Tras la muerte del Rey portugués Sebastián I el 4-08-1578 en la batalla de Alcazarquivir, el Rey español Felipe II, que era su tío, gestionó del Rey de Marruecos el traslado de sus restos a Ceuta, donde fue enterrado el 10-11-1578, primero en la Capilla de Santiago en la Iglesia de la Trinidad y después en la Capilla Mayor, habiendo permanecido sus restos en la ciudad hasta que en 1582 el mismo monarca español dispuso que fueran trasladados sus restos a Portugal, siendo finalmente enterrado en la Capilla de Santa María de Belem.
Y, dado que Sebastián I era soltero (tenía hecho voto de castidad como perteneciente a la Orden de Cristo) y no había dejado descendencia, el Consejo de Estado portugués llamó a ocupar el trono a su tío el anciano Cardenal Enríquez que, hallándose enfermo, falleció al poco tiempo de ceñir la corona. Al morir el Cardenal-Rey, el Rey Felipe II se proclamó legítimo aspirante a la corona portuguesa, dado que éste era el hijo mayor del Emperador Carlos V y de Isabel de Portugal, esposa del Emperador. Por cierto, que cuando Carlos V viajaba desde Madrid a Sevilla para contraer matrimonio con la entonces princesa portuguesa Isabel, cuya boda se celebró en la Catedral de la capital hispalense el 11-03-1526, en el tramo del recorrido que hacía en caballerías con todo su séquito real entre Toledo y Mérida, la comitiva real se detuvo y paró a comer y descansar en mi pueblo, Mirandilla, concretamente, el 3-03-1526, sábado a mediodía, se cree que en la casa-palacio del Marqués de la Encomienda; continuando luego por la tarde hasta Mérida, donde pernoctó, tal como tengo investigado en mi libro “Mirandilla, sus tierras y sus gentes”.
Pero, continuando con la principal cuestión que nos ocupa, tanto en la Corte española como en la de Portugal Felipe II contaba con partidarios y detractores. De un lado, en Madrid estaban los partidarios de la anexión de Portugal a España, encabezados por los “albistas” o “castellanos”, dirigidos por el Duque de Alba, que se apoyaba más bien en las élites urbanas. Y, de otra parte, estaban los “ebolistas” o “papistas”, pertenecientes a parte de la propia familia real, la nobleza cortesana y la jerarquía eclesiástica, encabezados por la Princesa de Éboli, grupo en el que también figuraban el influyente Secretario Antonio Pérez y Dª Ana de Mendoza. Este grupo, aun sin ser totalmente contrarios a dicha anexión, eran seguidores del Papa Gregorio XIII que no veía con buenos ojos que Felipe II aumentara más su poder en Europa, pues de alguna forma seguían las directrices de Roma; cuya facción dominó en la Corte filipina en la década de 1560. En cada grupo cortesano, sobre todo entre los opuestos entre sí, no faltaban intrigas, tramas y conspiraciones palaciegas de unos contra otros, que todas tenían como finalidad hacerse con el favor del rey para poder ejercer sobre él la mayor influencia posible.
