Desde el pasado día 11 la Ciudad Autónoma cuenta con una centenaria más, y para no romper la estadística española, es otra mujer. Eloisa Miquel es una caballa “orgullosa” que ha residido “casi toda su vida” en Ceuta. “Fue durante un período muy breve, cuando en los 60 se pusieron las cosas tan mal en Marruecos y nos fuimos a Madrid”, recuerda ante el equipo de FAROTV sentada en un sofá colmado de regalos en su vivienda de la calle González de la Vega. “Tengo zapatillas para varios años”, comenta entre risas mientras enseña a cámara tres pares.
Y es que si algo no ha perdido esta centenaria vecina es la vitalidad, la lozanía y el sentido del humor. “Voy a durar más que un traje de pana”, bromea. “Puedo decir orgullosa que ya he llegado a los 100 años, pero quiero vivir, por lo menos, hasta los 120”, confiesa. Ante la pregunta más esperada por todos, su secreto, responde que no lo hay. “Como de todo y no me tomo ningún medicamento”. Aunque si que tiene una comida preferida: “el pollo, me encanta el pollo asado”. Quizá incrementar el consumo de esta ave sea objeto de estudio, porque por increíble que parezca sube todos los días, y más de una vez, “60 escalones que los tengo contados”. Pues si algo le gusta a esta activa mujer es salir a la calle e irse “de marcha” con sus amigos, ostentando entre todos, el puesto de veterana. “Les sacó a la mayoría 20 años”, dice riéndose.
A pesar de los años, Eloisa mantiene una fluida conversación con recuerdos de todas las épocas; de momentos de su infancia cuando residía en la calle Conrado Álvarez, de sus padres y hermanos, de su larga trayectoria profesional en Telefónica “donde me jubilé a los 65”. De cuando se casó con su esposo Claudio Ocaña “ya algo mayor” en el año 53 o de la crianza de su único hijo, a quien perdió cuando éste tan solo contaba con 46 años de edad. “La vida es así, hay que aguantar lo que venga”, recuerda con la voz quebrada. Aunque viuda desde hace años y como única superviviente de sus tres hermanos, presume de una amplia familia a la que quiere y adora, su perdición ahora: los últimos sobrinos en incorporarse al clan familiar. De ellos enseña fotos y comenta que asisten al mismo colegio que estudió ella, ‘La Inmaculada’.
Eloisa hace un recorrido histórico por una vida “plena” y confiesa que “he disfrutado mucho”. Sus ojos se iluminan y su sonrisa se alarga recordando anécdotas, pero su rostro se opaca y su mirada se humedece al remover los recuerdos de uno de los peores períodos que vivieron los españoles: la guerra. “Recuerdo a niños heridos en la calle”, dice “y cómo temblaba mi casa con los cañonazos que lanzaban desde la ametralladora que se encontraba frente a la plaza Azcárate”. Pero si algo duro trajo a su familia fue una pérdida, la de su hermano pequeño. “Tenía 17 años y apenas duró, tan solo dos meses después del alzamiento lo mataron en una batalla”.
Alcanzando el final de la conversación, Eloisa reconoce que sus vicios son arreglarse, salir y el Atlético de Madrid. “Soy colchonera”. Pero, además, esta sabia mujer lanza un último mensaje. “Hay que aprovechar la vida, disfrutar lo máximo posible antes de que acechen rascas y, sobre todo, intentar olvidar”. Olvidar, probablemente, sea la tarea más difícil porque como dijo Rose Kennedy: el tiempo no cura las heridas es la mente que para proteger su cordura las cubre de cicatrices y el dolor se atenúa pero nunca desaparecen.
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