Opinión

Milagro

Hace unos días cuando me encontraba paseando con un amigo me confesó que “a mí me gusta la pesca, como tu sabes, una vez salimos un grupo de amigos a echar el día de pesquera. Cogimos un barco que estaban arreglando, me dijeron que tenía mucha entrada de agua, pero a nosotros nos dio igual ya que teníamos varios cubos y con eso creíamos que era suficiente para poder echar un día en lo que a nosotros nos gusta. La verdad que nos fué muy bien fuimos a varias marcas, lugares donde los profesionales saben por experiencia que los peces se concentran, que yo tengo y que por consiguiente seguro íbamos a tener un buen festín, como fue. Sacamos bastantes especies. Y entre pez y pez una cervecita y otra y así estuvimos enrollados hasta que nos sorprendió una fuerte tempestad que nos puso entre la espalda y la pared.

Nosotros teníamos una patera que estaba impulsada por un motor de tres caballos con  pala larga de los antiguos con la entrada de gasolina por la parte de arriba donde hay un tapón. Cuando empezó el oleaje nos pusimos nerviosos y perdimos el tapón con el engorro que significa eso, que entraba agua a la gasolina y por consiguiente el motor no funcionara. Tuvimos que echar mano a los remos e intentar ponernos rumbo hacia la orilla pero era totalmente imposible. Se nos ocurrió intentar llegar a tierra tirando la potala, que consiste en un tubo que tiene insertado unos hierros curvados, un total de cuatro que en realidad sirve de ancla para poderse agarrar a las piedras. Este tubo esta enganchado por una beta, término marinero para decir cuerda que en el barco solo se le puede decir a la correa que tiene el reloj del capitán,  que es la que se le amarra a la potala y está enganchado al barco.

Cada vez que se tiraba la potala y a la vez agarraba tirábamos con fuerza y así intentábamos acercarnos a la orilla, pero la cosa cada vez se ponía más delicada. Mi hermano que era el que tenía más pericia en el arte de remar se puso al frente de la patera y empezó a bogar, término marinero de remar, con una fuerza tremenda y mucha pericia. Mientras tanto con los cubos que teníamos en la embarcación estuvimos intentando sacar todo el agua posible, pero era inútil por cada cubo que sacábamos del barco entraba cuarenta y por mucho que nos esmerábamos más entraba, teníamos las aguas hasta la altura de las rodillas, el estado de nerviosismo fue “increchendo” hasta pasar a la categoría de descomunal. Todos estuvimos bien pendiente a los acontecimientos y la verdad sea dicha que nos pusimos manos a la obra de rezar cada uno lo que sabía porque veíamos que podíamos ir a pique. En una de las olas se puso mi hermano en la cresta de ella y tuvimos la suerte de ser remolcados hasta unas piedras que se encontraban muy cerca de la orilla quedando incrustados allí. Aunque tuviéramos que perder todas las artes que habían dentro del barco, que fue lo que pasó, pero lo primero era salvar nuestras vidas así que en la siguiente ola nos tiramos al mar y pudimos llegar hasta la orilla. Nos dio tanta alegría que cuando pudimos salir ya de la mar nos pusimos de rodillas y empezamos a dar gracias a Dios y a la vez besamos la tierra de la mar. Tuvimos mucha suerte en llegar y que no nos pasara a nosotros nada. El barco que estaba mal trecho antes de cogerlo para la pesquera quedó como un queso “gruyer” agujereado por todas partes pero a nosotros eso nos importó un pimiento. La zona era las cochineras en el Sarchal, término municipal de nuestra Ceuta. Cada vez que paso por allí me acuerdo de esa terrible experiencia, que gracias a tener una gran “potra”, o enchufe con el más grande, es decir con Dios, pudimos contarlo como anécdota. Espero que te sirva a ti y a tus lectores como advertencia que en la mar hay que tener mucho cuidado”. Los días los tenemos contados, es una expresión que los antiguos decían muchas veces y a estos actores no les había llegado el día del juicio final. Gracias a Dios porque sino no me hubiera sido revelado esta experiencia, aventura.

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