Mi tío Manolo

Hace dos semanas mi tío Manolo, de 73 años, el hermano menor de mi madre, vino a vernos. El tío Manolo lleva emigrado en Cannes más de cuarenta y cinco años. Es un fino carpintero ebanista ya jubilado hace algún tiempo. Se casó con una española y ha tenido tres hijas, dos de ellas le han dado dos nietas. Nos contaba el tío Manolo que sus hijas, nacidas en Francia y de nacionalidad francesa, una de cuarenta y dos años y las otras dos cerca de la cuarentena, cuando sus padres les hablan en español, ellas, curiosamente, les contestan en francés. Es una rareza para la que mi tío no encuentra una explicación coherente. Sin embargo, cuando vienen a España las tres hablan español. En realidad se podría decir que toda la familia de mi madre ha estado o está aún en la emigración. Emigración interior o exterior, podríamos precisar.
Pero quizá sea mejor empezar por el principio. De los nueve hijos de mi abuelo, cuatro hijas nacieron entre Cañete la Real y Serrato, en la provincia de Málaga. Los otros cinco, dos mujeres y tres varones, nacieron en Melilla. De allí mi abuelo se los llevó al incipiente Protectorado, Tetuán, Arcila, y, finalmente, Tánger. De la ciudad internacional salieron todos ellos hacia la emigración interior y exterior: Barcelona, Alicante, Londres, París, Cannes y Toulouse. Algunos se jubilaron y volvieron a España, instalándose uno en Pontevedra y otra en Algeciras. El tío Manolo continúa en Cannes, y presumo que allí acabará sus días, y la tía Santy está en Inglaterra desde el año 1959, y, asimismo, allí quedará para toda la eternidad. Pero lo más curioso es que dos primas y un primo de mi madre también marcharon emigrados. Antonia y Diego a Inglaterra y Librada vive entre Suiza e Italia. Tuvieron que pasar por un reconocimiento médico en Madrid y llevar un contrato de trabajo.
Ya sé que al amable lector le importa un pimiento las andanzas de mi familia. Y lleva toda la razón del mundo. Pero si he tomado como referencia mi propia familia –nunca me ha gustado escribir en primera persona o sobre los míos– ha sido para dar fe de que conozco la emigración muy de cerca y no de oídas o a través de libros como algunos fantasmones que pontifican sobre ella y tratan de sentar cátedra. Incluso de joven estuve algún verano en Inglaterra con mi tía.  
He tenido tiempo de charlar largo y tendido con mi tío Manolo sobre la emigración española y sobre su marcha a Cannes. Entre otras cosas me dijo que cuando se fue a casar, la autoridad competente tuvo que dar el visto bueno a la vivienda en la que pretendía establecerse. Fue advertido de que en cuanto empezara a tener familia debería buscarse otra vivienda que reuniera mejores condiciones que aquélla.
Me contó también el tío Manolo que todo aquel inmigrante que hubiera atravesado ilegalmente la frontera con Francia, si era cogido ‘in fraganti’, era devuelto inmediatamente a España y ésta, España, lo aceptaba sin reserva alguna. Asimismo me dijo el tío Manolo que en cuanto llegaban allí eran advertidos por la autoridad competente de que había que observar un comportamiento y un respeto escrupulosos a las leyes del país de acogida. No se permitía veleidad alguna. “Ustedes han venido aquí a trabajar”, les dijeron. Me ha confesado el tío Manolo, no sin cierta amargura, que ahora los franceses echan de menos a aquellos españoles, italianos y portugueses, inmigrantes de primera hora, cuando ven los comportamientos de estos que están entrando ahora, norteafricanos, africanos de la negritud y los procedentes de la antigua Yugoslavia. Mientras mi tío me contaba cosas sobre la emigración española, mi mente volaba, sin poder sujetarla, hacia esos cantamañanas que hace quince años comparaban nuestra emigración con esta invasión que sufrimos en Ceuta, España y Europa.
Tengo fresco aún en mi memoria las mentiras de los socialistas, comunistas, elementos de la iglesia y sindicalistas –UGT, CCOO, CGT llamaron a esconder a los ilegales y a no respetar la Ley de Extranjería, ¿recuerda, amable lector?–. Todos ellos apelaban a nuestra buena voluntad diciéndonos que nosotros también habíamos sido emigrantes. Esos majaderos, sin ninguna vergüenza ni pudor ni respeto, trataban de asimilar a nuestros emigrantes con estos invasores de los últimos años, que entran ilegalmente en nuestro país y se quieren quedar por cojones. Los ofenden, sin duda.  Pero quizá lo más doloroso de todo sea que estos cantamañanas, que antes nos engañaron, ahora tratan de intimidar, amedrentar, para que no se siga escribiendo sobre la inmigración y sobre esta invasión. Apelan a todo recurso para que no se conciencie a las masas sobre la verdadera naturaleza de esta invasión.
Ellos, los de “papeles para todos”, y sus sicarios, tratan de silenciar al personal por todos los medios a su alcance. Desprecian todo argumento, sólo insultan. Pero no sólo eso, sino que estos personajillos se alegran de que esos invasores eludan todo tipo de artilugios y entren ilegalmente en nuestro país. Esos fantasmones suelen decir a coro aquello de que no se le puede poner puertas al campo. Pero lo cierto es que, a todas luces, este Estado de derecho se encuentra desarmado ante estas invasiones que acabarán por desestructurar el tejido social.