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Memorias de Ceuta | Estudio fotográfico Arbona: Arte y fotografía

Los Arbonas se dedicaban al arte de la fotografía, y José Luis regentaba un estudio fotográfico junto con su hermano Salvador, en la calle Duarte que confluía en la calle Real. Este trabajo fotográfico lo comenzó su abuelo Luis con otro fotógrafo apellidado Vidal, allá a finales del siglo XIX (entre los años 1875-1889). Sus fotografías de estudio fueron muy celebres durante décadas, y no había bautizo, comunión, boda, o acontecimientos relevantes en los que no aparecieran los Arbonas para inmortalizar esos momentos. Tanto es así, que en algún que otro cajón de las casas de nuestros padres, siempre quedarán las añejas imágenes de familia con el sello y el año que el popular estudio fotográfico de la calle Duarte, tomaran la entrañable imagen.
Sin embargo, las familias, pasado un tiempo, toman otros rumbos diferentes a aquellos a los que originariamente se dedicaron. Y, en este caso, los Arbonas no han continuado con la tradición como fotógrafos clásicos de cámara y estudio; aunque también hemos de decir, que Jorge -hermano- y entre los hijos de Rosibel, pongamos a Ana, sus fotografías están llenas de una belleza delicada y exultante que hacen que de alguna manera, la tradición de su abuelo y de su padre, continúe viva en las nuevas generaciones…
Y, como si todo esos recuerdos y trabajos fotográficos, que se hunden en el pretérito de más de un siglo de intensa actividad por dejar reflejada en imágenes la pequeña historia de cada familia ceutí; cada mañana, vemos aparecer a Rosibel como la quinta esencia de aquel estudio fotográfico, donde ella posaba como la musa y modelo única e iconoclasta de su padre, que entre pose y pose atendía a la numerosa clientela que se allegaba todos los días al estudio.
Cartel del estudio fotográfico.
Y, Rosibel, como si aún posara para José Luis, el único fotógrafo de los Arbonas que tuvo el privilegio de aunar belleza e imagen, se pasea y viste para la calle de tonos rosas, azules, verdes o morados; porque cada mañana es diferente, como también tiene que ser diferente el color de la camisa, la blusa o la falda. Y, a juego con los zapatos, el cinturón, la felpa para el pelo y, como no podía ser menos unos llamativos pendientes. Cada mañana, sale de su casa en la calle Misericordia -eso de la “gran vía”, no nos parece tan poético ni tan añejo, cómo fuera el antiguo nombre que llevara esta calle- y se encamina a visitar al Cristo del Puente, para rezarle unas oraciones para aquel que lo necesite.
Apuntamos, que ella nunca va sola, la acompañan tres perritas de esas que son pequeñinas y llevan el pelo por la frente que nunca se le ven los ojos. La verdad, nunca recuerdo el nombre de esta raza, preguntaré, aunque para mí son todos caniches… Sin embargo, el diccionario dice que no son caniches, sino Yorkshire Terriers, y que fueron llevados por los trabajadores escoceses que emigraron a la agreste región del norte de Inglaterra, para dar lugar a su raza en la localidad de Yorkshire. Y, pueden verse cada día estas féminas muy compuestas, presumidas, y yendo siempre muy primorosas, adornadas con lazos rojos y azules, que parecieran mocitas a recorrer la largura de la Calle de la Muralla* y el Paseo de la Marina.
Reportaje de El Faro del Estudio Arbona
Rosibel, no se contenta con pasear a sus caniches -Yorkshires-, sino que lleva la comida a los gatos del entorno, que la esperan como “agua de mayo”, al filo del mediodía todos los días del año, salvo enfermedad o alguna urgencia. Y, ya no sólo la esperan los gatos del entorno; sino que hasta los gatos del Príncipe bajan “pa” saludarla, para luego pedirla también su consiguiente raciones gatunas.
¡Qué muchacha!, pareciera que la belleza hubiera habitado siempre en ella, y ya no quisiera nunca abandonarla. Todavía conserva los rasgos elegantes y bonitos de la adolescencia, cuando los niños del Instituto, suspirábamos al verla pasar camino de clase; o, a la salida entre sus amigas, bajando por el jardín de Rosende** hacia casa…
Nada, a nuestro modo de ver, la han cambiado los años, pues continua su eterna sonrisa, su rasgos delicados en el rostro y su estilizada figura. Nada le ha podido aún robarle el tiempo, pues al contrario, su amabilidad y sencillez, pareciera haberse incrementado, sorprendentemente, con el paso de los años.
Rosibel, pareciera a veces una niña por su manifiesta ingenuidad con que percibe las cosas de la vida; y, al momento, le trasciende una madurez sosegada, cuando te relata las diversas adversidades que le han ido acaeciendo. Es una acertada mezcla -yo diría-, entre mujer y niña, que sabe darle a la vida la inocencia y la sensatez que requiere en cada momento.
A veces, nos cuenta estampas de su niñez en aquel archiconocido estudio fotográfico que regentaba José Luis Arbona -su padre- junto con su hermano. En la calle, con sólo pronunciar Arbona, ya nos situábamos en la calle Duarte y delante de aquella cámara enorme de estudio, donde esperábamos el clásico clip-clap para saber que Arbona ya te había inmortalizado para la posteridad.
