Me sucede siempre que regreso a Ceuta después de pasar unos días fuera. En estas ocasiones siento que mi cuerpo y mi alma se revitalizan al cruzar el Estrecho y sumergirme en la intensa luz de Ceuta. Al volver a pisar sus calles aprecio la brisa del mar y el espíritu del lugar que lo impregna todo. Mis sentidos se despiertan ante la belleza de Ceuta y agradezco a Dios que mi vida esté discurriendo en este sitio mítico y sagrado. Este despertar ha sido paulatino. En la infancia y la juventud no somos tan conscientes de los cambios interiores que acontecen según vamos cumpliendo años y acumulando experiencias vitales. Nuestros primeros años de vida son de continuo descubrimiento, experimentación, curiosidad y afecto. Es una etapa de aprendizaje y diversión. Luego llega la adolescencia y la emergencia de nuestra personalidad. Buscamos ser reconocidos por lo que somos y empezamos a imaginar cómo será nuestro futuro. Pronto nos damos cuenta que todo tiene un precio y que no todos gozan de las mismas oportunidades en la vida. Algunos de nuestros amigos de la juventud se perdieron por el camino o no les acompañó la suerte. A otros pocos se nos abrieron las puertas de la formación universitaria y pudimos cumplir nuestras respectivas vocaciones profesionales.
De la Universidad salimos cargados de ilusiones y proyectos que no siempre consiguen materializarse. En mi caso tuve suerte de poder ejercer mi profesión de arqueólogo a mi vuelta a Ceuta. Coincidió mi regreso a mi tierra natal con los primeros pasos de la arqueología profesional fuera del ámbito de la administración. La aprobación de una normativa específica para la protección del patrimonio arqueológico hizo que empezara a generalizarse la obligación de realizar un peritaje arqueológico antes del otorgamiento de las nuevas licencias de construcción. Para mí fueron años de mucho trabajo. Esta etapa terminó con mi nombramiento como asesor de patrimonio cultural en la Consejería de Cultura y Patrimonio. Este puesto de libre designación duró poco, pero me permitió completar e iniciar muchos proyectos patrimoniales. Luego vinieron unos años complicados desde el punto de vista profesional que pudimos superar mi mujer y yo con valentía y decisión. De un día para otro la fortuna volvió a sonreírnos y nos indicó el camino profesional que cada uno debíamos emprender: mi mujer cogió la senda de la educación y yo en el de la gestión de programas públicos de empleo. En esta etapa personal me impliqué, junto a un grupo de amigos, en la defensa del patrimonio natural y cultural de Ceuta. Libramos muchas batallas, pero la desigualdad de poder es tan acusada entre los bandos contendientes que poco a poco nuestras fuerzas se fueron agotando.
El comentado debilitamiento vino acompañado con una nueva crisis en el ámbito laboral. Mientras que la fuerza para enfrentarme a los avatares del mundo de afuera mermaban fue creciendo mi energía interior. Empecé a frecuentar con más asiduidad la naturaleza ceutí y absorber el espíritu de Ceuta hasta alcanzar un punto de saturación tan alto que me vi impelido a comienzos del año 2015 a plasmar por escrito mis intuiciones sobre el lugar en el que nací y al que siempre me he sentido muy unido. Estas intuiciones fueron confirmadas con varios hallazgos arqueológicos que hice este mismo año de mi despertar sensitivo y espiritual. En los años siguientes prosiguieron las excavaciones arqueológicas y mi dedicación a la escritura trascendentalista hasta que un prolongado ciclo de quince años se cerró hace dos años con mi vuelta a la UPD.
El cierre de una etapa es siempre la inauguración de la siguiente. Como el dios Jano miro al pasado para saber de dónde vengo al mismo tiempo que miro al futuro que se abre ante mí. El destino ha querido que mi nueva y definitiva etapa profesional esté centrada en la educación. El abono de mi mundo de adentro ha dado sus frutos y quiero compartirlos con mis futuros alumnos y alumnas. Tengo ante mí la enorme oportunidad de ayudarles a entender nuestro mundo tanto desde el punto de vista de la geografía, como el de la historia, la sociedad, el pensamiento, la cultura y el arte. Nos ha tocado vivir en un mundo cada vez más complejo e incierto. Como previno Arnold Toynbee, el discurrir de los acontecimientos históricos se ha acelerado hasta hacernos perder el control de los acontecimientos. Nadie es ajeno a la tentación de dejarnos arrastrar por la corriente, pero este sentimiento es aún más fuerte en la juventud, etapa en la que se carecen de las anclas intelectuales capaces de mantenernos a flote a pesar de las tempestades que azotan la tierra. Observo con preocupación que nuestros jóvenes son, en su mayoría, grumetes con pocas experiencias significativas y cada vez más aislados de su entorno natural y social. Esta falta general de empatía les desliga de los ideales superiores del ser humano -como la bondad, la verdad y la belleza- y de su consecución a través de implicación cívica, la educación y el cultivo de la cultura y el arte.
