El suceso es, desgraciadamente, muy común. El inicio de la tragedia tenía lugar en 1970 en el aeropuerto de Estambul, aunque la misma escena habría podido desarrollarse perfectamente en pleno 2018 en Ceuta, en Algeciras o en Barajas.
En la vieja Constantinopla, un joven estadounidense, Billy Hayes, era interceptado antes de subirse a un avión con destino a los EE.UU. mientras transportaba varios kilos de hachís adheridos a su cuerpo. Todo un clásico.
Hayes formaba parte de una perfectamente ajustada y perversa maquinaria que siempre controla hasta el último giro del más pequeño de los engranajes para que nada falle jamás. Así es el sistema, lo queramos ver o no. Así se inicia “El expreso de medianoche”, un clásico de la industria de Hollywood que se basó precisamente en el autobiográfico libro del propio Hayes.
Con un guion escrito por un entonces desconocido Oliver Stone, que ya apuntaba maneras, y un presupuesto más que ajustado, la película logró un beneficio de 35 millones de dólares.
Entre otros muchos galardones, el largometraje logró dos Óscar, cinco Globos de oro y muchísimas otras nominaciones. La historia, que se ambienta en una cárcel turca, se rodó en realidad en el Fuerte de San Telmo, en la Isla de Malta.
En principio el protagonista es condenado a cuatro años de cárcel aunque, en una revisión posterior, ve su pena aumentada a 30 años de reclusión.
Las vicisitudes sufridas por el joven recluso son terribles. Las escenas que se van sucediendo evidencian la miseria y la brutalidad de un sistema carcelario que acaba robándole la voluntad de seguir, de entender y de comprender.
Con un equilibrio mental roto, acaba ingresando en otra prisión que toma el eufemístico nombre de “psiquiátrico”. Una verdadera antesala de la muerte. Sin embargo, es allí donde se produce ese “click” que hace que todo cambie.
Es el mismo tipo de “click” que jamás se sabe de dónde llega y por qué ocurre, pero que es capaz de cambiar historias y la Historia. La novia de Billy Hayes se presenta en el locutorio de visitas y, tras el cristal blindado, le suplica que tenga la fuerza de salir de la inmundicia. El “click”.
En aquella terminal para enfermas mentales, como en una macabra procesión, un centenar de internas se dedica a girar incansablemente en redondo, mecánicamente y sin sentido, en torno a un pilar. No saben por qué.
No saben para qué. Pero continúan girando. Domadas, sometidas, embrutecidas y carentes de pensamiento crítico, han dejado de pensar, han dejado de ser. Sólo giran.
Siempre hacia la derecha. Incansablemente hacia a la derecha. Desde siempre hacia a la derecha. Para siempre hacia la derecha. Sin alma
Como un axioma conductual que solo puede ser fruto de una calculada alienación, ninguna se plantea otra cosa que no sea girar hacia la derecha camino de ninguna parte. Seguro que les suena.
Pero Hayes empieza ahí su particular salida de los infiernos. De pronto empieza a girar en el sentido contrario ante la reprobación, insultos y hasta agresiones de quienes continúan por el camino heredado y aprendido.
En una escena memorable, una de las presas/enfermas lo increpa violentamente afirmando que todas las que están allí son piezas de una máquina perfecta y que en aquella normalidad, ir en el sentido contrario era una anormalidad propia de una pieza defectuosa.
Por pura supervivencia, Hayes elige seguir siendo “defectuoso” y continúa caminando en el sentido contrario a la embrutecida masa.
Esa actitud le permite, finalmente, evadirse cogiendo lo que las reclusas llaman el “Expreso de medianoche”, una expresión que significa coger el tren de la Libertad a base de poner en práctica una resiliencia a ultranza. Y en esas estamos.
En la actual situación, no nos queda otro remedio que ser piezas defectuosas, como nuestras abuelas que son, con decisión (me indicaron que decir “con dos ovarios” no era políticamente correcto) las que le plantan cara a las directrices del Fondo Monetario Internacional.
A contracorriente reivindican las pensiones dignas que de derecho les corresponden, rechazando las limosnas que les quieren otorgar.
En la línea de ser esas piezas que no encajan en ningún puzzle, las docentes comprometidas claman en mitad de un desierto de incomprensión
Para estas enseñantes, la educación no puede ni debe transformarse en una mercancía, ni en una cuenta de resultados donde a las alumnas se las dirige desde muy pequeñas hacia la élite, o hacia el estercolero. Girando en el sentido contrario al del dócil rebaño se encuentran también las que se niegan a creer que la inteligencia, la bondad, la honestidad o la capacidad dependen del color de la piel y el pasaporte.
Enfrentándose a la idea de ser el perfecto engranaje que transmite y multiplica el poder, están las que reivindican el librepensamiento frente al razonamiento prefabricado y la laicidad contra la preponderancia cada vez más dominante de las iglesias.
Son las mismas que luchan por la libertad en un ambiente en el que los Stalin o Mussolini de nuevo cuño ya retozan como ratas en la inmundicia.
Y contra yugos y condicionamientos, son las que prosiguen su trabajo en pos de un mundo sin dogmas o supersticiones regladas, sin que les importen la indiferencia generalizada, los desprecios, los insultos y hasta las agresiones
Como una carta que rechaza de plano sustentar el castillo de naipes del poder, se encuentran las que no están dispuestas a aceptar la dictadura del miedo, ni a tener que elegir entre la soga del cadalso o las balas de pelotón de fusilamiento.
Y finalmente, están esas partes mecánicas voluntariamente inservibles para “la gran industria” que logran parar en seco la maquinaria infernal, pero que por ser avanzadas a su tiempo, solo se les reconocerá esa imprescindible aportación cien años más tarde.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero la supuesta normalidad que nos venden como lo correcto y adecuado es, sin embargo, una masacre sistemática e inmisericorde de nuestra capacidad de pensamiento crítico para que no podamos distinguir las cadenas de los claveles.
Llegadas a este punto, no nos queda más remedio, por pura supervivencia, que transformarnos en anormalidades, en esas piezas defectuosas que acaben reventando la maquinaria que nos tritura sin piedad.
Dicen que hay trenes que solo pasan una vez. Otros, por el contrario, no paran de salir de la estación del librepensamiento, por mucho que nos empeñemos en no querer verlos.
Ese midnight express zarpa constantemente desde las conciencias libres para llevarnos por los caminos que nunca conducen a la Roma de turno. Otra cosa es que tengamos el valor de subirnos a ese expreso.
Cierto es que habrá quien considere estos términos como una insurrección -y bien podría tener razón- pero piense que, como clamaba Albert Camus, “con la rebelión nace la conciencia”. En una amorfa y sumisa normalidad no hay nada más rebelde que ser anormal. Afortunadamente. Nada más que añadir, Señoría.