Opinión

Memorias de Ceuta | Las raíces: ¡las Pepas y la Puntilla!

¿Qué significa las raíces? ¿Qué podemos entender por tener raíces?... Algunos de mis paisanos se podrán preguntar el porqué de nuestra preocupación por el sentido profundo de todo aquello que concierne a nuestras raíces; como puede ser el haber tenido una niñez traspasada por la vivencias acaecidas en el antiguo y entrañable barrio de la Puntilla; donde cada día abríamos los ojos con el primer rayo de luz en la mañana, y los cerrábamos cuando en los cielos nocturnos se encendían y titilaban los astros como luminarias más allá de los límites de nuestros sueños...

Y, está bien que se lo pregunten. Sí; está bien que se pregunten, porque las raíces es aquello que nos define y nos dice de dónde venimos, en qué lugar nacimos o pasamos parte de nuestra niñez, que tanto influencia tiene en el devenir de nuestro proyecto de vida que se ha de desarrollar en el futuro que está por venir...

Y, en este sentido, nuestra infancia se allegó a habitarse en los límites -yo diría mágicos- del entorno del barrio de la Puntilla. Y, no exageramos en el término empleado, a saber: «mágico», porque acaso no es mágico cruzar la niñez en un ámbito donde se ubicaba los trenes de la antigua estación Ceuta-Tetuán; un monte donde crecían palmeras doradas colmadas de dulces palmichas del antiguo jardín de la Junta; de la música y coplas de las verbenas de la Hípica en las largas noches del estío que se alargaban hasta alta horas de la madrugada; de un llano de chinos y otro de crecidas yerbas, donde volaban las blancas palomas desde sus palomares, y corrían las gallinas y sus vigilantes y autoritarios gallos, esperando los granos de maíz que cada mañana les traía Mariquita, y se arremolinaban a su llegada como la mejor precursora de amor a los animales antes que nacieran las asociaciones de defensa de los animales, antes de que viera la luz el partido animalista de «PACMA»; y, lo que es imposible no recordar: el andar asaltando las parras que cubrían los gallineros, como picaros y traviesos niños, que veían en los racimos verdes y traslúcidos de las uvas el manjar más preciado que llevarse a la boca, algo así como los racimos bíblicos que trajeron los judíos de la Tierra Prometida; una alta escollera procedente de la cantera de Benzú con mil recovecos y cuevas para mariscar, y donde poder echar un salabar para coger camarones y cangrejos, y que, Perico Masa, no esperaba a cocerlos, sino que se lo comía crudos, con cabeza y «to»... Y, finalmente, una isla de aguas azules y vírgenes, con una poza a modo de piscina de aguas más calientes y someras donde chapoteaban los más pequeños que aún no aprendieron a nadar. Ah, claro está, y nuestra playa al pie mismo de nuestras casas, aunque tan frías que te ponían los labios moraos del frío; una playa frente al Estrecho, que cuando el viento del norte se dejaba sentir, el Peñón de Gibraltar parecía tan cercano que casi tocaba al Yebel Musa, en su imperturbable silueta de mujer dormida...

Y, estas señas de identidad tan significativas, mágicas, como decimos, habita en nosotros como grabadas a fuego en nuestras almas por siempre jamás... Pasará el tiempo, pasará... Sin embargo, este paisaje del entorno de nuestro barrio, jamás pasara de nuestros recuerdos. De tal manera, que si bien pertenecemos a un país, y a una ciudad -España y Ceuta-, no es menos cierto, que también pertenecemos a esos recuerdos indelebles y nostálgicos de la niñez que nos dicen igual que nuestros nombres: ¿Quiénes somos, y de dónde venimos? Que en nuestro caso, mis queridos vecinos, venimos de la Junta del Puerto, del barrio de la Puntilla, donde se situaba la punta extrema de la línea de costa -la Puntilla- donde partía la ensenada y la curva de ballesta de Benítez...

Y, si este era el paisaje urbano del barrio de la Puntilla, aún con más valor y trascendencia se hallaba el paisaje humano de los vecinos de la barriada, donde se dejaba entrever una fuerte solidaridad entre los vecinos. Los pabellones amarillos eran los grupos del personal obrero del puerto, donde a su vuelta y a pie del monte donde se hallaba el antiguo jardín de la Junta, se encontraban un conjunto de barraquillas, que sus vecinos por diferentes motivos no habían tenido acceso a la vivienda y allí construyeron sus casas...

