Categorías: Opinión

Mi amigo musulmán de Ghana

Es emigrante en los EEUU de América. Negro y musulmán. Anteriormente estuvo en Suiza y en algún otro país europeo. Tiene 45 años y un corpachón digno de las mejores canchas de baloncesto. Es originario de Ghana, en donde vive su madre (su Gran Mami, como él nos decía cuando se refería a ella casi con lágrimas en los ojos), alguno de sus hermanos y otros familiares. Su padre falleció hace poco. Con orgullo nos explicó que él corrió con los gastos del funeral. También mantiene económicamente a su madre y a parte de su gran familia. En Denver vive con su esposa, con la que tiene dos hijos, más otro que ella llevaba de su anterior matrimonio. Ambos trabajan y gozan de una buena posición económica. Tienen dos casas y tres coches, incluido el taxi.
Apenas media hora, el tiempo necesario para llegar al aeropuerto de Denver, fue suficiente para que este simpático taxista nos contara su vida y la de su familia. Su inglés era perfecto para mí, pues a pesar del tiempo que llevo practicándolo, sólo he llegado al mínimo básico para poder defenderme (afortunadamente nuestros hijos no tienen hoy el mismo problema con los idiomas). Aunque si el otro interlocutor es un inglés, o un americano, mi grado de dificultad para entenderlos se incrementa de forma proporcional a la rapidez con la que se expresen. Pero con los africanos de origen anglófono la cosa es bastante fácil. Hablan igual que los que estamos aprendiendo. En un acento que se les entiende a la perfección. Y con frases construidas de forma sencilla y directa. Sin circunloquios, palabras rebuscadas o dobles sentidos. Van directamente al grano.
Así pude enterarme, sin intermediarios, de los problemas que tienen estos inmigrantes africanos en Europa. Nos decía que por mucho que se esforzaba, siempre se le trataba con desprecio y desconfianza. Continuamente tenía problemas. Y si conseguía ahorrar algún dinero, lo primero que pensaban era que lo había obtenido con negocios sucios. Por ejemplo, nos contó que llegó a tener tres trabajos a la vez. Uno por la mañana en una fábrica. Otro por la tarde en una empresa de seguridad. Y uno más los fines de semana cuidando enfermos y personas mayores. Pero en América la cosa era diferente. Él sostenía que allí hay igualdad de oportunidades para todos. Que una vez que tienes “papeles”, lo de menos es el color de tu cara, o lo que hagas. Siempre que te acoples a sus costumbres y respetes sus leyes. Aunque reconoció que en ese país también había racismo. Pero de forma diferente.
Una cosa que me llamó poderosamente la atención fue que sólo tenía dos hijos, a pesar de su holgada situación económica. Otra, que sus pensamientos eran volver a su país cuanto tuviera más de 55 años, para dedicarse a vivir mejor y a viajar. Para entonces calculaba que con sólo seis meses de trabajo al año tendría suficiente para vivir el resto del tiempo. También la enorme red de solidaridad y apoyo mutuo que despliegan entre ellos los inmigrantes en esos países (ya ocurría entre los españoles emigrados a Europa en los años 60). Lo más sorprendente fueron sus razones para no tener más hijos. Decía que en Ghana, cuando él era pequeño, vivía en la calle y caminaba descalzo para ir a la escuela. Que allí no había problema para tener muchos hijos, pues, aparte de que era poco costoso mantenerlos, se les veía como un recurso económico futuro para los padres. Pero que en América, nos decía, mantener a un hijo es muy caro. Por esa razón (igual que nosotros) había decidido no tener más. Es decir, que sin olvidar sus costumbres, ni su religión, se había adaptado perfectamente al sistema de ese país.
Comentando estas cuestiones con los colegas del viaje, nos dimos cuenta que este hombre, en pocas palabras, nos había resumido gran parte de las teorías económicas sobre el crecimiento económico y la emigración. Por un lado nos habló, sin saberlo, de la “trampa de la pobreza” en la que caen algunos países emergentes, que a pesar de su enorme crecimiento económico, no consiguen mejorar la vida de sus ciudadanos, como consecuencia de que no logran frenar las tasas de natalidad. Los nuevos nacidos se comen todo el crecimiento económico incipiente. Por otro, de que los emigrantes económicos no buscan viajar a los países desarrollados para delinquir, para competir laboralmente con los autóctonos, o para aprovecharse de su sistema de bienestar. Mucho menos para colonizarlos ideológicamente. Simple y llanamente quieren mejorar su vida y la de sus familias. Como ha ocurrido siempre.
Lo que me extraña del gobierno socialista español, y de su Delegado en Ceuta, es que no hayan comprendido aún estas cuestiones y se dediquen a prohibir el paso a la península a inmigrantes que tienen perfectamente legalizada su situación, al haber sido admitida su solicitud de asilo político. Quizás si los abogados del ACNUR pidieran fuertes indemnizaciones a esas autoridades administrativas por el daño causado a los inmigrantes, otro gallo nos cantaría. O igual les daba por cambiar la ley (a los socialistas). Así nos mostrarían lo que se esconde bajo esa piel de cordero que nos ha estado vendiendo Zapatero todos estos años.

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