Categorías: Opinión

Medalla de Oro para los hermanos Olivencia

E s ya público y notorio que recientemente les fue concedida la Medalla de Oro de Ceuta a los hermanos Olivencia Ruiz, Manuel y Francisco. Y, mediante este artículo, tengo mucho interés en sumarme al cálido homenaje que tanto la Ciudad como pueblo y distintos medios de comunicación les han tributado con tal motivo, aunque lamento tener que hacerlo con cierto retraso por motivos personales que hasta ahora me lo habían dificultado.

Es por ello, que con carácter retroactivo me adhiero a tan feliz evento y deseo transmitir a ambos mi más cordiales parabienes y felicitaciones, haciéndolo fuera de los lunes que es cuando habitualmente me asomo a la página 19 de El Faro, debido a que, por hallarme este mes ausente, ya tenía enviados con antelación al periódico hasta varios artículos programados cada uno para su correspondiente fecha de aparición.
Asimismo, deseo dejar pública constancia de que no existe absolutamente nada que me ligue o vincule a la familia Olivencia Ruíz, ni razones de amistad ni por ningún otro motivo de cualquier índole que pudiera condicionarme, sino que lo hago con la plena convicción de que el homenaje que se le ha rendido lo considero absolutamente justo y merecido, pues creo que pocas veces concurren en dos personas el cúmulo de méritos y circunstancias que los hermanos Olivencia Ruíz reúnen con su cariño y amor hacia Ceuta.
A don Manuel, ni siquiera le conozco personalmente, aunque sí por numerosas referencias sobre su brillante trayectoria personal y profesional como jurista de reconocido prestigio, pues no en vano recientemente le ha sido concedido el premio “Pelayo”, a propuesta del Consejo General del Poder Judicial, que reconoce el prestigio y los extraordinarios méritos acreditados en el campo jurídico; además de haber sido Comisario General de la “Expo-92” de Sevilla, también Subsecretario del Ministerio de Educación y Ciencia, y se halla en posesión de numerosas condecoraciones que avalan su enorme valía y extraordinario prestigio. De su gran talla como Catedrático y Abogado de Derecho  Mercantil,  alguna vez me llegaron las mejores referencias y elogios hacia su persona a través de un compañero mío de Sevilla que su padre ha compartió con él bufete en la ciudad hispalense, abundando en su condición de persona íntegra, cabal y todo un perfecto caballero que reúne las mejores virtudes y las más excelentes cualidades.
Me consta igualmente su enorme cariño y gran admiración por Ceuta, desde que de niño en ella se criara y le acogiera en su regazo. Y, al repasar lo que en los medios de comunicación se ha venido diciendo de él con motivo de habérsele concedido tan preciada distinción ceutí, hay dos cosas que me han llamado la atención: de una parte, su manifiesta modestia y humildad al aseverar que él no se merece la Medalla que Ceuta le ha concedido; y, por otro lado, que con tanta contundencia aseverara ante tales medios que “en Ceuta aprendió a ser español antes que jurista”, porque que eso lo diga una persona tan relevante y cualificada, no hace más que reafirmarme a mí cuando tantas veces he manifestado públicamente en mis escritos que Ceuta viene a ser algo así como la mejor escuela de patriotismo y españolidad; cuyos valores tantos complejos acarrean hoy a algunos españoles, como si eso de simplemente mencionarlo o reconocerlo fuera algo oprobioso que de entrada supusiera una deshonra o deshonor para quien lo refiera, cuando los naturales de tantos países que incluso son grandes potencias tan honrados y orgullosos se sienten de manifestarlo, exhibiendo por todas partes sus símbolos nacionales, junto al expreso amor a su patria y su condición de pertenecer a su país. Y esos, quiérase o no, son valores que todavía hoy permanecen ínsitos en la conciencia de gran parte de los ceutíes.
Y, en relación con su hermano don Francisco, prácticamente lo mismo puedo decir. En Ceuta, aunque sólo sea de vista, quién no le conoce. Pero, por lo demás, tampoco he mantenido con él relación alguna de ninguna clase; sólo una vez llegaron a presentarnos en un acto oficial del que él por teléfono alguna vez me manifestó que no recuerda, porque se trata de presentaciones protocolarias en las que uno al llegar se saluda con los de su alrededor para al momento nadie saber quién es cada uno, a menos que ya se haya departido varias veces o se hayan mantenido contactos anteriores. Sin embargo, otra cosa bien distinta es como colaboradores ambos de El Faro de Ceuta, donde uno lee atentamente a casi a todos los demás, sobre todo, si se trata de materias que versen sobre Ceuta, su apasionada historia, sus riquezas patrimoniales, sus buenas gentes, su idiosincrasia y todos los demás ricos valores con que la ciudad cuenta. Y Francisco Olivencia en todo eso es un referente obligado, una auténtica institución y toda una enciclopedia ceutí abierta hacia a los demás, del que siempre se aprende algo. Y, en ese aspecto, sí tengo que reconocer que soy fiel admirador y seguidor habitual de sus artículos dominicales que lindan en fecha con los míos de los lunes. Él algunas veces con su generosidad ha elogiados los míos, como también yo  lo he hecho con los suyos con plena justicia.
