Opinión

Meter la pata

Meter la pata significa cometer un error o decir algo inoportuno, deslucir, echar a perder un asunto. El origen de esta expresión podría venir de cuando un animal metía la pata en la trampa de un cazador, había cometido un fallo, pues era muy difícil que pudiera liberarse. Cuando metemos la pata es que hemos cometido un fallo, ya sea grave o leve.

¿Quién no ha metido la pata alguna vez? ¿Quién no ha dicho para sus adentros: “tierra, trágame”? ¿Quién no se ha puesto rojo como un tomate o ha pensado que  “calladito estaba más guapo”?.

A mí me ha pasado varias veces, me imagino que como a todo mortal. Hay situaciones que producen una incomodidad extrema y lo más oportuno es rectificar, si se puede, o no inmolarse y desear quemarse a lo bonzo pasando una vergüenza que desearías desaparecer del mapa.

Recuerdo que, nada más llegar a Ceuta, exclamé en una clase: “o todos moros o todos cristianos” expresión muy usada en la península pero no apropiada en nuestra ciudad. En otra ocasión fue peor pues solté: “quien no es cristiano es homosexual”; quise decir musulmán, me libré de la quema cuando comprobé que el alumnado, las más de las veces no suele escucharme diga lo que diga.

En otra ocasión, en los pasillos del instituto, observé que una madre se echó a llorar pues su hijo tendría que repetir curso; yo la conocía pues había venido a hablar conmigo en repetidas ocasiones. La cogí del brazo, abrí un aula cerrando la puerta para que no la vieran llorar. Le fui a dar un beso con la mala fortuna de apuntar mal y darle el ósculo en la boca. No fue el beso de Rubiales porque no había intención. La madre dejó de llorar y pasamos a otro tema.

Estando en un refugio de alta montaña salí a orinar, dicho refugio era compartido por varios excursionistas; me distancié unos metros prudenciales y, cuando me dispuse a evacuar con el miembro soportando temperaturas bajo cero, una compañera, con sus bragas descalzadas estaba haciendo lo mismo que un servidor; alumbrada por mi linterna y bajo la presión de lo inoportuno exclamé: “¡ Cuántas estrellas hay en el firmamento!”, Ella se subió las bragas pero yo no reaccioné haciendo lo mismo con mis calzoncillos. Al día siguiente evitamos cruzar nuestras miradas y seguir como si nada hubiera pasado.

¿Quién no se ha equivocado al mandar un WhatsApp a alguien? Yo lo hice en una ocasión poniendo a caer de un burro a la misma persona a que le había remitido el mensaje. Antes no sé podían borrar los textos; le escribí intentando enmendar el entuerto: “Perdona Rosa, no era para tí el mensaje, era otra Rosa a la que me refería”. Nunca supe si la interfecta se creyó mi cambio de tercio.

En un velatorio cambié el pésame por la enhorabuena al dar la mano a uno de los dolientes. Me hubiera gustado sacar al muerto y meterme yo en el ataúd.

Estando en el cine y habiéndome quedado dormido acaricié a mi pareja pero resultó que mi pareja se había enfadado marchándose de la sala y el sitio fue ocupado por otro espectador.

¿Quién no se ha metido en un servicio y ha confundido el de señoras con el de caballeros viceversa? Aquel día me confundí de urinario y al abrir la puerta contemplé las posaderas de una anciana que me dijo de todo menos guapo.

De las más típicas es decirle a alguien si estaba embarazada cuando la realidad es que había engordado. También meterse de copiloto en un coche equivocado, cerrar la puerta y tardar unos segundos en reaccionar: “Eres un cabrón, llevo media hora esperándote”; cuando miré al conductor me quedé sin palabras aunque el afectado le echó humor: “Creo que usted se está refiriendo a otro cabrón”.

El curso pasado le dije a un padre que vino a la tutoría que su nieto no estudiaba nada y que repetiría curso. El abuelo resultó ser el padre. Cometí el error tres veces. El falso abuelo me dijo que ya me había dicho tres veces que él era el padre.

Para terminar con mis meteduras de pata me permitiré indicarles qué es lo que me sucedió leyendo “ el romance del prisionero”:

Que por mayo, era por mayo

Cuando hace la calor

Cuando los trigos encañan

Y están los campos en flor

Cuando canta la calandría

Y responde el ruiseñor

Cuando los enamorados

Van a servir al amor

Sino yo, triste, cuidado

Que yago en esta prisión

Que ni sé cuándo es de día

Ni cuándo las noches son

Sino por una avecilla

Que me cantaba el albor

Matómela un ballestero

Dele Dios mal galardón

Matómela un ballestero

Dele Dios mal galardón.

Intentando ser el mejor rapsoda de la clase exclamé a grito pelado: “METÓMELA, en vez de matómela”. Éramos 43 alumnos y la profe de literatura; las carcajadas fueron tan grandes que las risotadas crearon alarma en todo el Centro pues las risas parecían que durarían toda la vida. Me quedé con el sobre nombre del “ ballestero’ y tuve que soportar bromas y chascarrillos durante todo el bachillerato.

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