Viven dentro de los vehículos que permanecen abandonados en el aparcamiento del puerto. Su día a día pasa entre asientos destrozados, encerrados en particulares casas a cuatro ruedas, atrapados en el consumo diario de estupefacientes con el único objetivo de esperar el momento para cruzar al otro lado.
El parking de la estación marítima, carente de vigilancia desde hace años, se convierte en escenario de acumulación de coches y furgonetas completamente destrozadas. A la amplia mayoría les faltan ya algunas de sus piezas y los amasijos que permanecen sirven para dar cobijo a adultos y menores.
Los usuarios que dejan allí sus coches protestan por la inseguridad, por la posible generación de accidentes y recuerdan que ya se han producido varios incendios. Ellos, quienes duermen en esta zona, descartan habitar el centro de La Esperanza y pasan las jornadas esperando que llegue ese día en el que cruzar el Estrecho sea posible.
El día a día viene marcado por las peleas, los robos y las persecuciones. No es la mejor manera de vivir pero en sus casos es la única que existe a modo de alternativa para conseguir lo que se ha convertido en un sueño casi imposible.
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