Ayer domingo falleció un personaje inolvidable de la calle ceutí, Rafael Vargas Salinas, ‘El Vargas’. Pese a vivir ya en los últimos años en la vecina Algeciras en casa de una de sus hermanas debido a su deteriorada salud, su memoria seguía viva y bien presente es éste, su querido pueblo.
Artista ante todo de solera y tronío; manantial inagotable de gracia, ternura y salero; honrado, laborioso, tierno, próximo y fiel, ‘El Vargas’, como lo conocía toda Ceuta, supo estar presente en todos los acontecimientos festivos de la ciudad, muy especialmente en carnavales, ferias y fiestas, siempre con su reverberante protagonismo e impronta, capaz de impresionar hasta los más escépticos.
Su infancia discurrió en Xauen, lugar del destino de su padre en La Legión. A sus trece años y movido por sus inquietudes artísticas, abandona el hogar familiar en un irrefrenable intento de abrirse camino en el mundo del espectáculo por los principales teatros y salas del antiguo Protectorado. Pero pese a su entusiasmo no encuentra la suerte que él tan ansiosamente buscaba, por lo que decidió aprender el oficio de cocinero en Tetuán, el que habría de ejercer ya de por vida, hasta su jubilación, en bares o restaurantes y, finalmente, durante dieciocho años, en el desaparecido Hospital de la Cruz Roja.
Hasta su marcha a Algeciras, Rafael vivió en los grupos Alfau, rodeado de multitud de recuerdos y presentes de su vida que tan celosamente guardaba en su habitación. “Muy feliz”, me contaba, al lado de sus dos hermanas, cuando ambas enviudaron, y de sus ‘hijos’ a los que profesaba un especial cariño. Sus hijos, digo bien, tal y como él llamaba a los otros miembros de la casa: ‘Nene’, el mayor, un hermoso y robusto gallo, su fiel acompañante noche y día durante tres lustros; el tierno y mimoso ’Chico’, el mayor de la familia felina del hogar; la dulce ‘Sonia’, la única hembra del mismo; y el benjamín y tímido ‘Gordo’.
Persona de profundas convicciones religiosas, figuras e imágenes de santos, cristos y vírgenes presidían un lugar de privilegio en su hogar. Especialmente una Virgen del Pilar, “el mejor legado que me pudo dejar mi madre”, figura tan presente siempre en su mente hasta su fallecimiento. “He dejado dicho que cuando me muera depositen esa imagen junto a mí, en el ataúd”.
Antes de su marcha a Algeciras, ‘El Vargas’ estaba retirado de todo después de que fuera objeto de diversos reconocimientos populares. “Es que estoy algo disgustadillo con la concejalía de Festejos”, me dijo tras haber entrado en el anonimato. Aquello y su progresiva y deteriorada salud terminaron apartándole de nuestras calles.
Rafael, muy ufano, se jactaba de relacionarse con todo tipo de gente. Desde las de más alto rango hasta las más modestas y sencillas. Fue ‘miss’, deportista, árbitro de fútbol, lotero, pinche… “y reina del Carnaval no, porque no sé por qué se negaron a ello”. De todo, vaya.
Nunca nadie en Ceuta habló mal del Vargas. Ni siquiera en los tiempos en los que la homosexualidad se ocultaba cuando estaba mal vista o era objeto de mofa. Él jamás la escondió, al contrario, supo hacer de ella su singular bandera de simpatía, llaneza y popularidad.
Una juventud e infancia difíciles
Nacido en la Huerta del Molino, ‘El Vargas’ tuvo una infancia y juventud difíciles. Siendo casi un niño se fue a Tánger, ganándose la vida fregando y limpiando, al tiempo que acudía a una academia de baile donde forjarse artísticamente. No tuvo fortuna, decíamos, llegando lo más lejos a actuar de reclamo a las puertas del Teatro Chino durante un tiempo.
Posteriormente, en Tetuán, aprendió el oficio de cocinero en el Hotel Nacional, en el que trabajó hasta el momento de retornar a Ceuta tras la independencia marroquí, alojándose entonces junto a su progenitora, durante algo más de treinta años, en una modesta barraca del Pasaje Recreo. “En ella murió mi madre, a la que desgraciadamente no le pude dar una vivienda con agua corriente y wáter”.
Tras unos años trabajando donde podía, en la hostelería o vendiendo lotería por toda la ciudad, al final encontró su estabilidad laboral en el antiguo Hospital Civil, aunque no abandonó nunca, del todo, su condición de lotero sacando provecho de su especial simpatía y popularidad.
Recuerdos imborrables
Especialmente se le recuerda a Rafael por lo que supuso para el Carnaval ceutí en su época dorada. No olvidaba el día en el que el peluquero Jose lo vistió de mujer de tronío, con su mantón y peineta, dando la nota en la calle. “Aquello para mí fue memorable”.
Como memorable fue su elección como ‘Miss Sarchal’, en 1967, en el desaparecido bar KK, abarrotado de gente. “En los tiempos de Franco tenía tela ponerse así, en público, provocativa, insinuante y en bañador, un tipo como nosotros, pero yo he sabido ser siempre tan fina, delicada y respetuosa que jamás tuve el más mínimo problema con la autoridad”.
También se le recuerda al Vargas en aquellos partidos de solteras contra casadas cuando de repente surgieron en nuestra ciudad. “No falté a ninguno, con mi correspondiente show después por la noche. Ni aquí ni en ningún otro lado o acontecimiento pedí ni un céntimo por mis actuaciones, pues mi intención fue siempre la de divertir al público y hacerlo feliz”, me decía también en un programa televisivo en el que el teléfono se vio desbordado por las llamadas.
Rafael Vargas fue distinguido con el Escudo de Oro de la Ciudad en 2010, distinción que para muchos se quedó corta, especialmente para quienes hubiésemos deseado que una calle perpetuase su nombre.
Descanse en paz, a ser posible a la vera de su amadísima Virgen de África a cuya ofrenda solía acudir hasta hace poco tiempo, cada 5 de agosto, sentado en su silla de ruedas.
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