Opinión

Mi solidaridad con Ceuta

La pandemia del coronavirus, en principio, tardó en afectar a Ceuta. A través de El Faro, le he ido haciendo en seguimiento con bastante interés y de verdad que las primeras buenas noticias me dejaban contento. Era de las pocas Autonomías en las que apenas tuvo incidencias negativas, cuando las demás habían ya alcanzado cotas bastante elevadas de tan maligno virus.
Pero después la situación empeoró, disparándose los positivos y fallecimientos que, a fecha 27-11-2020, que escribo, van 52 fallecidos, aunque en los últimos días parece haberse empezado a doblegar la curva. ¿A qué se debió tan brusco empeoramiento?. No soy experto en la materia para poder determinarlo, pero sospecho que haya podido ser debido a las imprescindibles comunicaciones que los ceutíes se ven obligados a mantener con la Península y a los numerosos flujos migratorios ilegales que la ciudad tiene que soportar. Y es una pena tanta pérdida de vidas humanas, incluso en algunos casos de personas conocidas.
Tan lamentables defunciones siempre entristecen que se produzcan en cualquier parte de España y del mundo. Pero tengo sobradas razones para ser especialmente sensible con los infortunios de Ceuta. La tengo por mi segunda tierra; siendo, lógicamente, la primera Extremadura y, más concretamente, Mirandilla, mi pueblo, donde tuve el sagrado recinto familiar que me dio cuna, cariño, sustento y mi propia identidad como genuino extremeño. Antonio Machado nos dejó dicho: “Quien no ama a su pueblo, no es bien nacido”. Y Luis Chamizo, el poeta extremeño más fiel intérprete del viejo habla de Extremadura, también decía: “La madre de los hijos, y los campos de la patria (chica), son lo ´mesmo´”.
Y siento especial cariño, afecto y simpatía hacia Cuta, porque en ella viví 27 años, en las tres veces que a ella fui voluntario; porque siempre que aprobaba una nueva oposición para poder promocionarme, me tenía que marchar a la Península por no existir vacantes de la nueva categoría a la que accedía, con todos los problemas que un traslado de toda la familia conlleva, que es casi como volver a empezar de nuevo. Pero, aun así, en cuanto se convocaba alguna nueva vacante que podía solicitar, siempre regresaba a Ceuta. Y en Ceuta me nacieron mi hijo y mi hija, que es la mayor felicidad para unos padres, siendo ambos “caballas”.
Cuando llegué por primera vez a Ceuta, quedé impresionado de sus muchos valores, bondades y encantos. En Ceuta consumí lo mejor de mi juventud; en ella me nacieron ilusiones, anhelos y metas por las que luchar, siempre habiendo tenido que anteponer mi entrega, esfuerzos y sacrificios que, al final, son los que de verdad ayudan a alcanzar los fines que se persiguen. Ortega y Gasset ya saben que gustaba decir: “Yo soy yo y mis circunstancias”, porque entendía que, en las circunstancias de cada persona, necesariamente deben estar su preocupación e interés por forjarse un porvenir por sí mismo, ya que nadie se lo va a regalar. Y Ceuta me sirvió de trampolín para desde ella buscar más amplios horizontes y emprender nuevas metas, pese a ser una ciudad poco favorecida en expectativas para poder labrarse un futuro halagüeño.
Me gustan mucho de Ceuta sus preciosas vistas exteriores. Desde donde quiera que se mire es una preciosa y encantadora ciudad. Si es contemplándola hacia el norte, cuenta con su Puerto y su linda bahía, en cuyas aguas remansadas se reflejan suavemente de noche la variada gama de colores que reverberan con la iluminación del Paseo de las Palmeras y también la luna llena, cuando toda henchida y resplandeciente aparece por lo alto del Monte Hacho alumbrando toda la ciudad, en esas noches románticas y serenas ceutíes de otoño, verano y primavera.
