Este relato me lo facilitaron hace aproximadamente unos treinta años, un señor que podría tener en esos momentos unos treinta y tantos años, parecía muy razonable y por discreción evitaré dar más pistas de quien pudiera ser. Es muy largo y por eso lo que intentaré es resumirlo lo máximo posible. “Mi familia y algunos amigos de las mismas, le gustaban ir todos los domingos a pasar los días de verano al campo, y los días buenos del invierno, que se encuentra situado un poco más a arriba del colegio público que hay en Benzú. Allí montaban mesas y sillas y ponían todos los manjares típicos de aquella época, las tortillas de patatas, los filetes empanados, ensaladillas, diversas chacinas, regados con los diversos caldos que cada uno llevaba.
Para nosotros los pequeños lo primero que teníamos era el agua y a lo sumo nos privilegiaban con zumitos de piña, melocotón, pero nada más. Después cuando teníamos calor nos íbamos sendero para abajo buscando el refresco de la mar, teniendo mucho cuidado por la carretera que teníamos que atravesar. Recuerdo que una de las veces se me escapó mi cubito y me adentré dentro de la mar para poderlo recoger, podría tener unos cuatro años más o menos, se me cubrió un montón la cabeza y al intentar salir y debido al peso del mismo pues me costó un poco de trabajo, tanto que cuando salí pues estuve vomitando un poco de agua que había tragado por el jodido cubo.
Durante mucho tiempo tuve unos constantes sueños relacionados con lo que me había pasado y la verdad que no eran muy agradables. Luego tuve otra experiencia en mi vida que fue que cuando estaba pasando un paso no señalizado que se encontraba frente a la altura del Bar Real Madrid que está situado en la bajada de la Delegación del Gobierno de Ceuta, allí debido a la niebla tan intensa que había por aquella época estival pues estuvo apunto de pillarme un coche que me acuerdo que fue un Citroen tipo tiburón muy clásico en aquella época. Lo mismo me pasó de estar un tiempo recordando esta escena en sucesivos sueños reiterativos que la verdad que no me gustaban mucho ya que lo vivido en aquel momento fue un poco traumático para mi por pensar lo que me hubiera pasado si me hubiera cogido el citado vehículo, tendría por aquella época unos siete años. Cuando fui a comprar el traje para mi primera comunión en Antequera, pueblo perteneciente a la provincia de Málaga, pues se abrió la puerta fortuitamente y estuve a punto de caer en marcha a la carretera siendo cogido por mi padre en el último momento, también tuve que soportar el mismo sueño unas pocas de veces. Tendría por aquella época unos ocho años de edad aproximadamente.
Todo esto y algunas cosas más se quedaron aparcados de mi infancia hasta que mi padre murió y mira cual fue mi sorpresa que durante el velatorio un primo mío me dijo si tenía alguna fotografía de abuelo por parte de mi padre y que la verdad nunca lo había visto ya que nadie me había enseñado ninguna fotografía de el. Mi abuelo murió por el “dolor del miserere”, que es lo que se dice hoy en día como apendicitis. Tenía un alto grado de mortalidad en la época de la pera como nosotros le decíamos en los años treinta. Mi padre tenía seis años cuando se quedó huérfano y por no se que dichos nunca quiso enseñarme una foto de su padre. Pues me enseñó mi primo una foto de el viendo que se parecía un montón a mi tio. Pero ahí no quedó la cosa. Me empezaron a venir nuevos sueños reiterativos volviendo a reanimar los sueños mencionados pero con unas escenas nuevas. En el primer sueño veía como una mano me tiraba de mi hacia la orilla para intentar que llegara lo antes posible hacia zona segura para evitar que me pudiera ahogar. En el segundo episodio otra mano me empujaba para evitar que me pudiera atropellar el citado vehículo utilitario de moda en aquellos días. Y finalmente otra mano a parte de la de mi padre me ayudaba para salir del trance de una muerte segura en la caída a la carretera con el vehículo en marcha.
Pero ahí no quedó la cosa cuando una noche se me presentó la fotografía que me había enseñado mi primo y me explicaba que gracias a él yo todavía estaba vivo y que era mi ángel de la guarda. Fue cuando empecé a asimilar que todos los episodios que había tenido en mi vida y que la verdad que me había costado más de un sudor en mi cuerpo habían sido gracias a la reiteración de mi abuelo que tenía la buena costumbre de estar junto a mí y no dejarme sin protección ya que sabía que sin él podría haber salido de esta vida hacía ya unos pocos de años y no podría estar contando esta mini historia a ti”.
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