Miramar Alto es un pequeño barrio de Ceuta en el que reina esa tranquilidad típica de pueblo, en el que los niños juegan en la calle y aún se escucha a los pájaros al caer la tarde. Un puñado de viviendas apostadas tras una cortadura mirando al mar donde todos se conocen, se respetan y conviven como una gran familia.
Al caminar por él, se respira solera. Esa que tienen los lugares con identidad. Algo curioso, si se tiene en cuenta que el barrio, como tal, tiene poco más de treinta años. Un tiempo bien aprovechado por sus vecinos, que se han encargado de hacer de este rincón de Ceuta un espacio con nombre propio.
Miramar Alto (también hay un Miramar Bajo, situado a las faldas de este barrio) lo conforman el bloque homónimo, construido para recibir a vecinos de la barriada Orgaz y del Príncipe en 66 viviendas, y los pisos Césped y Mirasol, edificados en el 1956.
El punto de encuentro de esta vecindad es una gran plazoleta, donde transcurre la vida y en la que los que allí habitan atesoran sus recuerdos. Verbenas, paellas en comunidad, mañana de Reyes Magos, juegos de niñez y un sinfín de historias más forjadas entre un vecindario al que se le ilumina el rostro al hablar de su barrio.
Pepe Ramos es el presidente de la asociación de vecinos de Miramar Alto. Una comunidad activa desde la que se trabaja para dar vida al barrio, con iniciativas de todo tipo, ahora paralizadas por culpa del covid. “Somos una asociación pequeña en tamaño, pero grande en iniciativa. A través de ella, hemos hecho de todo: hemos participado en carnavales, en las cruces de mayo…, y en todas las actividades que organizaba la ciudad. En el barrio hemos montado fiestas, juegos, comidas y todo tipo de actividades para disfrutar en comunidad. Lo hemos hecho siempre con tantas ganas y cariño, que a veces hasta nos hemos llevado algún premio. En el vecindario hemos disfrutado mucho de la convivencia, pequeños, mayores, todos juntos, Lo cierto es que se echa de menos, pero esta maldita pandemia lo ha frenado todo”, comenta Ramos.
La sede de la asociación está apagada, una reforma sin acabar y el coronavirus han hecho que este espacio no tenga el latir de antaño, pero su presidente no duda que volverán los buenos tiempos y regresará la música y la diversión que se intuye en las fotos que cuelgan de las paredes de este local; en las medallas ganadas, en el bingo arrinconado sobre una mesa a la espera de volver a servir para repartir regalos en navidades.
En Miramar Alto vive gente trabajadora, muchos ya jubilados. Fontaneros, electricistas, policías, carteros, militares…, personas amables, dispuestas a echar una mano al vecino siempre que sea necesario. Es el caso de Francisco Martín, muy conocido en Ceuta por haber trabajado siempre en la Funeraria Curado y vecino del portal ‘A’ desde hace veinte años. “Mis hijos se han criado aquí, somos una gran comunidad, una familia. La gente quiere vivir en el centro pero lo que no saben es lo bien que se está en Miramar Alto, donde reina la tranquilidad y donde todos nos conocemos y nos ayudamos”, explica.
Entre los componentes de esta barriada hay gente de todas las edades como Antonio Ruiz, con 87 años, que es uno de los más mayores. Tiene dos hijos, cuatro nietos y dos bisnietos, que cuando vienen a ver a los abuelos juegan en la plazoleta, como lo hicieron sus padres. “Todos los recuerdos que tengo de mi vida en Miramar Alto son buenos. Hemos sido muy felices aquí. Ahora mi mujer no puede andar mucho y entre eso y la pandemia no salimos del barrio”, relata Ruiz.
Luis García conforma la savia nueva del barrio. Un joven estudiante comprometido con el vecindario y muy activo como parte de la asociación de vecinos, donde trabaja con Pepe Ramos para organizar todo tipo de actividades para los más jóvenes. “Nuestra generación ha ido yéndose del barrio, pero seguimos siendo amigos porque hemos crecido juntos. En la plazoleta pasábamos las horas hasta que nuestras madres nos llamaban desde la ventana para volver a casa; aquí se vive muy bien, no hay peligro para los niños y reina la paz”, comenta.
Autoservicio Miramar es la tienda del vecindario. El único establecimiento del que disponen para comprar las típicas cosas del día a día que faltan en la nevera y donde trabaja Raúl León. Otro de los jóvenes que ha crecido en el vecindario y donde, confiesa, quiere seguir viviendo porque “conoce a todo el mundo y es muy feliz”.
La calle Juan Bravo Pérez forma parte del recorrido de esta pequeña vecindad. Una vía que Ramos explica que lleva el nombre de este arqueólogo acuático al que los vecinos quisieron dedicar su calle, solicitándolo a la Ciudad y consiguiéndolo para orgullo común de la barriada.
Miramar Alto tiene también una zona de aparcamientos donde se alza un gran árbol que es la joya del barrio. Sus frondosas ramas son dormidero de multitud de aves, que regalan sus melodías a los vecinos haciendo más agradables los paseos de verano al caer la tarde.
Junto al monumental árbol hay una palmera que no tendría nada de particular si no fuera porque fue plantada, hace muchos años, por uno de los vecinos del barrio. Paco Albarracín es quien se encarga de su buen estado y ahora anda preocupado porque no ha sido podada últimamente: “El miedo que tengo es que el árbol tire mi palmera cualquier día de viento, porque hace más de veinte años que la planté y la he visto crecer”, explica este ejemplar vecino.
A pesar de ser un vecindario de pocos metros, también tiene cabida una zona verde, en la que llama la atención la presencia de una decena de pinos plantados por los propios vecinos tiempo atrás. “Hace muchos años hicimos una plantación con los niños del barrio de cerca de 400 pinos, con el paso del tiempo se han ido perdiendo y ya solo quedan unos pocos”, indica Ramos.
De vuelta a la plaza central de este vecindario, Pepe Ramos señala un viejo depósito de agua, ya en desuso, para narrar cómo ha mejorado la vida en el barrio con el paso de los años y meditar en voz alta sobre el transcurrir de la vida: “Antes, hace mucho tiempo, solo teníamos agua hasta las tres de la tarde, luego la cortaban, la vida ha ido mejorando en ese sentido, aunque empeorando en otros; solo hay que mirar como estamos todos con esto de la pandemia… Pero, bueno, no nos podemos quejar. Si uno mira hacia atrás echa en falta a los que, por desgracia, ya no están, pero si mira hacia delante, sonríe al ver que llegan nuevos…, es el ciclo normal de la vida, el relevo generacional de un barrio de buena gente”, concluye Ramos de vuelta a su casa.
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