Opinión

Mea culpa

En los carnavales puede suceder cualquier cosa, en los de Cádiz todavía más, y todavía queda un peldaño en la escala del espíritu libre, genuino e irreverente que caracteriza a la fiesta del carnaval: “las murgas callejeras”. Estas agrupaciones se erigen como protagonistas absolutas de las fiestas por su nivel de autenticidad y porque constituyen representaciones de la vida auténticas, no mediatizadas ni diseñadas para otro reconocimiento que no sea el popular. Una de esas chirigotas de la calle que se han metido al público en el bolsillo son las Cadiwoman cuyo tipo Las femme fatal se hizo viral en su momento. Una amiga cómplice (las mujeres tenemos muchos tipos de amigas: las cómplices, las del trabajo, las guardasecretos, las de salir, las de llorar, las amiga amiga no es pero bueno y las de toda la vida) me envió hace unos días una de las coplillas de esta chirigota cuyo título es “La culpa”. Con unas melenas a lo Rita Hayworth, envueltas en estolas de pelo barato y con todo el arte del mundo las Cadiwoman entonan un mea culpa a ritmo de chirigota (más relacionado con el acto de miccionar que con lo que se espera de esta locución latina) que provoca auténticas  carcajadas. La coplilla es un fenómeno viral entre las mujeres, y no es para menos, porque no es sólo que nos diviertan las desinhibidas posturas y gestos de ellas, el tipo buscado con descarada provocación, la música, los golpes de ingenio o el regocijo bullicioso del bien avenido grupo de amigas (cómplices, seguro, más, ya lo sabrán ellas) sino que además de todo eso su letra nos saca para fuera una risa que nos viene de las entrañas por las verdades que encierra ¿Quién de nosotras no se ha sentido así de culpable alguna vez?

“La culpa hay que echarla para fuera,

así que aprovechad cuando vayáis a hacer pipí...

y mea culpa.

La culpa para afuera, la culpa,

saliste una noche de copas

después de una semana de sangre y sudor

y la gente murmura:

esa madre no tiene muy buen corazón,

habrá dejado a su criatura

viendo a Bob Esponja tirado en el salón

Pedir pizza o de chino

Y no hacer un cocido tres horas, plop, plop”

La Historia, muy acompañada de la Religión, decidió en su momento colocar sobre nuestros hombros todo el peso del pecado original. Antes de que Eva tuviera que pagar su curiosidad con la multiplicación del dolor de sus preñeces, la dominación del hombre y el estigma de pasar a la historia como causante de todos los males de la tierra, Pandora ya había sido presentada ante las culturas más antiguas como portadora de todas las desdichas que habrían de azotar a la humanidad. Pandora, según la mitología griega, fue la primera mujer de la Tierra. Cada uno de los dioses le otorgó un don, de ahí su nombre que en griego significa “todos los dones”. En realidad la creación de la mujer fue la venganza de Zeus contra los hombres por la traición de Prometeo al robar el fuego sagrado y entregarlo a los mortales. Pandora llevaba consigo una caja sobre la que los dioses le advirtieron: ni ella ni su esposo Epimeteo debían abrirla nunca. Pandora, llevada por la curiosidad, la abrió y de la caja salieron las enfermedades, la guerra, el dolor y demás calamidades que aquejan al género humano. Eso sí, Pandora, asustada, cerró rápidamente aquella funesta caja justo antes de que pudiera escaparse la esperanza. Así es como la cultura occidental terminó colocando la culpa sobre los femeninos hombros. Y no sólo aquí, pues allá en lo que luego habría de ser Latinoamérica, las tribus incas también tenían entre sus historias ancestrales la de una pareja de casados a los que los dioses habían entregado como regalo una cesta de pájaros que no debían dejar volar. ¿A quién creéis que atacó la curiosidad con fiereza hasta no poder controlarse y contravenir el divino designio? Efectivamente, a ella.

Lo cierto es que a los seres humanos se nos acabó el tiempo de la eterna felicidad y nos enviaron directos a un tiempo de mortalidad y fragilidad frente a toda clase de enfermedades, desastres naturales y desgracias varias. Pero lo peor fue para nosotras, pues se esforzaron en enseñar que la responsable última y central era una mujer. No es de extrañar, pues, que la culpa grande o pequeña, divina o humana, terrenal o doméstica, nos haya perseguido siempre. Pudiera ser que la lucha feminista no haya progresado más por nuestra culpa, entiéndase esto bien, por el sentimiento de culpa que nos ha azotado cada vez que las mujeres hemos tomado decisiones sociales, grupales o personales.

