La pasada semana se celebró un importante Claustro de la Universidad de Granada, en el que se presentó la Memoria de Gestión de nuestra universidad por parte de la señora rectora. Es un documento muy extenso en el que se da cuenta detallada de toda nuestra actividad y se informa de los futuros proyectos. Está disponible en su página oficial, por lo que, si hay alguien interesado en analizarlo, puede acudir al mismo sin problemas.
Lo realmente interesante, aparte de algunos datos concretos, fue el discurso de nuestra rectora, sincero en algunos aspectos, pero demasiado triunfalista en otros, a juicio de algunos de los presentes. Una de las palabras que más se repitió a lo largo de su discurso, me dicen, fue la de “excelencia”. No es de extrañar. Caminar hacia la “excelencia” fue el eje central del programa electoral de Pilar Aranda y es la orientación y uno de los principales objetivos del actual equipo rectoral.
Pero, ¿qué es y que implica esto en la enseñanza universitaria?. Uno de los pilares fundamentales del desarrollo económico y del progreso de las sociedades modernas es la formación y la investigación, pues ello ayuda a construir el futuro y a proporcionar bienestar a la ciudadanía. Entre los retos que plantea la Sociedad del Conocimiento a la Universidad está el conseguir una formación basada en competencias, es decir, que dé respuesta a los perfiles profesionales que la sociedad demanda a los titulados universitarios.
En este proceso es esencial la adopción de metodologías docentes que promuevan el aprendizaje activo y participativo. Esto es lo que pretende conseguir el denominado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES). Lo que se quiere hacer realidad es el principio de una enseñanza centrada en el estudiante. Pero esto supone propiciar un cambio de actitud en el profesorado, lo que equivale a prestar una mayor atención y reconocimiento a la función docente, y también pasar de un sistema autocrático, basado en la excelencia individual, a otro en el que esté más presente la colegialidad, tanto de la materia (agrupando los profesores de una misma área científica), como en la titulación (agrupando a los profesores que imparten a un mismo grupo de alumnos). Y este esfuerzo del profesorado debe ser incentivado, tanto en los logros, como en los esfuerzos. Este sería un camino hacia la excelencia universitaria.
Muchos echamos en falta una mayor atención a la Filosofía. Si queremos personas que se pregunten y piensen sobre el sentido del mundo, entonces será útil “intelectual y emocionalmente”. Como decía Kant, “….lo que hay que esperar, pues, de un profesor es que, en primer lugar, forme en sus oyentes al hombre del entendimiento, después al de la razón, y, por último, al sabio”. Si estamos de acuerdo con estas reflexiones, la conclusión no puede ser otra que la Filosofía ha de ser la base de la educación.
También esto es caminar hacia la excelencia. El pasado 12 de diciembre, el presidente de la Crue Universidades Españolas, Roberto Fernández, pronunció un interesante discurso en la presentación de la Universidad Española en Cifras. Hizo algunas reflexiones que merece la pena resaltar. La primera fue sobre la Misión de la Universidad. Formar ciudadanos responsables capaces de conducir a su país y a sus ciudadanos a las mayores cotas de bienestar posible.
La educación en general, y la universitaria en particular, es el fiel de la balanza que mide la igualdad de oportunidades de una sociedad. La Universidad no es solo el conocimiento por el conocimiento. La Universidad es la búsqueda de la equidad social. Otra importante reflexión fue que la Educación es una inversión, no un gasto. No obstante, el gasto de España en Educación Superior, medido como porcentaje del PIB, sigue por debajo de la media de la OCDE. Pese a la recuperación económica, seguimos lejos de recuperar las cifras de 2008. Concretamente, el gasto en investigación seguía en 2016 un 25% por debajo del valor del año 2008. Es decir, en 2016 las universidades seguíamos recibiendo menos gasto público en porcentaje del PIB que hace 20 años. Todo ello ha llevado a la pérdida de más de 11.000 trabajadores y a un paulatino envejecimiento de la plantilla.
Pese a lo anterior, la última reflexión es que somos más eficientes y ganamos reputación año tras año fuera de nuestras fronteras. Así, en 2018, según el último Ranking de docencia publicado por Times, España ha situado a 14 universidades entre las 100 primeras de Europa. Y según la clasificación del Ranking QS 2019 de empleabilidad, tenemos 3 entre las 100 mejores universidades del mundo. Además, nuestro sistema ostenta la segunda posición europea en cuando a calidad de la docencia y la tercera mundial en empleabilidad de sus egresados.
Hemos duplicado nuestra producción de artículos científicos y somos el décimo país del mundo con más investigadores altamente citados. Y hubiéramos sido mucho mejores con una financiación adecuada. Es decir, la excelencia en la docencia y en la investigación implica más medios económicos y más personal. Lo demás no dejan de ser discursos meramente triunfalistas y vacíos de contenido.
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