Opinión

En memoria de Jesús Enciso: entre el poniente y el levante

Soy hijo del estrecho y quizás por esto mi mente está abierta hacia las dos masas de agua marina, el ancestral Mediterráneo y el palpitante Atlántico nacido del periodo jurásico. Vine al mundo por la gracia de sentir el palpitar de la vida entre dos bahías. Por eso crecí a la orilla de la playa de poniente ante el impresionante peñón y a la vera de las mujeres de mi familia y sus entrañables amigos y de Jesús Enciso por supuesto, un icono indiscutible de mi mente. Luego vino el tiempo de África donde mi crianza me llevó hasta la adolescencia; entre medio, muchas idas y venidas de una orilla a la otra y grandes recuerdos que como huellas imborrables se suceden en oleadas. Cuando me enteré del fallecimiento de Jesús Enciso al igual que un toro cansado perdí pie pero sin afán de embestir sino de llorar y celebrar a la vez a aquel ser humano que conocí durante mis primeros años de vida en La Línea de la Concepción. Aquella vida me llevó por patios floreados y pozos encalados, terrazas y ropa tendida en cordeles apuntalados con espigadas cañas. Mujeres al viento en limpias mañanas soleadas para asombro de una mente infantil nunca ajena al sentimiento artístico y a la magia del mundo. Llevo los amarillentos líquenes incrustados en mi piel y aquellas sesiones de parloteos a las que se entregaban mis hermanas y sus amigas adolescentes. Tuve suerte de ser mimado por el cariño de las féminas; aquel cuerpecito diminuto y cabezón que fui pronto se metamorfosearía para dar lugar a un animal diferente y solitario que dejó una piel atrás de si conservando todas las escamas del recuerdo intactas. Aquellos tiempos de juegos infantiles en soledad me llevaron a mundos imaginados teatro de hazañas ensoñadas, así los capotes, banderillas y monteras enredaron por un tiempo anhelos épicos. El arquetipo del torero fue un deseo sincero pero la Magna Mater (dos señoras de luz presiden las orillas del estrecho) tenía para mi reservado otro destino en los ruedos acuáticos en los que torear sin dar estocadas. Me atrae el levante pero adoro el poniente, el dios Eolo siempre sopló con ímpetu y curtió piel y alma de benjamín en el club náutico linense mientras recibía el aseo infantil desnudo sobre una tarima de madera llena de fondo marino y de la afanosa mano de una buena señora con bata que nunca podré olvidar. Jesús Enciso fue una personalidad heroica capaz de hacer todo lo que se propusiera y siempre con un dinamismo y pasión que contagiaba. El primer novio, acaso el único, de mi hermana mayor y eso tenía su relevancia en una España tradicionalista y conservadora inundada de ardor patrio y laureles pasados. Con el entrañable Jesús y los demás amigos de aquella eterna pandilla tuve la suerte de correr pequeñas aventuras en la naturaleza del campo linense entre reses distantes y sorteando espinos cubiertos de flores amarillas. En el verano la orilla se convertía en espejo de aquellos adolescentes y del trajín de barcos y piraguas. Tengo las retinas recargadas de sal y de pulpos enrocados y los oídos repletos con bromas y alegrías de aquellos jovenzuelos mientras tenían que cargar conmigo por obligación materna y debido al cariño perpetuo e incondicional de mi hermana mayor. Los actos de pasión y valentía de Jesús los tengo bien grabados al igual que su casa familiar donde vivía con su madre y su tía. Una larga escalera subía hasta la vivienda en la que estuve en ocasiones visitando a sus queridas y amables mujeres, desde la balconada acristalada se veía el peñón y el parque Saccone (Chaconi); una ancha mesa camilla dominaba el luminoso salón. Durante mi adolescencia perdí todo el contacto con ese mundo del recuerdo hasta que resurgió de repente como un geiser adormecido en una visita a la fiestas patronales de la Línea (la feria). Allí estaba Jesús acompañándonos una vez más a mi hermana mayor y a un servidor y los demás amigos al paseo por el ferial; hizo mis delicias que se metiera en una pelea entre dos adolescentes a los que increpó y separó conveniente, aquel era mi Jesús en estado puro, para mi un caballero espiritual dispuesto a defender el Santo Grial. A partir de entonces, varios encuentros telefónicos esporádicos se dieron y siempre tuve conocimiento de su vida. Pocas pero hartamente significativas fueron las últimas conversaciones con Jesús sobre el mar y sus criaturas, supimos el uno del otro antes de que abandonara este mundo físico si se me permite usar el lenguaje propio del zoroastrismo. No en vano tiene un rincón imperecedero en mis adentros que me transporta a la niñez con solo pensar en su nombre. Jesús es una de las claves de bóveda de mis mitos infantiles. Espero poder encontrármelo en el lugar de la empatía espiritual, nuestra verdadera patria, un espacio creado con el poder de la imaginación y capacidad de soñar, en ese solar somos eternos y trascendemos a la muerte.

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