía hace años a la Cámara de Comercio, que ese clima de colaboración era deseable y el actual encargado de la misma cartera ministerial, aunque más tímidamente, se pronuncia por estudiar posibilidades. En este sentido, España debe plantear la situación de una ciudad que, sin ser aduana sur de la Unión Europea, debería aspirar, por encima de los muros y de las alambradas, a ser la representación en el Norte de África del modo de ser europeo- español. Pero todo ello en un clima de colaboración y ayuda que, en modo alguno, estarían reñidos con el debido control, el cual, por otra parte, deja mucho que desear en estos tiempos.