Como lo prometido es deuda sigo en el relato de un buen amigo de unos ochenta años que nos dejó a muchos a medias dentro de una emoción que el mismo estaba confesando. “El sueño que había tenido creía que había sido algo de los nervios que había tenido durante el trascurso de los días anteriores donde la acumulación de tareas, preocupaciones y todo lo cotidiano de nuestro mundo tuvo la inducción de esta pesadilla de las malas. Aunque visto desde el punto de vista de la tranquilidad después de algunos meses sin nada de visiones del otro mundo, ya la verdad que estaba bastante relajado y fue cuando otra noche me vino casi el mismo sueño donde entraba en un túnel con forma de carretera donde tan sólo estaban iluminadas la carretera y el fondo, pero los laterales estaban completamente sin luces con una oscuridad casi agobiante.
Lo que pensé de inmediato que si alguien que tuviera fobia a un sitio cerrado se encontraría en una sepultura en vida ante este sueñecito. Como conocía el mecanismo del mismo empecé a andar sobre el colchón de pétalos de rosas y nuevamente y esta vez mucho más tranquilo disfrutando del colorido que ya dije que iban desde el blanco hasta el rosa pero nunca fuerte sino siempre pálido. Yo al ir descalzo notaba como si estuviera andando en un césped muy alto que infundía unos recuerdos muy infantiles. Yo la verdad que me encontraba como en un mundo antiguo con una dulzura y unas ganas de vivir tremendas. Era otra persona. Aunque por aquellos días podía tener ya los veinticinco años, pero en esos momentos me había ido a mis ocho o nueve añitos cuando mis padres me llevaban a veranear al País Vasco donde la vegetación es muy frondosa. Una gozada. Estaba tan relajado que las penurias de la anterior experiencia estaban a otro lado. Volví a ver estaba vez con más nitidez un pez que con una seguridad de un noventa por cien creí reconocer a una trucha que se deslizaba por el fondo dándose unos recorridos preciosos con la ayuda de sus aletas traseras parecía que estaban dando unos recortes al estilo futbolero de un lado para otro que la verdad que me tenía absorto. Es como si estuviera viendo un pequeño espectáculo desde un barco que tuviera la quilla completamente trasparente como si fuera de cristal. Imagínense como una pecera abierta a los ojos del ser humano. Aunque era una visión muy bonita no daba crédito a tanta divinidad que esta observando en estos momentos. Me vino nuevamente el cúmulo de gases de color gris en el fondo que yo sabía que se tenía que trasformar en algo parecido a un ser humano y esta vez estuve esperando la trasformación completa ya que el miedo se me había quitado completamente. Y fue cuando después de unos pocos de minutos esperando la misma, apareció la figura tan bella pero con una serie de trasformaciones que al principio pudo y de echo me equivocó, como fueron la cabellera tan abundante con unos rizos de color de oro que lucía con una fuerza tan grande que deslumbraban a mis ojos que tuve que cerrarlos casi al completo para evitar que me pudiera cegar. Las facciones de la cara eran mucho más jóvenes y todo resultaba mucho más nuevo. Las vestiduras eran de color azul una capa que le cubría todos los hombros hasta el suelo. Una túnica de color blanco, con un cinturón que parecía una gasa del color verde. Y cual fue mi sorpresa cuando al empezar a analizar las facciones y todo me vino a la cabeza que era mi padre y le dije: ‘Eres papá’. El me contestó: ‘Quién creías que podía ser. Te alegras de estar conmigo una nueva vez’.
Mis lágrimas desbordaron en esos momentos. Empezó a temblar todo mi cuerpo. No podía seguir la conversación era una emoción tan fuerte que no podía estar más tiempo de pié me tuve que sentar en la carretera y llorando como una Magdalena, lo único que podía decir una y otras vez era: ‘¡Papá, papá!’.
Yo no tenía fuerzas. Era un pañuelo ya usado. Un hombre destrozado. Pero era lo que llevaba muchísimos años soñando. Estar nuevamente con mi padre unos minutos suficientes para poderle agradecer todo lo que había hecho por mi durante todos los años que estuvo junto a mí en este mundo. Pero en ese momento no era capaz de decir nada. Que idiota era. Yo mismo me maldigo. Debería de estar más tranquilo. Volví a decir: papá. Y vino muy despacio, yo lo veía como si estuviera flotando sobre la carretera y se puso al lado mía y me dio dos sonoros besos en mis mejillas. Volví a llorar como un crío, y eso era lo que creía que era en esos momentos y sólo me salía nuevamente la palabra: papá. Noté como las babas me caían por toda la cara. Era una conjunción de lágrimas, babas y un no poder reaccionar como un hombre ante una oportunidad única que tenía en esos momentos de poder hablar con lo que más yo quería. Con mi padre. Y desapareció la imagen y el sueño. Yo en estas palabras vi que no fui un hombre en esos momentos. Lo tenía ahí al lado mío y no fui capaz de hablar con el y darle las gracias de todo lo que había echo por mí”.
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