Opinión

En memoria de Manuel Cantero Carbonell

Que trabajo nos cuesta celebrar la muerte como un acontecimiento más de la vida, la imagen de Shiva danzante inscrito en su círculo universal nos dice mucho del pulso e impulso cambiante del universo. Es la norma impuesta por los dioses a la existencia física, el tránsito que toda alma encerrada por un tiempo (acaso un segundo para el cosmos) en su avatar de carne y hueso debe afrontar a cambio de haber participado en la aventura de la vida.

Decimos adiós cuanto tenemos esperanza de volver a encontrarnos con la personas que nos preceden en la muerte; el vacío es angustioso porque ellos han traspasado un umbral que nos parece desconocido, la verdadera patria universal a la que debemos retornar. Como relata el gran pensador Carl Gustav Jung, solo podemos volar al océano cósmico soñando y es, en este estado, donde sentimos que formamos parte del todo. Y para soñar hay que dormir y la muerte no es más que el mayor de los sueños donde el rumor de la naturaleza verdadera nos susurra y los entendimientos se abren. Estoy hablando de algo que está más allá de la ciencia y del conocimiento ordenado, es el mundo de los sueños y de los mitos donde se sabe pero no se comprende (es el mundo de la religión y las creencias espirituales) y las palabras no alcanzan debido a las limitaciones mentales inherentes a nuestra especie; la única expresión plausible es la mítica. Por eso cuando la ciencia y la filosofía se ponen exquisitas intentando aprender lo inasible comienzan a transitar por tierras incógnitas y su relato se parece mucho a la imaginería propia del mito (véase el libro de José Manuel Pérez-Rivera Arqueología del Alma).

Manolo era un encantador de almas porque trasmitía sinceridad, verdad y confianza en uno mismo, y eso es un don con el que se nace y se muere. Saber estar tanto en la vida como en la muerte: sin haber conocido los últimos días en este mundo físico del homenajeado puedo intuir que tuvo un gran comportamiento antes de traspasar el umbral. Pienso que él sabía porqué estaba en este mundo (como decía Mark Twain, los dos momentos claves en la vida de una persona son el nacimiento y cuando se sabe porqué); quizá para perseguir su ideal de familia, servir a la causa de la amistad y contribuir a la felicidad de los demás organizando viajes de novios y otros acontecimientos en los que su querida agencia de viajes era mucho más que un simple negocio. Serán sus más íntimos allegados los que puedan responder a esta importante cuestión tan crucial para saber si Manolo palpó y sintió una de las esencias de la felicidad.

Sentimos pena ante la marcha de los otros que nos preceden pero en el mundo por llegar el tiempo no parece existir y la pérdida no pienso que tenga ningún sentido. A mi me gusta darle la vuelta a la cuestión y plantear que realmente somos extraños en este mundo, visitantes ocasionales en lo que llamamos vida, una especie de “stepping stone” de paso hacia nuestra verdadera dimensión universal en la que esforzarnos por ser mejores cada día, en fin no estoy inventando nada puesto que la perfección siguiendo la máxima de la ética y la vida buena está en el ideario de todas las grandes concepciones religiosas y espirituales. En este lado del espejo la muerte cobra el mayor significado porque es aquí donde tenemos una concepción pueril del tiempo y el espacio y todo nos parece muy limitado como corresponde a nuestra extraña y maravillosa naturaleza humana.