La vida en la década de los cuarenta y cincuenta era dura para las mujeres, porque todas las labores de la casa había que hacerla a mano, además de fregar los suelos de rodillas, a golpe de josifa* y agua enjabonada a la que se le añadía una medida de lejía. El combustible de los guisos habitual era el carbón, donde se añadía una mecha ardiendo para prender el fuego, y luego se atizaba abanicando lo soplillos de cáñamo sobre el fuego de lado a lado.

Y, entre esas bravas mujeres -algunas, como Mariquita, contaban que iban a andando hasta el muelle Alfau, para llevar a sus maridos el almuerzo de las doce- podemos citar a la Pepas -Pepa Cesa y Pepa Perea, y Pepa de Teodoro, que Dios quiso llevársela al año pasado- que junto a Paquita y a Gertrudis le dimos un pequeño homenaje el sábado pasado en Portuarios.

Pepa Cesa, llegó a los grupos de la Junta con sólo un año, en 1935, un año ante de empezar «la Guerra Civil», que tanto dolor causo a los españoles**. Y, desde entonces, ha presenciado todo el devenir y la historia entrañable de lo que ha acontecido en la Puntilla, que como hemos apuntado anteriormente, en un principio este barrio lo conformaban los pabellones amarillos, y las barraquillas, que se situaba a tiro de piedra entre el Sardinero y el barrio de las Latas; luego, se construyeron enfrente, a finales de los años sesenta, los pabellones blancos, y los del principio de la cuesta de la carretera de Ybarrola y la Hípica...

Y, la ceremonia del entrañable evento -como hemos citado- lo celebramos en Portuarios, donde leímos un manifiesto y unos versos dedicados a Pepa Cesa, por ser la abuela de la Puntilla, y cumplir en unos días 84 años. Toda la historia del barrio en la memoria de una mujer... El evento estaba sobradamente justificado y así lo entendieron los vecinos que se allegaron a tomar un café o chocolate con churros junto a las Pepas, donde le dejaron su reconocimiento y cariño...

Se le entregaron sendos ramos de flores, que entre las flores silvestres, se adjuntaban tres rosas rojas que simbolizaban la vida misma, la alegría de vivir, la alegría de haber llegado a tan elevada edad, y poder contarnos, a poco que se les preguntara: ¿Cómo transcurrieron y cómo se sentía la vida en aquellos años azarosos y a veces convulsos del siglo pasado, donde cada día era una conquista, un logro de supervivencia, y el folclore de la copla andaluza se confundía con España para alegrar los corazones ansiosos por una sonrisa y una esperanza por llegar...

Las Pepas, no son grandes eruditas, ni le acompañan títulos universitarios, ni prestigiosos másteres de esta o aquella materia a investigar; ellas han sido durante toda sus vidas amas de casa a secas, sin más títulos que sus propias manos que se cansaron de lavar ropa y fregar suelos de rodillas. Ellas significan el trabajo callado, la resignación, las horas sin dormir en la enfermedad de los hijos, la comida sobre la mesa en las horas de escases y necesidad; la plancha, la colada y las sábanas blancas sobre la verde yerba del llano; la ayuda a la vecina que le faltaba apio, sal, o patatas; el quedarse con los hijos de la vecina mientras iba a la compra, o al médico del ambulatorio cuando se encontraban enfermos...

¡Ay, las Pepas!, las últimas mujeres de toda una generación... Las abuelas de la Puntilla... En sus ojos se pueden encontrar a poco que los miremos, no sólo todo lo acontecido en nuestro barrio; sino también muchos de los acontecimientos que sucedieron en nuestra ciudad en los últimos ochenta años...

Qué Dios os guarde, mujeres, madres y abuelas ilustres, con nosotros vais, en nuestros recuerdos os llevamos, os agradecemos de corazón, vuestra presencia a lo largo de tantos años, desde nuestra primera niñez...

(*) Josifa: Origen. La palabra josifa y otras muy similares se utilizan en Andalucía y tienen su origen en el árabe, pues como mucha gente sabe la civilización árabe domina España entre los años 711 y 1492. Así pues, se produce durante mucho tiempo la convivencia de árabes y cristianos, y la influencia en la lengua es lógica. En este caso la palabra árabe origen es “aljofifa”.

Significado. Cuando en Andalucía se usa la palabra josifa, jocifa, jofifa, u otras similares, es para hacer referencia a un paño de la cocina, lo que también se conoce con el término moderno bayeta. En algunos municipios andaluces josifa es la fregona para limpiar el suelo, y josifar es la acción de usar la fregona para limpiar el suelo. (Academia Andaluza).

(**) Se cuenta que el acorazado Jaime I, un buque de guerra leal a la República, lanzó una andanada contra las posiciones del ejército sublevado y uno de los obuses dañó una parte del primer pabellón o del tercero, quedando varios años sin habitar. (Elaboración propia).

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