Por lo demás, poco se puede decir de él que no sea ya conocido en Ceuta; razón por la que omito su trayectoria curricular de sobra conocida, tanto como prestigioso jurista, como por el desempeño de numerosos e importantes cargos locales y, sobre todo, como ilustre parlamentario, con largo recorrido tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado. Y precisamente aquí sí me voy a detener algo para resaltar alguna faceta parlamentaria suya en repetidas legislaturas, en la que su norte político necesariamente tuvo siempre como denominador común su pasión por Ceuta y por todo lo ceutí, así como su defensa a ultranza de los intereses generales de la Ciudad. Se trata de un férreo defensor de su querida tierra a todos los niveles, y que nadie se la toque, porque rápidamente se alza con su voz o con su pluma en su defensa, si es necesario con uñas y dientes, aunque siempre con ponderación de juicio y de forma educada y caballeresca. Y en eso, no tengo más remedio que entenderlo y comprenderlo. Su pasión y ferviente cariño hacia su querida Ceuta, vienen a ser muy similares a los que yo siento hacia mi amada Extremadura, hacia Mérida, mi ciudad natal; pero, más que nada, hacia mi pueblo del alma, Mirandilla, que luego me dio cuna y donde me crié y tuve mi infancia y mi niñez. Y Francisco Olivencia es un férreo defensor de Ceuta y uno de sus mejores embajadores que los ceutíes tienen donde él esté.
Fueron muy numerosas sus interpelaciones parlamentarias a los Ministros del Ramo en defensa de Ceuta. Y siempre en ellas parecía adelantarse al futuro de buena parte de los problemas ceutíes. Por ejemplo, el 18 de marzo de 1982, cuando el Gobierno de turno decidió abrir las comunicaciones con Gibraltar, ya interpelaba al entonces Ministro de Hacienda, García Añoveros, para denunciar que, siendo la ciudad ceutí Puerto Franco, como también lo era Gibraltar, el millón largo de visitantes que anualmente visitaban Ceuta, no dudarían en decantarse por el Peñón que lo tenían más cerca y cuya visita no les ocasionaría tanto coste como el desmesurado gasto que suponían los embarques hasta territorio ceutí. Y que, por ello, si se daban demasiadas facilidades aduaneras a los que visitaran Gibraltar pronto terminarían por liquidar el comercio y el turismo ceutí, pese a que el Tratado de Utrecht prohibía la entrada de mercancías gibraltareñas  en territorio español. Y cuánta razón tenía. Ceuta ya no volvería a ser nunca más lo que entonces comercialmente era. El Ministro le contestó con argumentos que, como no le parecieron convincentes, no tuvo ningún reparo de manifestarle luego en la dúplica que le había dejado todavía más preocupado que antes de formularle su pregunta, porque otra de las virtudes políticas suyas era que, con tal de defender a Ceuta, le cantaba las cuarenta al más pintado, sin reparar en cargo ni categoría.
 En otra de sus intervenciones en el Senado, el 25 de octubre de de 1995, formulaba otra interpelación urgiendo al Gobierno la creación de la Comisión Mixta de traspasos de competencias, medios personales, materiales y presupuesto a Ceuta tras haberse aprobado su status de Ciudad Autónoma, que en eso, como en otros asuntos relacionados con la Ciudad, fue también apoyado por el entonces Senador Morales; y no digamos ya del Diputado Serafín Becerra, que en la legislatura de 1979 se plantó a defender Ceuta en El Pardo ante el mismísimo Franco. Fue un trío de parlamentarios ceutíes con mucha enjundia política. Y, de forma parecida a lo que sucedió con Gibraltar, también en octubre de 1995, Francisco Olivencia se adelantaba al grave problema de la inmigración, no sólo para que se ejerciera un mayor control sobre los flujos ilegales hacia Ceuta sino, a la vez, velando porque los que llegaran a territorio ceutí tuvieran un lugar de acogida digno y razonable, que quizá fuera el embrión del actual CETI. Con ocasión de la por entonces nueva Ley de Extranjería, creo que fue en 1999 cuando se fue a visitar a Aznar, Presidente del Gobierno y su Jefe de partido, para disentir de él sobre la forma en que estaba previsto que quedara la ley, que él consideraba gravemente perjudicial para Ceuta, como así fue. Y siendo Presidente del Gobierno Calvo Sotelo, Francisco Olivencia incluso pensó en abandonar su partido si no se daba satisfacción a sus reivindicaciones sobre Ceuta, aunque luego salió de su entrevista con él en la Moncloa diciendo: “Una vez más han prevalecido los intereses de mi ciudad sobre cualquier otra consideración personal, y al estimar que desde el grupo Centrista puedo hacer más por Ceuta, continúo integrado en él”.
De sus declaraciones días pasados ante los medios de comunicación también se vislumbra claramente en él la misma virtud de modestia que la que antes he referido sobre su hermano Manuel, al haber declarado: “Este reconocimiento (la concesión de las Medallas) excede en mucho a lo que merecemos. No hemos hecho otra cosa que trabajar por nuestra tierra”. Pues señores Manuel y Francisco Olivencia, Antonio Machado nos dejó dicho que “no es bien nacido quien no ame a su pueblo”. Pero quienes lo quieren y con tanto ahínco lo defienden, como ustedes a Ceuta, honra se merecen, que es la que representan sus más que merecidas Medallas.
 Enhorabuena a ambos.

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