Categorías: Opinión

Miradas

Entender la vida del inmigrante, los riesgos derivados de su travesía, el estado en el que llegan a nuestra ciudad resulta imposible para aquellos que nunca han presenciado alguno de los arriesgados desembarcos que recibe Ceuta. Esas miradas tan profundas, esos gestos lo dicen todo. Tengo la suerte de trabajar con fotógrafos estupendos, tanto que son capaces de hacer llegar a sus casas lo que les estoy contando, solamente parándose a contemplar alguna de sus fotografías. La pasada madrugada fue complicada en el Hacho. El desembarco de 16 subsaharianos a las faldas de la Sirena fue extremo en todos los sentidos. Desconocedores absolutos del mar, guiados solo por la luz del faro, los protagonistas de esta nueva historia migratoria fueron a parar a uno de los puntos más arriesgados. Pudieron perder la vida pero lograron su meta en mejores o peores condiciones físicas. Allí, tendidos en la carretera del Hacho, frente a su faro, quedaron exhaustos, destrozados, reconociéndose incapaces de continuar. Sus miradas, perdidas y asustadas, eran el reflejo de lo que acababan de pasar. No hacía falta que hablaran, ni era necesario que contaran sus historias. Esas miradas reflejaban una situación tan límite que solo con contemplarlas una se da cuenta de la suerte que tiene de haber nacido a este lado de la valla, la suerte de intentar salir adelante con menos trabas de las que tienen aquellos que son capaces de perderlo todo simplemente por arriesgar el viaje.
Cada vez que escribimos de inmigración asoma en los comentarios de las redes sociales ese grupo de personas incapaces de entender la vida, incapaces incluso de hacer el debido ejercicio de autorreflexión que les lleve a comprender e incluso apreciar lo que tienen. Se escriben auténticas burradas, se fomenta el odio por el odio sin, tan siquiera, tener capacidad de asimilar una inmigración que, a diario, nos muestra cuáles son las nefastas consecuencias de un desequilibrio provocado por nosotros mismos. Las situaciones extremas en las que se producen las travesías, el estado en el que llegan las personas, las situaciones a las que se exponen son tan radicales y crueles que asusta comprobar cómo, desde el sillón de sus hogares, incluso ocultos detrás de perfiles falsos, hay personas capaces de buscar la criminalización, fomentar el odio o, sencillamente, intentar extender la maldad porque sí. No lo entiendo. Espero no entenderlo nunca. Prefiero quedarme con esas miradas. Así, por siempre

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