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Mi valla de colores

Especialmente crítica es la situación respecto a la futura huelga que alienta al que trabaja para que deje de hacerlo  en pro de una mejora.           La clase política, tan devaluada actualmente, espera con ansias qué respuesta obtendrá del pueblo soberano. La calle no se cree a sus dirigentes. Ni los actuales ni los que sin remedio vendrán. Entre otras cosas porque no se sienten representados en ninguno de sus careos o reproches o entrevistas mediáticas. Esas que antes nadie veía y ahora, es casi obligatorio, pulsar el “REC” del video por si no estamos en casa. La clase política, la misma que por fin se ha rendido a los programas de máxima audiencia, quema cartuchos y exponen sus encantos, sus desencantos y naturalmente una hilera casi perfecta de marfiles blancos. Total, de alguna manera habrá que justificar esa vocación de trabajar por y para nosotros.
Quizás esta sea la razón por la cual alguien pretendiera colgar en la “casa de todos nosotros” los rostros pintados de todos aquellos que una vez nos dirigieron. Porque es bonito recordar y recordar no tiene precio, la vocación de aquellos que consiguieron para nuestra ciudad más de lo mismo.
Si la semana pasada ya les auguraba grandes sorpresas de cara a las próximas elecciones, hoy me atrevería a afirmar que la huelga es un éxito. No ya por la cantidad de españoles que puedan secundarla, sino por la cantidad de publicidad gratuita lanzada hasta la fecha. Es como un buzoneo masivo, si me permiten la comparación. Todo el mundo introduce la mano en el buzón y tiran la publicidad automáticamente al suelo creyendo haberla leído. Cuando en realidad sólo se le ha echado un vistazo muy por encima. Es decir, todo el mundo habla, incluido los sindicalistas, pero la inmensa mayoría no afina. Da igual. Zapatero lo hace mal. Todos a la calle.
En época de crisis.
A la calle.
No hay mejor u otra opción que dejar de trabajar y por consiguiente cobrar. Por defender una serie de puntos, demasiados, demasiados me parecen a mí, que ocurren desde hace mucho, desde antes de los tiempos de crisis, pero entonces a nadie parecía importarle señalarlos. Despidos masivos, nóminas precarias, contratos basuras, jubilaciones irrisorias, realmente la terminología de precariedades no suenan a nuevo. A mí todo me parece un acoso y derribo, un rellenar aquellos huecos de malas intenciones aprovechando el varapalo de la situación económica. Un intentar quedar bien al decir, por ejemplo, que si las nóminas se redujeran para ayudar al pobre sería una medida factible. Del pobre nadie se acuerda, a no ser que la clase dirigente tome partido en el asunto y si lo hace, no me cabe la menor duda, hay un interés de por medio. Bueno, tampoco es necesario generalizar, pero si hablamos sin rodeos todos nos entendemos.
Hablando de rodeos.
Los chicos que circulan en bicicletas pequeñas, de esas que ahora todos los chavales quieren porque son perfectas para ejecutar saltos arriesgados, se han encontrado con una valla de colores preciosos que  separa  la zona infantil de la de ellos, de esa dos rampas lustrosas que nadie quiere quitar. No sé muy bien por qué. Por cierto, algunos padres las confunden con resbaladeras gigantes y apartan a los ciclistas y patinadores para el deleite rasposo de los pompis de sus infantes. Tampoco sé muy bien por qué.
Los chicos que circulan con esas pequeñas bicicletas se sienten intimidados por una valla de colores preciosos que divide pero no limita, que luce pero que no sirve absolutamente para nada. Y esta valla de colores situada en el Parque Juan Carlos I, más conocido como La Marina o los columpios de La Marina, es una paradoja de la clase política actual. La misma con la que hemos empezado. Luce pero no sirve para nada.
Un cuadrado acota, una línea divide. Una acotación puede proteger a los más pequeños, una línea deja claro lo pequeños que pueden llegar a ser los responsables de la seguridad en esta ciudad. Ciudad tan dada a tales prodigios, con ese gusto lamentablemente fugaz por la pintura  y una capacidad innata para pedir a golpe de catalogo bonitos y singulares elementos de atrezo urbanístico.
Ponga una bonita valla de colores en su vida, se sentirá protegido. Mucho mejor.

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