Un mes después del devastador terremoto que golpeó las montañas del Atlas en Marruecos y dejó casi 3.000 muertos y decenas de miles de personas sin hogar, los supervivientes continúan lidiando con el trauma y centrados en un solo objetivo: reconstruir sus casas cuanto antes de cara al duro invierno.
En Amizmiz, una de las localidades damnificadas a unos 56 kilómetros al sur de Marrakech, la vida va poco a poco recuperando su ritmo normal con más comercios y restaurantes abiertos. Niños con sus batas blancas caminan hacia las aulas provisionales instaladas en tiendas.
Sin embargo, las huellas físicas y psicológicas del sismo se imponen. Se ven aún escombros de edificios destrozados y casas con grietas casi abandonadas por sus habitantes, que viven con el insistente recuerdo de lo vivido y el duelo por los fallecidos.
Casi todos están alojados en tiendas de campaña repartidas en diferentes puntos de este pueblo de unos 14.000 habitantes en las faldas del Atlas. En las tiendas de Amizmiz viven sus vecinos, pero también cientos de desplazados venidos de las montañas, donde muchas aldeas han quedado prácticamente arrasadas.
Todos dicen que están en espera de que las autoridades les ayuden a reconstruir sus casas, después de que una comisión técnica las inspeccionara hace dos semanas y apuntaran sus nombres en una lista.
Marruecos anunció que destinará alrededor de 11.000 euros a la reconstrucción de las zonas damnificadas para realojar a las personas que quedaron sin hogar, reconstruir las viviendas destrozadas y restaurar las infraestructuras dañadas.
La primera parte de estas medidas se lanzó el pasado viernes con la entrega de una paga mensual de 230 euros mensuales durante un año a las familias afectadas.
En medio del extremo calor que se siente hasta dentro de las tiendas de un campamento erigido sobre una colina, Abdelatif Bujaima enseña a EFE su casa dañada donde vivía con su mujer y sus cuatro hijos.
Se ven muros agrietados y otros caídos en la azotea. Pegada a ella, está la vivienda de su madre y otra de su hermano con su familia.
Ahora, todos viven en un campamento con otros vecinos, se quejan de la escasez de baños móviles y de la lejanía de los depósitos de agua, pero todos coinciden en que su prioridad es que las autoridades les ayude, a reconstruir sus casas ante el miedo de la llegada de las lluvias y el frío, especialmente intenso en el Atlas.
"Nos resignamos ante la voluntad de Alá. Estamos intentando seguir adelante, dar a nuestros hijos todo nuestro cariño para que olviden lo que pasó, ahora solo nos importa recuperar nuestras casas", explica Abdelatif desde dentro de su tienda dividida en dos partes, una con colchones, mantas y alfombra, y con utensilios de cocina y una pequeña estufa.
Mientras prepara un té, la mujer de Abdelatif asiente ante las palabras de su marido: "Seguimos viviendo aterrorizados. Desde el terremoto no hemos vuelto a nuestras casas, tenemos miedo de que se nos caigan encima. Antes ganábamos poco pero teníamos un hogar, ahora vivimos en la calle".
En esta misma tienda de Abdelatif, los niños hacen sus deberes, se cocina, se duerme y hasta se duchan.
Otro vecino, Hasan, cuenta a EFE que usan sus casas solo para cargar sus teléfonos o sacar cosas que necesitan, y afirma -como otros habitantes de la zona consultados- que siguen sufriendo de alteraciones de sueño y ansiedad, sobre todo los niños.
Desde el otro lado de la ciudad y al lado del hospital militar de campaña hay diez tiendas que sirven de clase para niños de diferentes niveles de primaria. En una de ellas, Zakaria Ouchechen imparte su clase de árabe clásico a sus alumnos de quinto grado.
Zakaria asegura a EFE que el impacto psicológico del sismo sobre los niños ha sido grande: "Hemos dedicado las primeras clases a escuchar a los niños y darles apoyo psicológico. Cuando les pedíamos darnos tres nombres o palabras, respondían con los de sus amigos o familiares muertos y repetían palabras como seísmo y oscuridad".
El docente, que perdió a uno de sus alumnos en la catástrofe, recuerda los enormes daños que sufrió la escuela Atlas donde enseñaba, un edificio que cumplirá pronto un siglo.
Antes del terremoto, los profesores preparaban una gran fiesta para celebrar el aniversario, algo que, lamenta Zakaria, nunca sucederá.
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