Categorías: Opinión

Mirando a los tendidos

Permítanme que acuda al rescate de la cordura desde el léxico taurino que honra el título de mi sección “Tercio de Quites”, una columna que reflexiona sin adimentos, sin contaminarse por corrientes ni modas y que intenta ser un soplo de aire fresco a la opinión. Déjenme que pliegue la muleta en la mano izquierda y agarre el estoque con la mano derecha y le de un largo pase cambiao a la progresía ficticia que contamina y difumina una democracia ejemplar.
Nuestro modelo democrático ha sido y es único, refrendado por todos los españoles y aplaudido en medio mundo. Magistral manera de salir de un régimen dictatorial y abrir una ventana a las libertades a un pueblo que había vivido en la oscuridad del autoritarismo más ruin. La transición supuso el triunfo del equilibrio social, de la igualdad de oportunidades y el avance a un sistema beneficioso para los derechos de todos. Sería absurdo obviar que el tiempo transcurre y debemos poner al día ámbitos que se han quedado desfasados, donde debemos replantear su formación y su elección.
Uno de los problemas fundamentales de nuestra rebelde juventud actual es el amplio desconocimiento cultural y particularmente de la historia, quedándose en hechos aislados sin llegar más allá (la “transición” en la educación secundaria no pasa de ser una palabra puente entre la dictadura y la democracia, olvidando explicar lo que supuso en un país que miraba con incertidumbre el futuro). Hemos dado mucha más importancia a las carreritas de los grises detrás de los estudiantes (siempre con banda sonora), pasando desapercibido como muchos estudiantes se organizaban entorno de las facultades de derecho buscando darle un giro al país sustentándose en los ideales que habían cimentando a las grandes democracias europeas. Incomprensible error de la educación, que hace de la historia y sus valores sólo un contenido con una fecha de caducidad, que sólo implica plasmarlo en un papel, pero que nunca se preocupa en que el alumnado asimile la trascendencia de lo estudiado. Nuestros jóvenes desconocen profundamente los distintos episodios de nuestra guerra civil, de los orígenes de la guerra, las batallas, la formación de los bandos y la profunda herida que dejaron en el país. Nos quedamos con una generación que vive marcada por aquello que escucharon, por la intoxicada filmografía, por el distintivo interés de los medios de comunicación que siguen mostrando dos bandos, por símbolos, por corrientes culturales que siguen proclamando una España de dos colores (señalo a la historia de España, pues si escuchan a cualquier joven hablar de la segunda guerra mundial se echarían las manos a la cabeza).
Y me hago eco de la historia por la profunda desinformación que maneja la minoría escandalosa de los indignados. Que son el resultado de una educación fundamentada en el objetivo de cumplir ciclos y que no llega a interiorizar nada para la integridad de su formación como ser humano. Una formación difundida por pensadores idealista, un banco del saber no aplicable, un registro científico sin desarrollo ni práctica posterior (sólo con nombrar la universidad Stanford en San Francisco, California, Estados Unidos, verán un ejemplo de desarrollo técnico y científico desde las aulas y desde las mayores y mejores empresas de ese ámbito que se establecieron en esa zona. Motivación para las mentes privilegiadas, motor de las empresas privadas, selección creada para el desarrollo de la industria y la investigación. Veintisiete premios Nobel los contemplan, pero es fácil para una nación que mantiene vivo sus valores e instituciones).
En definitiva, que la chavalita subida a la marquesina de la parada de metro de Sol, con más rastas que en un concierto memorial de Bob Marley en el mismo Kingston, a mi no me representa, ni a mi ni a los muchos que conocen el sentido de la palabra nación (de la estética ya hablaré otro día ampliamente). Las inquietudes y la defensa de un porvenir justo tienen unos cauces que para quien no lo sepa costaron Dios y ayuda que se consolidaran hace sólo treinta y tres años.
De momento el “spanish revolution” (que hay que ser cutre y torpe para evitar hasta el español en el nombre) sólo ha destacado por defender un mar de ideales en un decálogo imaginario, reflejar un puñado de pensamientos haciendo lírica de aquellos deseos de cambio, abordar el futuro apoyándose sólo en prosaicos lemas de cara a la galería, distinguirse como oradores de unos fundamentos utópicos y concentrarse buscando ser víctimas del laborioso orden público de la policía. Para defender a capa y espada su indignación deberían optar por otros métodos, si en realidad son un movimiento lo suficientemente grande e importante o definitivamente son los cachorros de otros tantos que esperan un resultado.

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