Opinión

El mirador de la historia

He visto a las letras nacer; he visto a las aguas arrugarse hasta encontrar su cauce, y sin embargo, una pregunta sigue viva en mi interior: ¿Cómo es posible tanta belleza?
Tengo mi tintero y mi memoria llenos de imágenes con que distraer al viajero que desconoce su historia, porque ¿qué es una imagen más que infinitos puntos de luz destinados a encontrarse en la eternidad? ¿Qué es el firmamento quizá?
A veces, pienso que establecer una semejanza es arriesgado, ya que el sol de la perfección nos ciega con facilidad, tal es nuestra naturaleza. Tal es nuestro espejo, tal es nuestro miedo.
Así que haré voto de valor, romperé las cadenas del silencio y situaré el comienzo de la historia en la imagen que ofrece el Monte de la Mujer Muerta. Imagino el rostro del primer hombre que experimentó la cercanía de la piedra gris. A buen seguro que sintió temor y buscó su protección.
He visto las lunas llenarse y he observado las horas de luz con lentitud, y sin embargo, la pregunta sigue ahí. ¿Cómo es posible una imagen tan perfecta? ¿Acaso es una llamada a perpetuar nuestra historia; a la conservación?
Pronto cundió la existencia de este balcón a ambos lados del mundo conocido, y sabios caminantes de toda nación vinieron a experimentar este prodigio y elucubrar sobre los misterios que guardaba la mujer yacente. ¿Existe algún mensaje en la forma? ¿Qué nos trata de decir la naturaleza?
En  un abrigo cercano los sabios llegados organizaban foros de gran nivel, donde se exponían las últimas tendencias del saber que anida en los márgenes y en las encrucijadas de los caminos.
Era costumbre que estos encuentros se prolongaran durante una semana, una vez al año, según los mandatos de la astrología. Eran días de gran dedicación y plegaria, y las noches se tornaban mágicas alrededor del fuego purificador. Estas noches eran conocidas como “noches de la despedida”, y lo que allí se decía pasaba a formar parte de la memoria de los caminos, la cual habría de perpetuarse de generación en generación. (Conocimientos que rivalizaban con las teorías más cortoplazistas de los sabios de palacio, preocupados como estaban por la economía y la política).
Pero, ¿qué son diez mil años en la cuenta de las piedras? Es fino el hilo que mantiene a la historia con vida. Es frágil el sustrato, pero es fuerte su voz si el relevo en el saber se produce con la máxima pureza.
Así, que para calibrar y sellar el carácter fuerte y selecto de los sabios caminantes, los aspirantes habrían de descifrar el mensaje grabado en la roca y que bien podría ser la llave de entrada a la forma de conocimiento jamás evidenciada.
Al fin, se tomó por buena la leyenda de que la madre naturaleza, tras la creación, durmió el sueño efímero de la historia en espera de los sabios que hicieran sostenida la vida del hombre en la tierra.
Quizá debamos preguntarnos cómo queremos que se llame este presente que vivimos en los libros de historia de dentro de doscientos años. ¿Estamos en el inicio o estamos en el fin?

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