Por lo que respecta a la Corte portuguesa, igualmente estaban dos grupos, por una parte, los partidarios del “sebastianismo”, llevados por el militarismo, las ansias de nuevas conquistas y glorias, que formaban un bando de tipo mesiánico que se oponía radicalmente a la entronización de Felipe II como rey de Portugal, cuya facción estaba encabezada por los altos dignatarios de la Corte portuguesa y las dignidades eclesiásticas más distinguidas. Y, por otra parte, estaban la nobleza que abrazaba la profesión militar, que contaba con las altas élites urbanas y veían con cierta simpatía que Felipe II fuera el que ciñera el cetro real portugués. Estos últimos estaban bajo las directrices del portugués Sebastián Moura, que trabajaba en la Corte de Madrid, hombre de la plena confianza de Felipe II al que una vez ostentó aquel trono, nombraría virrey de Portugal. Y también le apoyaban varias familias nobles portuguesas, entre los que figuraba Don Manuel de Meneses, marqués de Casa de Vila Real, quien emparentaba con Don Pedro de Meneses que, como bien se sabe, fue el primer Capitán General de la Ceuta portuguesa, directamente nombrado por el Rey Don Juan I. Este fue el motivo principal de que luego cuando en 1640 estalló la revuelta de Lisboa que proclamó la independencia de Portugal de España, la nobleza militar ceutí se pusiera del lado español y no secundara la secesión, solicitando del posterior Rey Felipe IV les concediera carta de naturaleza española, a lo que, muy complacido, el monarca español accedió de inmediato, por haber sido Ceuta la única plaza de las que Portugal poseía en Ultramar que se adhirió a la causa española.
Felipe II tuvo que hacer frente a las tensiones suscitadas por los grupos de españoles y portugueses que eran reticentes a su nombramiento como Rey de Portugal, y se vio obligado a practicar una política de acercamiento y de captación de voluntades para acallar tanto a unos como a otros. Y la forma como lo hizo fue a base de conceder mercedes, gracias, privilegios, cargos, encomiendas, pensiones extraordinarias y otra retribuciones cortesanas, cuyas prebendas en algunos casos ya habían venido disfrutando buena parte de los portugueses destinados en Ceuta, como tensas y moradías, con las que Portugal había venido premiando, además de los leales servicios prestados en su Corte, también los servicios de militares, funcionarios y altos cargos que servían en sus posesiones de África, Asia y América (Brasil); pero siendo dotadas por Felipe II con cuantías más sustanciosas y atrayentes. Esa fue una política inteligente que ideó el rey español, tanto antes de reinar en Portugal como también después, y que tan buenos frutos dio respecto de Ceuta, habida cuenta de que por entonces las arcas portuguesas habían quedado esquilmadas debido a la política militarista de intervención, con enormes gastos y dispendios realizados por el Rey Sebastián I, sobre todo en el Norte de África, y que también pagaban en las numerosas posesiones portuguesas de Ultramar, pues todo ello dejó bastante exhausta a la Metrópolis. Y esa política abierta, generosa y de acogimiento de Felipe II, más su predisposición y mano tendida para con la nobleza militar ceutí, además del fluido comercio que la plaza mantenía con España, principalmente con las provincias costeras andaluzas, pues fueron luego la causa determinante de que cuando estalló dicha revuelta separatista se decantaran por permanecer al lado de España, ya que incluso tuvieron necesidad de que fuera la Corona española la que costeara algunas pagas y servicios de abastecimiento a las tropas portuguesas de la ciudad. Más a muchos militares y funcionarios portugueses destinados en Ceuta Felipe II les concedió alguno de los títulos de hijodalgo, caballero, escudero, y el nombramiento de algunos como servidores en su propia Corte de Madrid. Tales prerrogativas se mantuvieron luego también durante el reinado de Felipe III. Entre las numerosísimas mercedes que los portugueses de Ceuta recibieron del monarca español, sólo citaré las siguientes.
Las moradías fueron las que más se pagaron en Ceuta, según Duarte Nunes de Leao en “Descriçao do reino de Portugal. 2002”. Consistían en una retribución en dinero que podía ir acompañada de raciones y cebada que se daban a los oficiales de la Casa Real que continuamente servían en la corte, reflejando, además, la posición social de cada uno. Su mención documental más antigua se encuentra en los acuerdos establecidos entre Afonso IV y su hijo don Pedro (1355-1356). No sólo se pagaron en Ceuta, sino también en Tánger y Arcila y posesiones de Ultramar. Sólo citaré algunas entre las muy numerosas que se concedieron: El caballero hidalgo Diogo Nabo, fue nombrado el 9-12-1584 tabelión de lo público y judicial y escribano de la cámara, de la almotacenía y de los huérfanos de Ceuta, con Manuel Dias de Andrade, que obtuvo en propiedad el cargo de escribano de la matrícula de la ciudad; o con Jorge Barbosa, a quien el 21-01-1591 se le confirmó, gracias a su matrimonio con Maria Nabo, el cargo de recibidor de los mantenimientos de Ceuta. Al caballero hidalgo Luís Pacheco, por los servicios que realizó en Ceuta, se le hizo merced, el 1-03-1589, de 30.000 réis (reales) durante tres años.
