No me queda ninguna duda de que en este país en el que vivimos las cosas no ocurren como en cualquier otra parte del mundo, seguramente vayamos en contra de la racionalidad y fuera de toda lógica, es más, me atrevería a decir que las cosas que hacemos los españoles son dignas del país de las maravillas al que viajaba Alicia, sólo que sin eso de “maravillas”.
No es de extrañar que tenga esta idea de mi país, cualquiera la puede tener si sigue la actualidad de él en los últimos meses.
Estamos en un lugar donde lo que más nos preocupa es el Barça – Madrid o el próximo nominado en el Gran Hermano, en definitiva, nos encontramos en un país de “chiste”.
Hace tiempo que empezaba a tener sospechas de todo esto, pero lo ocurrido con el caso Gürtel me está despejando todas las dudas.
Como ya indiqué en mi columna de la semana pasada, España está viviendo el caso de corrupción más grande jamás conocido en la historia de la democracia, un caso que no deja de ser portada en la prensa de países europeos como Francia, Alemania o Italia.
Sería un disparate pensar que dirigentes del principal partido de la oposición fueran el eje central de la investigación y que sus superiores se dedicaran a justificarlos y culpar a policía y jueces en lugar de expulsarlos inmediatamente.
Pero como digo, España es diferente, esos dirigentes no se resienten, siguen sacando pecho y ganando encuestas en sus respectivas comunidades.
Pero lo que ha terminado de acabar con mi poca paciencia ha sido el caso del juez Baltasar Garzón. Que el hombre que abarcó una fama internacional por promover la orden de arresto contra el dictador Augusto Pinochet, aquel que lanzó una fuerte campaña contra la guerra de Irak, el juez que destapó la corrupción en España con el caso Gürtel o ese que ayudó a las familias de los fusilados durante la dictadura franquista a encontrar y enterrar debidamente los cadáveres; haya sido denunciado por alguno de estos hechos me parece un atentado contra la democracia.
No quiero dedicar la columna a defender al Juez Baltasar Garzón, pero es bochornoso y vomitivo que este hombre sea el primero en sentarse en los banquillos por los crímenes de la ya dictadura franquista.
No es la película de Tim Burton, no es el país de Alicia, es el nuestro; el de los toros y los cuernos; el de las iglesias y los crucifijos; el de la corrupción; pero no importa, este verano ganaremos el mundial y todos tan felices y contentos.
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