“Mi padre me miraba como si no pasara nada”

Recorra la lista de todos los nombres que hay en la fosa común situada en el cementerio de Santa Catalina, donde se recogen los nombres y apellidos de los represaliados en Ceuta por el Franquismo.

Están ordenados según la fecha en la que fueron fusilados. “Miguel Hernández Morales (30-9-1936)”. Esa línea es la que fue ayer a buscar Miguel Hernández, ya con más de 80 años, y catalán. Es uno de los cuatro hijos,en concreto el tercero, que vieron por última vez a aquel sargento de artillería una noche en la cárcel. “Recuerdo que nos fue dando todo lo que tenía; a mí me tocó una moneda de plata que no sé dónde estará y uno de esos aparatos para liar cigarrillos”, cuenta junto a la fosa común en la que reposan los restos  de su padre, en su sexta visita. “Espero que no sea la última”, comenta. Ha aprovechado el partido de Copa del Rey contra el Barça para verlo con el corazón dividido, ya que él, culé hasta la médula, es hijo de quien fuera tesorero del Ceuta durante los últimos años de la II República.
Como en la mayor parte de los represaliados por el franquismo, éste había sido un tema del que se hablaba poco. Y así le había pasado a la familia de Miguel, hasta que el historiador ceutí Francisco Sánchez Montoya presentó en Barcelona su libro publicado en el año 2004 sobre la represión y la Guerra Civil en Ceuta. “El noventa por ciento de las familias de los represaliados salieron de esta ciudad, ya que es un lugar muy pequeño y el estigma era demasiado pesado”, cuenta Sánchez Montoya.
Es el caso de la familia que dejó el sargento de artillería Miguel Hernández Morales, un ejemplo particular que ilustra a la perfección aquella España de traiciones y envidias.
“Recordaré siempre aquel día en el que estaba jugando en la casa y aparecieron dos guardias civiles de paisano, que se lo llevaron. Él me miró con esa cara que dice ‘no pasa nada’ pero que sabes que no es así; como cuando en ‘La vida es bella’ el padre que está en el campo de concentración sufriendo le sonríe al niño”. Así de claro tiene en la memoria aquel día de julio de 1936.
Su siguiente recuerdo es en Tánger. Según le contó su madre, a su padre lo delató el capitán Allenza Pizarro, pero fue la mujer de este militar, muy amiga de ella, quien les ayudó a salir. Cuando su padre había sido fusilado en el Tarajal (el mismo sitio donde fue ejecutado Sánchez-Prado), pasaron una noche en otra casa y después viajaron a Tánger en un camión Katiuska, según le han explicado. “Todo ello lo arregló, según me han dicho, el teniente coronel Moltó, que al parecer era muy amigo de mi padre, aunque éste fuera republicano”.
De ahí a Marsella, y de ahí a Port Beau. Luego, en taxi, a Malgrat, un pequeño pueblo de la provincia de Barcelona, ahora llamado Malgrat de Mar, “por eso del turismo”. Allí vivió la otra revolución, la anarquista, de la que no tiene buen recuerdo: “Es como ‘Homenaje a Cataluña’, el libro de George Orwell”. Hernández alude a aspectos de la revolución anarquista, como el poco respeto de las iglesias. Por tomar una cita del libro de Orwell cuando el autor llega a un pueblo catalán, “hacía ya mucho que la iglesia se utilizaba como letrina”.
Y, de la revolución anarquista, otra vez a la franquista, que llegó a su pueblo de mano de las tropas italianas. “Por lo menos trajeron pan y espagueti, que hacía mucho tiempo que mi madre no veía”, explica. A ella le respetaron. “Era una mujer con cuatro hijos, y había un par de tenientes que la conocían”, recuerda.
Y allí, en la posguerra, fue creciendo lejos de la casa de Villajovita en la que cuenta cómo tenía un jardín con 50 rosales donde todos los días se acercaban las hijas del capitán Allenza Pizarro, el que delató al sargento Hernández Morales. La viuda creyó siempre que por envidia, que su marido estaba muy integrado en la sociedad ceutí, entre otras cosas gracias a su rol como tesorero del Ceuta. Lo cuenta desde  una fosa que visitó por primera vez en 1979, un año después de regresar de Italia. El único recuerdo que le queda junto a la carta que escribió la noche previa a su fusilamiento, un manuscrito nervioso, en el que se quedan las marcas de las lágrimas, y en las que asegura que fue fiel a su juramento. Y lo fue, aunque todavía conste como culpable de sedición y como “herido de bala” en los registros; ni una alusión a que se trató de una ejecución por un pelotón de Regulares nº3 el día 30, porque se llamaba Miguel y no se le podía asesinar el día de su santo.

  • 268 personas fueron ejecutadas en Ceuta desde 1936 hasta 1944: El caso del sargento de artillería Miguel Hernández Morales (en la foto) es uno de los 268 represaliados en Ceuta desde que comenzó la Guerra Civil hasta el año 1944. Se trata de un hombre muy implicado en la vida pública, de quien su viuda aseguraba que había renunciado a los ascensos para no cambiar de destino. En el año del comienzo de la Guerra Civil contaba 35 años, y su carrera militar comenzó en la Guerra de África que tuvo lugar en los años 20. Aun sin educación superior, Miguel Hernández Morales descubrió buenas aptitudes para el ejército y fue elegido para ascender primero a cabo, y después a sargento.
    En un principio, los restos de este militar ejecutado tras la sentencia de un consejo de guerra fueron a parar a un nicho; sin embargo, cuando tocó volver a realizar el pago para continuar con su uso, en plena Posguerra, la viuda de Miguel Hernández no podía permitírselo, de modo que los restos fueron trasladados a la fosa común donde hoy día reposan, y que su hijo Miguel visitó por primera vez en 1979, según cuenta.

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