Las crisis agudas alumbran oportunidades impensables. Este aforismo, atinado y contrastado, es de aplicación individual y colectiva. La comodidad siempre es sinónimo de fatídica inacción. Así ha sucedido en nuestra Ciudad, desde hace una década, en relación con los planteamientos sobre el modelo económico. El sector privado de nuestra economía agonizaba de manera indisimulable; pero quien estaba llamado a liderar el proceso de regeneración, el Gobierno de la Ciudad, se aposentaba confortablemente sobre una exagerada mayoría absoluta y un voluminoso caudal de recursos públicos, capaz de alimentar ficticiamente toda suerte de esperanzas y de embellecer la podredumbre que se escondía tras el escenario. Se ha caído uno de los pilares. El PP sigue teniendo muchos votos, pero ya no tiene el mismo dinero. El Presidente se ha quedado sin la piedra angular de su forma de entender la política. Acuciado por las deudas, presionado por los expectantes insatisfechos de toda condición, maniatado para abordar nuevos proyectos megalómanos, sin medios suficientes para mantener el nivel de clientela electoral alcanzado en momentos de opulencia, recortando sueldos a su legión de interesados aduladores, defraudado por el tibio apoyo del Gobierno de la Nación (mucha sensibilidad y poco presupuesto), desasistido por un equipo muy limitado y cuestionado internamente (aunque en silencio) por su nula gestión al frente del partido; Juan Vivas ha empezado a sentir el escalofrío de la soledad. La notable merma de agasajos y lisonjas le permite ver la realidad con más nitidez; y ha comprendido que seguir impasibles ante un brutal crecimiento del paro y una imparable destrucción del tejido empresarial constituye una irresponsabilidad manifiesta de enormes proporciones. La crisis ha devenido en oportunidad. Profeta empedernido de la religión de “hacer de la necesidad virtud”, el Presidente ha decidido tomarse en serio el problema económico de Ceuta. Quizá sea tarde; pero algo se empieza a mover y eso es una gran noticia. Estamos ante una tarea titánica. En primer lugar porque no existen muchas alternativas para consolidar una estructura de actividad privada solvente, sostenible y de dimensión óptima para sostener un modelo económico alternativo. En segundo lugar, porque aun acertando en la elección del camino, no resulta nada sencillo lograr el éxito. Pero al menos ya se cuenta con la voluntad de afrontar la situación desde el consenso de toda la Ciudad. Es un buen punto de partida porque la unidad de todos en torno a una estrategia bien diseñada es una condición necesaria. Aunque, evidentemente, no suficiente. Los primeros escarceos sobre la definición del modelo a futuro apuntan en la dirección correcta. Los hechos han ido imponiendo su ley, venciendo dudas y reticencias, y hoy es prácticamente unánime la opinión de que la economía de Ceuta sólo tiene futuro mirando a Marruecos. Las coordenadas actuales, y la tendencia marcada por la irreversible globalización, impiden que tengamos la más remota posibilidad de revitalizar flujos económicos consistentes y perdurables con la península. Ello no es óbice para planificar e intervenir en un conjunto de sectores de cierta potencialidad que pueden contribuir, muy dignamente, a configurar complementariamente el sistema. Entre ellos cabe destacar el turismo selectivo (náutico, congresos y mayores); una modesta industria ligera (algún proyecto amparado en las reglas de origen, y sobre todo, la industria digital); la reordenación del sector de la construcción para hacerlo más eficiente en relación con el empleo local; la mejora de la competitividad del comercio para fidelizar la demanda; y el desarrollo de nuevos servicios públicos.
Pero lo que debe alcanzar la categoría de axioma es que Ceuta debe vincular la regeneración de su tejido empresarial al desarrollo del norte de Marruecos. El reto consiste en captar la mayor cuota posible de un mercado de millones de clientes de un poder adquisitivo creciente, y miles de empresas en fase de permanente transformación. Para ello se han de impulsar tres líneas de actuación: poner en marcha una estructura comercial moderna y atractiva liderada por las grandes multinacionales; adecuar la oferta de ocio y las gestión de los establecimientos a las características de los demandantes, bien diagnosticadas; y constituir una plataforma de apoyo logístico a las empresas marroquíes, basada en la cooperación y en la exportación de métodos y procedimientos avanzados.
Materializar estas ideas requiere un gran esfuerzo colectivo, presidido por una inquebrantable determinación y una imprescindible dosis de entusiasmo. Pero todo debe empezar por un profundo cambio de mentalidad. Si Ceuta quiere ser una Ciudad de servicios, tiene que aprender a servir. Y si pretende prestar servicios a los marroquíes, tiene que superar ese ridículo y rancio complejo de superioridad que embarga todavía a amplios segmentos de la población. No se puede aspirar a vivir de atender a un colectivo al que se desconsidera. Quienes se resistan a este cambio, anclados en nostálgicos prejuicios, deben ser conscientes de que están debilitando extremadamente a Ceuta, al favorecer que el paso del tiempo nos convierta en un reducto económicamente artificial, dependiendo exclusivamente de los fondos públicos. Porque eso tiene visos de epitafio.
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