Mi hermana cumplirá sus 57 catorce de abriles. Hoy me dice que se siente triste, que la vida se le ha pasado en un suspiro y que tiene el amargo nudo en la garganta de la nostalgia y de la fugacidad del tiempo.
Me dice hoy, en el whatsapp que compartimos las madrugadas para despertar el día, que no ha hecho nada y me escribe desde la melancolía la sensación de del vacío.
Mi hermana nació dos años antes que me tocara a mí ver la luz de la noches. Siempre hemos estado juntos, tanto en las proximidades y en las distancias cercanas que tienen ese extraño efecto de sentirte arropado en cualquier parte del planeta.
Mi hermana estudió en las monjas y quiso ser monja, en el Instituto se hizo atea, en Londres se hizo hippie y nos presentó a todos sus novios como los novios de su vida. Luego marchó a los Madriles recorriendo las letras de las canciones del Sabina.
Viajó a Israel y se hizo escudo humano para salvar a los olvidados. En Cuba intentó hacer la Revolución pero la realidad le pegó cuatro bofetadas: era demasiado libre para soportar dictaduras vinieran de donde vinieran.
Vivió con pasión sus estudios de trabajo social y cuando consigue su primer empleo en condiciones, un paso de cebra, un conductor despistado, un accidente y fin de su primer contrato como trabajadora social a sus 55. Mi hermana se declaró antibaby pero tuvo dos hijas: Salma y Ayla. De nuevo aparcó su vida para educarlas, quererlas, abrazarlas bajo el cielo protector de la entrega absoluta a la causa. Y así, tuvo que despedirse de otros muchísimos abriles que había guardado en secreto para conocer mundo.
Mi hermana se ha pasado muchos calendarios cuidando a los demás: a mi tío Carlos, en sus últimos años con una enfermedad degenerativa, a mis padres y los suyos, a sus amigas, a las hijas de sus amigas, a algunas madres de sus amigas... Pero tiene la tristeza metida en vena de haber perdido el tiempo cuando en realidad estaba salvando al mundo.
Con mi hermana descubrí la solidaridad, el valor de la amistad, los libros más extraordinarios, el cine que nos hace mirar hacia nosotros mismos.
Ella me rescató del miedo, de la ansiedad, de la depresión, de la vergüenza, de la ira, del odio.., y habló con la parte más oculta de mi alma para que me liberara de mi propia cárcel.
Mi hermana tiene la llave maestra para abrir todas las puertas y ahora me dice que ha perdido en la suya. No se ha dado cuenta que en su mundo interior no hay puertas, ni cerraduras, ni escondrijos metafísicos, ni vericuetos existenciales; no los necesita.
Y ahora me dice esto a mí, que soy lo que soy por ella.
La historia de mi hermana es una historia de tantas mujeres anónimas que pasan desapercibidas cuando son las protagonistas auténticas.
Va por todas vosotras: desconocidas, ocultas, invisibles, transparentes, ninguneadas. Sois más grandes que el amor.
* Carlos Antón Torregrosa es profesor de Filosofía del I.E.S Luis de Camoens
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