Se habla mucho de la corresponsabilidad en las tareas del hogar. Bien por ello, pero poco se habla de la invisible corresponsabilidad ante las decisiones femeninas, sería excesivo llamarlas feministas, ¿o no? Estudiar cuando tienes hijos, dedicarle tiempo a nuestra formación, entregarnos a una carrera profesional, salir a divertirnos son actividades por las que muchas mujeres seguimos pagando un precio: el de sentirnos culpables. “Mea culpa”. ¿Y si estoy restando tiempo a mis hijos? ¿Y si estoy afectando a mi familia? ¿Y si los demás lo consideran rebeldía? son algunos de los interrogantes que se nos han pasado por la cabeza alguna vez en nuestra toma libre de decisiones. Habrá quien pueda decir que afortunadamente podemos decidir. Es verdad, pero a los que así piensen no vamos a dedicarles más atención de la que merecen, o sea, ninguna.

La lucha anterior de muchas otras mujeres, pertenecientes a pasados mucho más amargos, lograron que hoy seamos mujeres libres. Sin embargo, las mujeres seguimos asumiendo más de lo debido, pues a la culpa que se nos asigna se suman otras más invisibles, las que nosotras mismas cosemos a nuestras vestiduras: no se ven, pero las sentimos. No están ahí porque nos esforzamos en espantarlas, porque revolotear, revolotean.

Permitan que hoy las mujeres celebren juntas y recuerden unidas los nombres de las muchas que, antes que nosotras, lucharon para que hoy nos podamos sentir libres

A nivel social no siempre se nos ayuda demasiado. Con motivo de la celebración del día de la violencia de género (menuda efeméride, que exista ya lo dice todo) surgió la polémica sobre una errada campaña que de nuevo colocaba el peso de la responsabilidad sobre nuestros hombros: “Una chica sola caminando de noche, una mujer en una discoteca con una copa, te pones unas mallas y sales a correr por la noche. No debería pasar, pero pasa”. Pienso que esta campaña fue más desacertada que malintencionada, pues no calcularon qué fibras femeninas estaban tocando con tantísimo desatino, las de la eterna culpa.

Hoy es un día para la celebración de los logros de la lucha feminista (esta sí que es una buena efeméride), un día de color morado. Es bueno recordar que esta lucha comenzó para lograr el derecho al voto “Give women the vote” cuyas iniciales coincidían con las de los colores green, white and violet. Parece que por el camino nos dejamos el blanco y el verde (habrá sido culpa nuestra, sin duda). Las primeras sufragistas definieron su lucha no como un movimiento a favor de las mujeres sino organizado por ellas, esa era la clave de todo: el poder de organizar, reivindicar, celebrar ellas juntas, hoy, nosotras juntas. Era un movimiento por ellas, pero para todos. Son muchas las voces, cada vez más, que lamentan que se excluya a los hombres en este día. No pienso que se les excluya. No deben sentirlo así. Pueden acompañarnos, pero entiendan ustedes, es un ruego, que este día ha de ser para todos, pero nuestro “Ojalá llegue el día en el que no tengamos que celebrar el día internacional de la mujer” suele ser el argumento comedido de algunos durante este día. No sé si nuestras bisnietas y sus amigas cómplices, profesionales, de reír y demás tipos, lleguarán a disfrutar de ese escenario histórico, pero desde luego nosotras estamos lejos de verlo, muy lejos, me temo. (Nota: a los que argumentan “para cuándo un día del hombre” les haremos igualmente el caso que merecen, o sea, ninguno).

Dejen que hoy seamos protagonistas absolutas, reinas del carnaval, femme fatal y aquello que queramos ser y sentir. Permitan que hoy las mujeres celebren juntas y recuerden unidas los nombres de las muchas que, antes que nosotras, lucharon para que hoy nos podamos sentir libres. Dejen que felicitemos a nuestras abuelas, madres y hermanas mayores si inculcaron en nosotras la lucha feminista y acompáñennos, hombres inteligentes y sensatos, porque, ¿qué persona de bien no ha de alegrarse de que una mitad del planeta tenga los mismos derechos, sueños y libertades que la otra mitad? Nosotras, mientras tanto, continuemos esta hermosa y justa lucha. Como decía Al Pacino en la película El abogado del Diablo: “la culpa es como un saco de ladrillos, sólo (con tilde, ahora ya puedo hacerlo sin culpa) hay que dejarlos en el suelo”. Así que hoy, mujer, ¡MEA CULPA!

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