Hemos vivido demasiado tiempo bajo el influjo socialista sobre maneras de hacer política. Damos por sentado, habiendo tenido un vicepresidente que fue portavoz del gobierno del GAL y ministro de interior del caso Faisán, que cualquier cosa que sale por la boca de un político es mentira. Hemos sobrevivido a gobiernos con un vicepresidente influenciado por los efluvios primaverales de los naranjos del aljarafe sevillano, que permitió el crecimiento de un imperio económico a la sombra de los mismos, por la patilla. Asistimos con incredulidad y menosprecio a los discursos de cualquier político, tras habernos acostumbrado al bajísimo nivel intelectual y al altísimo grado de falsedad que demostró el anterior Presidente del gobierno español. Y hasta miramos con hastío y desdén a los cargos políticos tras presenciar, con sensación de injusticia, como el nivel curricular de los ministros del último gobierno de Zapatero era casi tabernario. Del mismo modo que las maneras y comportamientos de algunos congresistas se asemejan más al de unos achispados en una mancebía, que al de la dignidad que deberían representar.
Por eso, en este país, en el que estamos acostumbrados al chascarrillo, los mentideros y demás usos y malas costumbres de lenguas y oídos; tendemos a juzgar al gremio por el indecoroso comportamiento de algunos de sus miembros. Si uno metió la mano donde no debía, todos son cortabolsas empedernidos. Si uno realizó aquel favor, el tráfico de influencias es lo normal y habitual. Si este prometió aquello y no pudo ni quiso cumplirlo, todos son mentirosos indolentes e insensibles. Sin embargo, solo al mal político le interesa que sean tenidos todos por igual y, no hay nada más injusto que tratar por igual a quien no es igual.
Hay mentiras sobre los políticos que, aun siendo de difícil tragaderas, las aceptamos y tomamos como verdades axiomáticas. Una de ellas es, que en España hay más de 450 mil políticos, algo que con un simple cálculo otorgaría más de 820 cargos políticos a Ceuta. Y por mucho que hago cuentas no me salen ni la cuarta parte.
Otra de ellas son los desorbitantes salarios que perciben. Hoy día es una suerte percibir un salario, si además este es digno, pues estamos ante una fortuna, pero no por ello son desorbitantes. Basta con asomarse al salario de un Consejero de la Ciudad de Ceuta para compararlo con lo que percibiría cualquier directivo de una empresa privada con el mismo presupuesto y responsabilidad, que lo multiplica por enteros. Sabiendo, además, que alguno de ellos se encuentra en lucro cesante.
Con los recortes y aumentos de tasas e impuestos, que a todas luces son tan injustos y sangrantes como forzosos, nos imaginamos a los consejos de gobierno como una reunión de leviatanes dispuestos a satisfacer su sed de sufrimiento humano, cuando la realidad viene reflejada por el ejemplo de la ministra italiana de trabajo, Elsa Fornero, que no podía culminar el anuncio de los recortes con por el llanto amargo que le acompañaba.
Por supuesto que en política hay narcisos, sátrapas, rateros, incompetentes, mentirosos y demás aulario de todos y cada uno de los defectos humanos. Hay que recordar que nuestros votos los han puesto ahí.
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