Cuánto gocé los doce últimos años de mi vida profesional que tuve la suerte de volver destinado a Ceuta hasta mi jubilación; pudiendo contemplar a pleno día, desde la incomparable atalaya de las oficinas de los altos del Mercado Central, en la Plaza de la Constitución, mirando frente al mar sentado en el que fuera mi despacho la entrada y salida de los barcos en el Puerto, su navegación por medio del Estrecho en uno y otro sentido, viendo al fondo, las costas peninsulares de Tarifa, Algeciras y La Línea en los días de buena visibilidad, que tanto atraen la mirada y la nostalgia de los ceutíes hacia la otra orilla española.
Y es que Ceuta, como muchas veces he dicho en mis artículos (pronto alcanzarán los 1.400 sólo los publicados en El Faro), es para mí todo un poema hecho realidad. ¿Y cómo olvidar, al sur sus playas más populares: La Ribera y El Chorrillo en el Mediterráneo?. Y al norte: San Amaro, Benítez, Calamocarro y Benzú en el Atlántico. En sólo diez o quince minutos de diferencia se puede cualquiera bañar en los dos mares y a distintas temperaturas, en el primero con aguas más cálidas y en el segundo más frescas. Ese privilegio sólo se tiene en Ceuta.
Y, mirando hacia sus alrededores, se puede disfrutar de paisajes encantadores con los que la naturaleza parece haberse recreado con Ceuta, divisados desde los más altos miradores de Isabel II, García Aldave, Monte Hacho y ermita de San Antonio, desde los que es una gozada poder contemplar plácidamente a Ceuta y sus pequeños montes alomados, que es una maravilla; lo mismo que mirando hacia la Mujer Muerta, ya en Marruecos y su larga cadena de montañas del Atlas. En fin, todos paisajes, vistas preciosas y placenteras, que poder contemplarlas son una auténtica delicia de la naturaleza que relaja los cinco sentidos.
Más luego está la Ceuta urbana, arquitectónica y monumental. Todo un emporio de riqueza histórica y cultural. La historia de Ceuta es apasionante. Por ella pasaron en las distintas épocas la práctica totalidad de las numerosas civilizaciones que también lo hicieron hacia la Península. Con la riqueza monumental de sus Murallas Reales y su Foso navegable por pequeñas embarcaciones; las Murallas del Hacho iluminadas de noche, las Merinidas, Puente del Cristo, Iglesia y Plaza de África, La Catedral, Puerta Califal; Museos: Tardorromano, del Revellín, La Legión, Regulares y Renegado; Mirador de Isabel II, Fuertes fronterizos, el moderno y precioso Parque Marítimo, verdadero recreo solaz de la Ceuta veraniega, etc.
Ceuta es luego, una ciudad acogedora y hospitalaria. Su gente es amable y de afable trato, que a mí siempre me acogió con la mano tendida y el gesto generoso las tres veces que fui a residir a ella. La mayor parte de la vida social ceutí discurre en torno a la Gran Vía, Paseo de las Palmeras, La Marina, el Revellín y calle Real. Es una ciudad muy entrañable. Quienes allí viven de fijo, casi todos se conocen y se saludan al pasar, dándose una relación amistosa más fluida y más intensa que en otras grandes ciudades donde he residido, en las que se suele vivir de forma más independiente y con mayor indiferencia hacia el forastero.
En Ceuta se siente y se palpa una relación de vida social amistosa y más consciente del patriotismo y la españolidad que se da entre quienes allí residen, quizá porque los ceutíes conocen bien los grandes esfuerzos, sacrificios y los muchos miles de pérdidas humanas que nuestros antepasados tuvieron que soportar para conseguir que la ciudad siguiera siendo española, frente a los intensos ataques exteriores, cercos y largos sitios que sufrió y que sólo logró superar estando siempre unidos como una piña pueblo y ejército, en esa simbiosis especial que allí se da entre ambas instituciones.
