Somos los reyes de la naturaleza y nos creemos vencedores de los desafíos, sean cuales sean a los que nos enfrentamos, pero un simple dolor de cabeza o lo que está tan de moda ahora a pesar de haber sido algo más antiguo que nuestras tatarabuelas, y que ha puesto de moda una de las ministros tontas, como es la regla para la mujer que la puede dejar inhábil para seguir caminando en pos de sus objetivos próximos. La farmacia ha avanzado a pasos agigantados, se pueden encontrar fármacos para evitar el dolor de cualquiera de las partes del cuerpo, la cirugía cuenta con los mayores avances para poder diseccionar cualquier parte del cuerpo humano con rayos laser y al mismo tiempo poder ser visionado en una pantalla, lo que precisa el lugar de la intervención. Por ello , la sociedad alarga su vida y ahora nos preocupamos por el nuevo fenómeno, llamado la “dependencia”. Antes, a nadie se le ocurriría sacar a un padre de la casa y llevarlo a una residencia para mayores, esas residencias, simplemente no existían, los padres fallecían en las casas o en los hospitales, no en las residencias. Antes, el primogénito era la persona que se encargaba de cuidar del padre, y además era un orgullo para él dentro de las familias, como sucede ahora en el mundo musulmán. Dentro de ese mundo es inconcebible que no se cuide del padre y si el primogénito no le cuidara sería amonestado por el resto de la familia y de la sociedad cercana. En nuestro Occidente todo cambia rápidamente. Todo un mundo nuevo ha dado cabida a multitud de personas que se ganan la vida cuidando de los seres que sus hijos o familiares no pueden, ya sea por el trabajo, por las preocupaciones familiares, porque los hijos requieren mayor ayuda, sea cual sea el motivo y es doloroso decirlo, nuestra sociedad aboca a dejar a nuestros mayores en manos extrañas y no se puede hacer nada por impedirlo. Todo lo contrario, creemos que es lo mejor para nuestros mayores. Lo que ha ocurrido con nuestros padres ocurrirá con nosotros, por lo que hemos de estar preparados para cuando esa situación llegue y así como decíamos,” no podemos hacer otra cosa”, habremos de tragarnos en nuestra soledad, con un” ellos no pueden hacer otra cosa”, y entonces recordaremos si pudimos o no hacer otra cosa. Fue el caso de mi padre, vivía en su casa grande y espaciosa y tenía una muchacha que le cuidaba, hasta que la muchacha no pudo cuidarle debidamente en su higiene elemental y se le cayó varias veces ; los hermanos no nos pusimos de acuerdo durante un tiempo y toda la dulzura hasta entonces existente se vino abajo porque cada tenía una idea diferente para resolver el problema. Finalmente estuvo en una residencia en la que falleció a los 97 años de edad. Esa herida ha costado mucho tiempo el cerrarla, de hecho todavía quedan rescoldos del anterior fuego, pero sí creo que es algo que todos nosotros hemos de padecer, quizás como consecuencia de la actividad laboral y múltiples circunstancias que inciden sobre las familias. Por eso hoy escribo sobre los mayores, actuales y próximos. El respeto por nuestros mayores es uno de los valores tradicionales de todas las civilizaciones, una de las cercanas es la británica donde consideran a la reina con 97 años de edad casi una diosa.