No podemos conformarnos con la evidente falta de motivación de muchos de nuestros jóvenes. Una vida sin intención y sin fines pertenece a lo infrahumano. El arte, la poesía, la filosofía, la ciencia o la religión son tan esenciales para el ser humano como su pan cotidiano. Como escribió Lewis Mumford, “no hay pobreza peor que la de ser excluido por ignorancia, por insensibilidad o por falta del dominio del lenguaje de los símbolos significativos de la propia cultura; esas formas de sordera o ceguera social constituyen verdaderas formas de muerte para la personalidad humana”. El desconocimiento de estos símbolos limita el desarrollo de nuestros jóvenes restringiéndoles a un pasado más corto que su propia vida y a merced de un futuro para que nadie les preparó. Sólo recapitulando el pasado, nos recordó Mumford, podemos escapar de su influencia inconsciente; sólo alargando la perspectiva histórica se gana el poder de sacudirse las parcialidades y relatividades de la propia sociedad inmediata. En resumidas cuentas, “si no tenemos tiempo para comprender el pasado no tendremos la visión para dominar el futuro, porque el pasado no nos deja nunca y el futuro está a las puertas”.
A nuestra generación le ha tocado vivir en un momento clave de la historia de la humanidad. Los retos ambientales, económicos, sociales y éticos son de tal calibre que necesitamos una nueva actitud frente al ser humano, la naturaleza y el cosmos. Todo ello debe traducirse en el surgimiento de una nueva personalidad y en un nuevo modo de vida que otorgue a cada hombre y mujer un nuevo valor y significado en sus actividades diarias. La superación de los retos enunciados depende de la capacidad de nuestros jóvenes para renovarse y perfeccionarse. El papel de los docentes es compartir nuestras experiencias y conocimientos para que los alumnos y alumnas aprendan a cultivar su “jardín”. Es necesario trasladarles nuestro entusiasmo por el estudio, la emoción ante la belleza y la capacidad de transformar los pensamientos en acciones concretas capaces de transformar el mundo. El futuro está en manos de nuestros jóvenes. Ellos son los llamados a alzar la voz para defender la libertad, la justicia y la fraternidad entre todos los seres humanos. Tendrán que ir adiestrados en el manejo del pensamiento elevado, la capacidad de síntesis y el idealismo propio de la juventud. Sin consiguen superar el aislamiento al que les invita las máquinas estarán en condiciones de unir sus energías en un esfuerzo sinergético que les permitirá obtener un vida plena y rica no sólo para ellos, sino también para el conjunto de la humanidad.
La tarea colectiva que tenemos ante nosotros es inmensa y si queremos ser efectivos es necesario centrarnos en nuestra localidad. Decía el científico Kauffman que “lo máximo a lo que podemos aspirar es a ser sabios localmente, pero no globalmente […]. Sólo Dios puede predecir el futuro […]. Sólo podemos actuar lo mejor de lo que seamos capaces a nivel local”. Hay mucho por hacer en Ceuta en el ámbito ambiental, económico, social y cultural. Necesitamos la implicación de todos, comenzando por nuestros jóvenes. Hay que ofrecerles un propósito vital que les anime a la contemplación, la reflexión y el estudio. Sé que no es nada fácil lo que me propongo y tengo muy presente las palabras de Goethe: hay que hacer lo que se pueda, y debemos hacerlo allí donde estamos, y sin palabrerías. Tengo suficiente edad para no hacerme demasiadas ilusiones, pues sé “cuán poco es lo que podemos hacer, pero es mejor que se haga” (Goethe). A pesar de las dificultades a las que sé que me voy a enfrentar quiero hacerlo con la mejor actitud: “sin ceder un pelo del ser que me conserva por dentro y me hace feliz” (Goethe). Estoy seguro de que mi nueva etapa me va aportar muchas satisfacciones y espero que también las experimenten mis alumnos y alumnos. Pondré todo mi empeño en lograrlo.