Como tantas veces digo para quienes no la conocen, Ceuta es linda y encantadora, muy digna de la presencia española en un lugar geopolítico tan importante y estratégico. Es puerta de entrada y salida entre dos continentes: África y Europa; también de dos mundos: Oriental y Occidental; de dos grandes mares: Atlántico y Mediterráneo; es la llave del Estrecho de Gibraltar; está situada en una de las encrucijadas marítimas más importantes del mundo, por las que más personas, embarcaciones y mercancías se mueven de unos lugares a otros. “Perla del Mediterráneo” la llamaban cuando llegué a ella en 1958, a cuya denominación yo añadiría: “y también del Atlántico”. Y en Ceuta se entremezclan diversos factores para configurarla como una ciudad occidental abierta, con una personalidad social y humana muy singular, donde conviven pacíficamente cristianos, musulmanes, hebreos e hindúes.
Pero, aun siendo una ciudad tan linda, no todo son allí ventajas y bondades. Para intentar ser justo, también hay que añadir que la ciudad está rodeada y limitada por la frontera, de un lado, y por el mar, de otro. La parte de la Almina es como una isla, está comunicada con su otra parte exterior de tierra por dos puentes, dentro de una superficie total de 19 km2, con una densidad de población de 4.222 habitantes por km2, muy superior a la media de nacional. Luego, en los duros inviernos suelen desatarse fuertes temporales de levante, con ciertas limitaciones para poder navegar los ferrys que hacen la travesía Algeciras-Ceuta y viceversa.
De tal manera que, con la pandemia de tan maligno Covid-19 que ahora todos sufrimos, pues imagino la sensación de aislamiento que allí se sentirá, con el agobio de la enfermedad, la frontera de Marruecos herméticamente cerrada y las comunicaciones por mar restringidas. Tal falta de espacio hace que apenas produzca bienes y materias prima propias; carece de tejido industrial, de agricultura y de algunos servicios esenciales; adolece de insuficientes construcción de viviendas de alquiler y falta de empleo; el sector comercio ha sufrido una drástica caída con el cierre de la frontera, sin apenas pesca ni turismo, pese a ser una ciudad tan propicia para ambas actividades; estando también muy reducidos el sector comercio, por la firme y desleal determinación de Marruecos de estrangular su economía, incluso en perjuicio de los propios marroquíes transfronterizos.

Luego, Ceuta es una ciudad periférica, separada por la distancia del resto de España; carece de numerosos productos y bienes propios que han de llegarle de la Península encarecidos por el transporte; existe sólo una Facultad universitaria de Educación, Economía y Tecnología, dependiente de la Universidad de Granada, sin poder estudiar los jóvenes otras carreras universitarias, que así se ven obligados a trasladarse a la Península. Hay un Centro de la UNED bien organizado y dotado de eficientes profesores-tutores, pero está más bien destinado a alumnos mayores de madura responsabilidad, pero no tanto para otros alumnos jóvenes que deban asistir a clases presenciales con adecuado control y formación asistencial permanente.
Y, si se enferma de cierta gravedad, a veces los pacientes han de ser evacuados en helicóptero a la Península, etc. Y también la ciudad está sometida a mucho paro y a permanentes flujos migratorios, ilegales y violentos, que ha de soportar, dentro de tan reducido espacio. Qué duda cabe que todos estos factores adversos pesan ante la pandemia del virus tan infeccioso que padecemos. Ceuta, en fin, necesita de mucho apoyo y comprensión del Estado y del Gobierno autonómico. Siempre ha sido así desde que los portugueses la conquistaron y durante los 450 años que lleva en poder de España.
He conocido en Ceuta épocas prósperas de turismo, comercio esplendoroso antes de que se abriera la verja de Gibraltar, pesca abundante en sus almadrabas y propia flota pesquera con buenos caladeros, con trasiego de bienes y comercio transfronterizo en ambos lados de la frontera, y la población ceutí siempre rebosando de una excelente salud, por gozar la ciudad de un clima benigno y sano, en ge neral.
Pues ahora que todo parece haberse conjuntado en su contra, necesariamente tengo que sentirme modestamente a su lado, ser solidario con Ceuta y sus gentes, a la que animo a perseverar, en la confianza de que la ciudad siempre ha sabido crecerse ante las dificultades y esta vez igualmente lo conseguirá. Vayan, pues, mi ánimo y solidaridad con todos, junto con mis más sinceros deseos de que sea una situación transitoria que seguro pasará. Muchos ánimos y adelante a los ceutíes.

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