Colaboraciones

La mente respira

Viene aquí una nueva versión sobre salud mental, partiendo de la experiencia propia, y poniéndola en relación con esa cualidad tan espiritual como es el silencio de los adentros.

La conjetura es que la calidad de la salud mental está directamente asociada a la calidad del silencio interior.

En ausencia de salud, los pensamientos que son las palabras se agolpan sin solución de continuidad, y sin que sean suficientes a la hora de conformar un relato con que explicar la experiencia que proviene de los sentidos.

En un mayor grado de afectación, las ideas llegan a ser reflejas y no responden a un motivo ni a ninguna utilidad.

Si observamos las páginas de un libro veremos que el lenguaje se compone de palabras y silencios, siendo ambos igual de necesarios. El silencio pues es el estado previo a la palabra, y necesario para alcanzar el entendimiento.

Postulo así que la lectura de los pensamientos sigue las mismas normas que la lectura de los cuadernos, y que solo en ese orden, de palabras y silencios, podremos asistir al despertar de nuestras conciencias, a vislumbrar la diferencia entre lo que es salud y lo que es contrario al bienestar.

En un estado óptimo de conciencia descubriremos que la mente tiene la facultad de manipular los pensamientos, y de marcar las pausas que son los silencios, hasta dar con el fin último que es la sensación de salud.

Si damos por buenas estas bases, y las trasladamos a un modelo médico de recuperación, veremos la importancia de educar en la lectura de los pensamientos y en la interpretación de los silencios. Y veremos, asimismo, que la búsqueda de la salud es también la búsqueda de un relato que nos libere de la indefinición y de la inconcreción.

Otra cosa es el silencio profundo, el disfrute del silencio, la contemplación, ya que, para lograrlo, intuyo, es preciso una intensa formación cultural, o una estructuración sistémica del conocimiento.

En mis aventuras por los caminos tuve encuentros con monjes del silencio, y que me hacían ver su gran bagaje como lectores, y yo no comprendía en esos momentos.

Durante mi padecimiento, en el fondo de mi habitación, el silencio era sinónimo de sufrimiento. Solo viendo la televisión lograba la conciliación del silencio, pero era un silencio de muy poca calidad.

Al fin, en mi preparación como aficionado a la escritura, encontré sentido a lo que me decían esos hombres solitarios, entregados al silencio.

Puede que mi pasión por darle una forma al idioma no tenga mayor trascendencia, pero a mí me sirve para encontrar belleza en el silencio, al contrario que en mis años peores.

Y agachado sobre una hoja en blanco puedo animar a los sufrientes que busquen un relato de su experiencia, porque es en las palabras y en los silencios donde se halla la verdadera verdad: la salud mental.

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