Desde el comienzo de la pandemia uno de los hechos que más han sobresalido ha sido el número de fallecidos tan elevado en las residencias de mayores, creyendo sus familias que les llevaban al mejor lugar, para hacer amistades, jugar a las cartas, comer y dormir bien, por la negligencia de los políticos que no impidieron que el mal llegara hasta sus lechos. El Gobierno a instancias del Maniquí que nos preside, delegó en el tal Pablo Iglesias, nombrado vicepresidente de gobierno, la coordinación y la responsabilidad de las residencias de mayores de todo nuestro país, por ello entonces declamaba “ Decir que este virus lo paramos unidos es una declaración vacía si eso no significa que ninguna persona queda desamparada en esta situación”. Una vez nombrado, se ocupó de cosas más lúdicas, como su piscina. Las residencias abandonadas a su suerte se convirtieron en focos de infección y los familiares de los residentes denunciaron a la Administración por abandono y dejadez; ya en esa época se contabilizaron 30.103 fallecimientos en las residencias. Un médico de Urgencias del Hospital Infanta Cristina de Parla devolvía a su residencia a una mujer menor de 80 años que presentaba “neumonía bilateral y probable Covid 19 (pendiente de PCR)”. El facultativo dejaba por escrito que le daba el alta solo porque “ante la situación de saturación actual y por indicación de la dirección médica dada esta mañana, no se permite el ingreso de pacientes de residencia en este Hospital”. Sentencia de muerte para ancianos emitida desde los hospitales de Madrid y otras comunidades, así unos morían sin atención hospitalaria, solos encerrados en una habitación y solamente con tratamientos paliativos. El documento alertó a los consejeros de políticas sociales y de sanidad de las comunidades autónomas. El tal Iglesias se fue sin pisar residencia alguna ya que el mismo desgobierno decide entonces delegar los servicios sociales y las residencias de mayores en las comunidades autónomas, pues era urgente medicalizar unas residencias desbordadas sin los equipos de protección individual necesarios. Y es que el tal Iglesias pensaría, que los viejos son un incordio, sin pensar que algún día no muy lejano seremos esa persona que habla por los codos al pagar en un supermercado cuando tú tienes prisa para no importa qué o cuando se atasca en un buzón de un banco tratando de sacar algo de su dinero o hacer una transferencia con veinte dígitos en la cuenta y lo hace despacio, despacio y eso se torna insoportable pensando que nunca llegaremos a ese estado. Una de mis abuelas, sabias ellas, como si no tuviera nada que ver con la política, decía que la edad de la vida debería pararse en los cuarenta años, y morir con esas condiciones físicas y mentales cuando Dios quisiera, así estaríamos frescos y con la inteligencia suficiente para contestar todo lo que el Supremo nos demande al dejar este mundo.
"En nuestro Occidente todo cambia rápidamente. Todo un mundo nuevo ha dado cabida a multitud de personas que se ganan la vida cuidando de los seres que sus hijos o familiares no pueden, ya sea por el trabajo, por las preocupaciones familiares, porque los hijos requieren mayor ayuda, sea cual sea el motivo y es doloroso decirlo, nuestra sociedad aboca a dejar a nuestros mayores en manos extrañas y no se puede hacer nada por impedirlo. Todo lo contrario, creemos que es lo mejor para nuestros mayores"
La ministro que ha sustituido al tal Iglesias, la tal Belarra, prepara una ordenación de las residencias de forma que no tengan una cabida superior a la de 90 residentes, cualquier tontada de estos iletrados supone una “revolución”, esta vez irá en contra de la libertad de mercado y supondrá que muchos ancianos que ya no tengan cabida en las residencias actuales tendrán que estar sometidos al sistema de dependencia y en sus casas la mayor parte solos; los empleados de las residencias disminuirán y tendrán que ir al paro o, si pueden, al sistema de personas dependientes. Otra penitencia (negligencia) más del inútil comunismo y de quien se lo permite.
Con residencia o sin residencia, los mayores viven, entre otras cosa de su pensión. El alargamiento de la vida produce que lo cotizado durante la vida activa laboral no sea suficiente para poder pagar la larga vida pasiva, no existe compensación entre lo cotizado y lo recibido como pensión. Si además, el número de trabajadores activos decrece o se mantiene, como hemos visto en artículos anteriores, por la alta tasa de desempleados, resulta que el sistema todavía se vuelve más frágil, por ello se intenta alargar la edad de jubilación. Este retraso en la edad de jubilación está siendo solicitado en gran parte por pensionistas con rentas bajas con objeto de aumentar su pensión, o cobrar de una sola vez ese incentivo en forma de pago extraordinario, aun cuando la mayoría aspira a adelantar su jubilación y tener una pensión holgada. Pero el sistema de pensiones tiene un déficit de 27.000 millones de euros (me) y aumentando cada año, de forma que según los últimos cálculos actuariales del Foro del Instituto BBVA de Pensiones, las pensiones de la Seguridad Social para los nacidos entre 1946 y 1965 “no van a ser suficientes”, por lo que es necesario realizar una reforma profunda de sistema que garantice la financiación y estabilidad de las mismas.
