¿Por qué hablar del cuidado?
Reivindico el cuidado como una forma básica de relación entre las personas, así como con nosotros mismos. Cura sui, decían los antiguos filósofos, invitándonos a buscar nuestro equilibrio interior, a descubrir nuestro potencial esencial para estar en armonía con el Todo. Este tipo de cuidado, que va más allá de lo puramente corporal (pero integra al cuerpo también) nos enseña a vivir con plenitud desde la misma aceptación de lo que hay. El santo sí de Nietzsche. El cuidado es una relación con la vida misma manifestada en un yo, en otro o en el mundo.
Curar y cuidar comparten raíz, ambos vienen de la palabra en latín cura, es decir, cuidado. El cuidado ya es en sí mismo una forma de curación. No podemos curar sin cuidar y al cuidar, (nos) curamos.
Claro que este curar no siempre tiene como objeto el cuerpo como se suele pensar, cuyo estado de enfermedad o salud a veces no depende de nosotros por completo, sino el “alma”. Mi propia alma, la del otro y la del mundo.
Amar y Cuidar. El cuidado se eleva a la dimensión del amor, se convierte en disposición a amar, generando un movimiento que va de adentro a afuera, abrazando lo que acontece. Es este un amor que me pertenece como esencia y que en esta manifestación me permite tomar conciencia de mí mismo. El cuidado me permite ver que el amor es mi propia facultad, cuando yo soy más yo mismo sin esperar la vuelta pues soy consciente de que el amor es mi fuerza más profunda junto a la inteligencia y a la voluntad (como nos dice A. Blai)
Es este cuidado el que marca la evolución de la conciencia en la humanidad
“Un estudiante preguntó a la antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. (…) Mead explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. Pues no puedes procurarse comida o agua ni huir del peligro, así que eres presa fácil de las bestias que rondan por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, y que le vendó e inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó”.
Contemplar y cuidar. El cuidado es una forma particular de mirar lo que hay. Una mirada atenta. Un poner atención en el presente, un estar plenamente. Un contemplar con el ánimo dispuesto. Una presencia aquí y ahora desde la que podemos Vivir, con mayúsculas. Un vivir que no se queda en la mera supervivencia, sino que permite que todo nuestro potencial se desarrolle, se despliegue.
“Si ahondo en esta disposición, advierto que, al aprender a acoger mis carencias y mi fragilidad, aprendo a acoger también las de los demás, por lo que el amor a los demás crece igualmente en mí.”
No hay un modo de cuidar como no hay un modo de vivir. Cada uno de nosotros debe encontrar su particular y singular forma de expresión, su propia genuidad.
Durante mucho tiempo el cuidado ha estado restringido a unas formas y condiciones rígidas, ocupándose principalmente del cuerpo, pero podemos liberarlo de sus ataduras y dejarnos sentir ese movimiento de amor mientras nos preguntamos qué es para nosotros cuidar y, sobre todo, desde dónde lo estamos haciendo porque como dice Mónica Cavallé es retener el amor y no darlo lo que ocasiona un gran dolor.
Silvia Artigues
Profesora de filosofía y maestra en Paidos
Filósofa asesora en la Escuela de Filosofía Sapiencial de Mónica Cavallé.
Impulsora de los Diálogos filosóficos en Códigos del Arte.
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