Domingos Carneiro, que a propuesta del virrey Cristóbal de Moura le fue concedida por Felipe II el 14-08-1581 una pensión de 150.000 réis por haber sufrido cautiverio en el Norte de áfrica por Felipe II una encomienda en Ceuta, valorada en 10.000 réis. Jerónimo de Gonvea, que en 1592 Felipe III le concedió una pensión de 1500 cruzados en su condición de Obispo de Ceuta. Fue confesor de la emperatriz María. Miguel de Noronha. Felipe III lo nombró hidalgo y escudero en 1619, por haber servido en Ceuta entre 1600 y 1619. Era hijo de de Alfonso de Noroha, IV Conde de Linhares en 1619. Manuel de Seabra, Obispo de Ceuta y Tánger, que el 3-06-1581 fue nominado Obispo del Algarve y al poco tiempo nombrado Obispo de Coimbra. Era hijo de Nem Rodrigues de Ceabra, Señor de Montalegre. A ambas dignidades tuvo que renunciar para luego poder ser nombrado Deán de la capilla Real de Felipe III. Pedro de Mendoza, el 23-02-1583 le fue concedida la encomienda de de Santiago das Pías en Braga, por haber servido en Ceuta y Norte de África. Joao de Saldanha, que se le concedió la encomienda de Salvatierra de Magos que valía 300.000 réis, por haber servido en Ceuta y Norte de África. Francisco Pereira, que en 1581 se le incluyó en los libros como hidalgo, y se le hizo merced de un hábito de Cristo dotado con 20.000 réis. Leonis Pereira, que el mismo año 1581 fue nombrado hijodalgo. Fue morador de Ceuta. Sebastiao Gonçalves Correa, hijo del Capitán Melchor Gonçalves Correa, a quien se nombró escudero e hidalgo como premio a su dilatada vida en el Norte de África y su participación en la batalla de Alcazarquivir. Gaspar Arnao, que estuvo en Ceuta y fue cautivo en Alcazarquivir, 5-02-1585 se le hizo merced de 15.000 réis de pensión al año, y de 300 cruzados, por una sola vez, para que pudiese pagar lo que le quedaba de rescate.
Entonces, el servicio de armas efectuado en Ceuta y en las demás posesiones portuguesas en el Norte de África (Tánger, Alcazarquivir, Arcila, etc) era por sí solo tenido como mérito muy cualificado de cara al otorgamiento de mercedes reales, tales como la asignación de hábitos de las Órdenes Militares, como antes ya cité, y otras asignaciones económicas y distinciones castrenses, a modo de como en la actualidad se devenga la gratificación de residencia a los funcionarios civiles o militares que prestan sus servicios en la ciudad. Así, en 1550 se asignaron a Francisco Sousa Ribeiro, que era hidalgo de la casa real portuguesa, la cantidad de 80.000 reales, al serle reconocidos sus destacados servicios prestados en Ceuta y en la India. A Leonor Rodrigues, como familia de militar combatiente en Ceuta le fueron concedida la exención de pagar pedidos, por ser viuda de Andrés Martín. Catarina Álvares (sic) le fue asignada una pensión de 7000 réis anuales, por ser viuda de Antaô Pacheco. A Vasco Cerrado, que era hijo del almocadén Francisco Vaz, se le pagaban 4.800 réis, etc.
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