El actual sistema de pensiones no permite la consecución de ninguno de esos parámetros y mucho menos, si por un gramo de locura, se anclan las pensiones a la subida del IPC. Lo que socialmente puede ser un objetivo deseable, económicamente sencillamente no es viable. Solamente cuando una empresa goza de una gran productividad y gracias a ello la venta de sus productos crece, el empresario puede subir los salarios a los empleados. Sensu contrario, no se puede obligar a una empresa que tiene pérdidas continuas a subir el salario de sus empleados. Con la Administración pública ocurre igual y dado el sistema de pensiones que tenemos en base a los presupuestos, si estos adolecen de un déficit cada vez mayor, como es el caso, los gastos estructurales que se vayan cargando sobre el sistema se financian vía deuda pública, además de los efectos inflacionistas sobre el sistema económico. La Seguridad Social según certifica el Tribunal de Cuentas en informe remitido al Congreso de los Diputados sobre la Cuenta General del Estado relativa a 2020, presenta el mayor agujero de su historia 68.049 me, ya según las previsiones muy superados en 2022, lo que si fuera una empresa su situación sería la de quiebra. Desde 2017 cuatro ejercicios con patrimonio negativo, fundamentalmente por la insuficiencia de cotizaciones sociales para las pensiones, la solución del Estado ha sido otorgar préstamos ( 30.330me en 2020) a la Tesorería de la Seguridad Social y transferencias, que como se ve después de estos cuatro años no resuelven los problemas de sostenibilidad financiera de la S.S., que acumula una deuda frente al Estado a 31 de Diciembre de 2020 de 85.350 me . El envejecimiento de la población y el aumento del gasto en pensiones sin cotización suficiente lastra todo el sistema, a pesar de las transferencias, que no préstamos del Estado ”sería recomendable que los déficits financieros y presupuestarios de la S.S. se cubrieran con transferencias corrientes de la AGE y no con préstamos” dice nuestra amiga Enriqueta Chicano, presidente del TC. Es decir barra libre, una barbaridad más de esta señora en tanto no se realice una reforma en el marco del Pacto de Toledo, antes de que el sistema se hunda. El tal Escrivá, ministro encargado de las seguridad social, otro de los antes ´técnicos” y ahora tan sectario e ideologizado como cualquier socialista, comunista o nacionalista, propone crear fondos de pensiones de empleo de promoción pública, nueva figura de ahorro con una estructura burocrática innecesaria, que no va a servir para otra cosa que la pura publicidad.
Otros factores invaden este mundo de los mayores y que de una manera o de otra inciden en su bienestar, la ley del aborto, que prohíbe que nazcan cerca de 99.000 españoles al año futuros financiadores de las pensiones, la de la eutanasia, que en algunos casos es muy discutible, incluso hay un mercadeo sobre los bienes de los mayores al aparecer nuevos negocios para aquellos que superan una determinada edad y con una casa en propiedad, que la puedan vender a cambio de una renta vitalicia.
Desde el punto de vista económico hoy hemos incidido en la situación de los mayores y en el sistema de pensiones que es su principal baluarte económico y coincido con el escritor austriaco Karl Kraus, cuando en 1914 preguntado sobre la situación del imperio austrohúngaro, sarcásticamente la describió como “Desesperada, pero no grave”, aplicable, esta vez sin sarcasmo, a nuestro sistema de la Seguridad Social, lo que se traduce en “Desesperada y grave”.
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