José Luis Arbona, trabajando en el revelado de las fotos
¿Quién no se ha hecho una fotografía en los estudios de los Arbonas? Quién no tiene un bautizo, una comunión, una boda, de Arbona. ¿Quién no ha ascendido la calle Real, pasar la heladería Glacial en la esquina de Echegaray, hasta alcanzar la cantonada de Duarte y subir hasta el Estudio de Arbona? Sólo hay que abrir un viejo cajón, mirar las amarillas imágenes, y en el envés de cada fotografía observar: FOTOGRAFIA ARBONA.
Ahora, cuando regreso a Ceuta, ella siempre viene a saludarnos a la Cafetería del Puente, donde tenemos nuestra tertulia y conversamos de aquella antigua ciudad tan distinta a la que podemos columbrar en ciernes. Todo ha cambiado en estos 19 kilómetros cuadrados de tierra de África que conquistara Portugal en el siglo XV y que después pasara a España al dividirse las coronas. Ha cambiado el paisaje urbano, la demografía, las tradiciones, las costumbres, los rincones llenos de poesía de antaño, los parques, los jardines, las plazas, las calles e incluso al Puente Almina -verdadero emblema de la ciudad-, que ahora se le llama Plaza de la Constitución. E incluso el barco que nos traslada a la Península, ya no toca el tifón a la salida para avisar a los pasajeros, ni le llamamos «Paloma», «Correos» o «Transbordadores», ahora llevan el nombre inglés de Ferrys…
Así, son las cosas de la modernidad, pero estábamos a otra cosa, estábamos a recordaros a Rosibel, tal vez como el Puente Almina, otro emblema de aquella ciudad que nos vio nacer, y que su padre -el recordado fotógrafo Arbona- nos dejó grabadas en las placas de su estudio, su fresca belleza de ceutí, de joven caballa nacida en la década de mitad del siglo pasado…
Si no quieren permanecer anónimos, si quieren conservar en sus retinas a un personaje popular donde los haya, a un personaje popular que identifica a una ciudad y a un tiempo determinado; donde hasta el tiempo ha firmado una tregua con las horas, no lo duden más, y bajen alguna mañana al Puente Almina, y camino del Cristo del Puente verán a Rosibel recitar sus oraciones entre sus presumidos canes, y los orgullosos gatos que acaban de bajar del Príncipe “pa” reverenciar a su Princesa…
José Luis Arbona, su esposa Isabel, y la pequeña Rosibel
Sí; efectivamente, de antiguo cada ciudad tenía a sus personajes, artistas que salían del pueblo, que sin ser grandes poetas o filósofos, estaban rodeados de un aura que les hacía diferentes y eran señalados como el duende que caracterizaba a un pueblo o una capital. Ese casticismo, ha ido despareciendo, pero antaño, existían mujeres distinguidas que hacían volver la cabeza; o, entretenidos buscavidas, que hoy llevaban un carrito de helados, mañana un barquillero y, pasado, la mejor garrapiñada o el más dulce pirulí; o, hombres cultos que llevaban el refranero a cada frase y lo mostraban para hacernos reflexionar acerca de cualquier acaecimiento que estuviese en boca de unos y de otros. Hombres y mujeres de diferente clase social, pero que en esto del arte, se daban la mano para ofrecer unas calles llenas de color y “grasia”, que hacían que en una esquina u otra se hicieran corrillos a su paso…
Rosibel, por su presencia, por su ingenuidad, por su exultante belleza, por su extrema amabilidad y sencillez, por esa forma tan peculiar de vestir que pareciera sacada del más puro estilo del romanticismo del siglo XIX; y, sobretodo, por esa alegría que contagia “na” más verla aparecer por cualquier esquina de cualquier calle, se ha hecho acreedora de ese título no escrito y tácito, que un pueblo de manera anónima y popular -sin que intervengan las Autoridades y políticos de turno- otorgan a uno de sus paisanos -sin birretes ni encorsetadas togas académicos- la mejor y más entrañable de las distinciones, a saber: El sentirse querida y admirada por la calle, que, en definitiva, es lo que hace que pasados los años, en las tertulias de casinos y cafeterías, se siga hablando de aquellos personajes populares que dieron señas de identidad a una determinada ciudad, que en el caso que nos ocupa, nuestro personaje se significa en Rosibel y se referencia en nuestra añorada ciudad de Ceuta… _______
(*) Antigua calle de la Muralla, lego Paseo de las Palmeras; y hoy no sabemos a ciencia cierta cual es su nombre popular, porque alguno ya le llaman: “Paseo de los Tristes”, por lo poco concurrido y la poca luminosidad de sus farolas llegada la noche.. (**) Rosende: Antiguo jardín en honor del Director del Puerto, que subía lleno de belleza y esplendor desde los jardines de la Argentina en las “Puertas del Campo”, hasta el “Instituto”, antiguo Instituto Hispano-Marroquí cuyo nombre común se convirtió en propio, porque sólo existía uno, y es claro, que su nombre propio :”El Instituto”, no dejaba dudas a que instituto nos estábamos refiriendo…
Rosibel Arbona, en el Puente Almina de paseo con sus mascotas

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