La calle del adiós es un bonito poema que la escritora cubana y premio Cervantes Dulce María Loynaz dejó escrito en su bello libro “Un Verano en Tenerife” (aconsejo su lectura a la familia de Manolo y en especial a la esposa e hijo pues estoy seguro que los reconfortará y quizá un viaje a Tenerife y su provincia siguiendo la senda de Dulce María podría ser un bonito homenaje póstumo para mitigar en algo el dolor que sienten esposa e hijo; pongo a su disposición casa en La Palma, ahí lo dejo) y que adornan el muro de una casa en la bella localidad palmera del Tijarafe que lleva este poético nombre porque conectaba la preciosa iglesia palmera tijarafeña con el cementerio. Tuve la inmensa suerte de conocer a la poetisa en su desvencijada y elegante casa de la Habana durante una de mis primeros viajes científicos que realicé fuera de España y ciertamente a pesar de la distancia geográfica y de todas las dificultades que encontré en Cuba en aquel entonces, nunca tuve la impresión de encontrarme fuera de España. Conversamos sobre mi trabajo de naturalista y me dedicó el libro mentado anteriormente; ya la percibía muy mayor, cansada y abandonada por el gobierno castrista (la consideraban una burguesa) pero en ningún momento vi que perdiera el brillo de orgullo y pasión que se encontraban encerrados en sus diminutos ojitos que jamás olvidaré. Pues esto mismo observé en Manolo cuando tuve la suerte de conocerlo en la sala del hospital de día mientras se daba su tratamiento; había vida y nobleza, ausencia de complejos y descarada y valiente apuesta por continuar viviendo y luchando contra esta traicionera enfermedad: la pandemia del siglo XXI. Si bien, había yo conocido otro Manolo años atrás cuando trabajaba en su querida agencia de viajes sita en el paseo de la Marina Española. Por aquel entonces veía un hombre pegado a su mesa con demasiado trabajo y claramente estresado; era demasiado joven y atolondrado como para captar el alma que escondía en su interior. Sin embargo, el del hospital de día era un Manolo abierto y dicharachero con gran conversación, conocía y animaba a todo el mundo a seguir sobrellevando el peso de la enfermedad y a la vez tiraba constantemente de el mismo y de su propia familia; en definitiva una persona esencialmente buena que afrontaba valientemente su delicado estado de salud. Fueron cortos periodos de charla los que compartí con Manolo y su decidida mujer pero me supieron a limón, canela y miel pues para mi verlos con esa entereza y fortaleza de espíritu fue un asidero más al que aferrarme ya que mi querida compañera, al igual que tantas y tantas personas hoy en día, está también batallando contra una delicada afección tumoral. En mi mente sigue vivo en el recuerdo a pesar de que no pueda verlo ya delante mía con su cara bondadosa y su afectuoso corpachón: “Ni un paso para atrás” me decía con su voz quebrada, “para salir de esto la mente es muy importante”,…..me encuentro muy bien ahora incluso me pongo de pie y voy caminando con la muleta,….todo esto me daba la vida y estaré siempre agradecido al señor José Manuel Cantero Carbonell. No crean que le amedrentaba la enfermedad, celebraba cumpleaños y se reunía con los amigos y familiares siempre que podía. Algún video submarino de campañas científicas le envíe pues el sabía que éramos y somos clientes de la agencia y me preguntaba de vez en cuando donde viajaba en aquella ocasión. Sin embargo, la pasión de nuestro homenajeado era su pareja y la familia en la que se incluyen obviamente su amplio círculo de amigos, pienso que de este pozo de energía inagotable sacaba las fuerzas y la moral para continuar peleando con su cuerpo pues no olvidemos que el cáncer se genera en nuestros tejidos y células por muchos y diversos motivos; se trata de un gran desajuste citológico y fisiológico autogenerado a pesar de la existencia de desencadenantes externos que lo potencian.

Ahora más que nunca cuando entro en la agencia Trujillo siento cercano a Manolo y su optimista presencia, no lo puedo explicar, ni se debe ir más allá, pero es así; las cosas que se sienten son tan válidas como las que pueden medirse pero tienen un valor mucho más elevado pues provienen de nuestra profunda, ancestral y desconocida naturaleza. Desde que conocí a Manolo en el Hospital de Día sentí una atracción magnética que por supuesto tiene que ver con su don de gente pero había algo más que no sabía explicar. Y como siempre, el universo conspira y emite señales que nos dicen que somos mucho más que un cuerpo lleno de tejidos, venas y arterias animado por un musculoso corazón. Ayer comprendí, gracias a la información aportada por su hijo, que fue la diosa madre, la que nos unió bajo su manto porque ambos habíamos servido bajo la estación de penitencia de la cofradía del Cristo de la Flagelación y la Virgen de la Caridad; la conexión que teníamos sin conocernos mucho era y continua siendo puramente espiritual y desde luego fraguada evidentemente más allá del tiempo y el espacio.

Aquel muchacho criado en el Morro no lo ha hecho nada mal en su vida mortal, pienso que la labor está realizada y la familia orientada. Orgullo de emprendedor que deja junto a su amigo Antonio García Gaona, agencia bien montada y funcionando; padre y esposo devoto del cariño y la compañía de su amada, ambos compañeros en la vida y en la muerte donde también fueron de la mano hasta el adiós.

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